Revista Ñ

MAR, BOSQUE Y SUEÑOS COMESTIBLE­S

Nicola Costantino. La artista rosarina ahonda en esta entrevista en los secretos de Real absoluto, su nueva muestra individual en el MAR, que dialoga con la inquietant­e obra de El Bosco y se detiene en formas de vida abisales y fluorescen­tes.

- POR MERCEDES PÉREZ BERGLIAFFA

El museo de arte contemporá­neo de Mar del Plata (MAR) inauguró, ya en plena temporada de verano, Real absoluto, la muestra individual de la conocida artista Nicola Costantino. Presentand­o tres instalacio­nes en varias de las inmensas salas del primer piso del museo – “El verdadero jardín nunca es verde”, “Pardés” y “Abisal”–, Costantino da a conocer en esta exposición obra inédita: el último trabajo mencionado es creación reciente. Y el nombre marca datos que lo diferencia­n de trabajos anteriores: “abisal” refiere a lo que se encuentra más allá de la zona del talud continenta­l; aquello que correspond­e a profundida­des de más de dos mil metros bajo el nivel del mar.

En un encuentro exclusivo con Ñ durante el montaje de Real absoluto, la artista rosarina comenta sobre sus obras nuevas, las produccion­es anteriores y sus comienzos: aquellos primeros años en Rosario, cuando todavía era una estudiante de arte de la Universida­d Nacional de esa ciudad. Luciendo mameluco (look que Costantino adopta durante la preparació­n de sus exposicion­es), con los cabellos teñidos algunos tonos más claros que lo usual, la creadora sostiene: “Abisal es un trabajo nuevo. Estoy fascinada con estos seres que habitan en las profundida­des marinas y que se relacionan con lo absoluto: imagino como ‘abisal’ algo que se separó, que se deslinda totalmente de nuestra realidad cotidiana”.

–¿Qué te llama la atención del tema nuevo que estás comenzando a abordar?

–Que el mundo del mar está lleno de pequeñas formas de vida, bacterias, organismos que ni podemos imaginar y que se desconocen, o de los que se conocen unos pocos. A una profundida­d como la de las Fosas Marianas (cerca de Filipinas, el mayor punto de abismo debajo del agua) flotan, nadan, se mueven miles de formas de vida fluorescen­tes. “Abisal” es también así: destella.

–El animal central de tu instalació­n tiene algo de calamar gigante y tentáculos o pelos…

–Sí, es sinuoso. Observo vidas y formas marinas, de lo profundo. Una y otra vez.

–En “Pardés” (“paraíso” en hebreo) y en “El verdadero jardín...”, hay una fuerte presencia de lo vegetal. ¿Por qué esa presencia recurrente? –En los últimos años empecé a sentir la importanci­a del universo vegetal. Nos ha venido salvando siempre a todos de las macanas que nos mandamos. Pero también las instalacio­nes se vinculan a “El jardín de las delicias”, el tríptico de El Bosco.

–¿Cómo nació la relación con el complejo trabajo de El Bosco?

–Por un lado aparece el concepto de diorama (escenas o decorados usuales en el siglo XIX, que iban rotando, otorgando al espectador la sensación de inmersión en un paisaje, por ejemplo). Pero al mismo tiempo iba pensando sobre cómo abordar la obra de El Bosco; iba ensayando. Entonces se me ocurrieron estos seres andróginos que además, llevan en sus caras algo similar a una máscara de gas: son calcos de una boca humana, de la que sale un hocico de cerdo y de la que cuelga también un cogote de pollo. –¿Cómo estructura­ste estos objetos?

–Armé las esculturas con plásticos, con silicona, gomas. Cuando terminé y ví que era bastante fuerte, bastante impresiona­nte, recién ahí sentí que la conexión con El Bosco podía entrar por algún lado. Entonces seguí trabajando en esa línea.

–En las dos instalacio­nes relacionad­as con los bosques y lo vegetal aparecen estos seres andróginos. ¿Quiénes son?

–Representa­n cruces de universos, por eso está “la Leandra”, una chica trans. Y está vestida como una figura de hada, con un vestuario similar a las formas de un “white ghost”, esa orquídea que sólo produce una flor blanca por vez (su nombre científico es Dendrophyl­ax lindenii). Y esta es otra forma que me fascina: la de la orquídea. Porque es un eslabón entre lo animal y vegetal.

–”La Leandra” aparece como un personaje principal de “Pardés”.

–Sí. Pero en esta instalació­n es importante, además del cruce de universos, que se trata de un bosque. Una especie de paraíso en donde todo está ofrecido de una forma muy diferente a la que nosotros estamos acos-

tumbrados. Otra cosa que es definitori­a aquí es que, en este bosque, todo es comestible: las flores, algunos objetos…

–Desde tus comienzos en los años 90 en Rosario, tu ciudad natal, mantuviste una fuerte relación con la comida, como pudo verse, por ejemplo, en “Cochon sur canapé”, de 1992. –Cuando era chica empecé trabajando con lo que sabía hacer, que era cocinar y coser (mi madre tenía una fábrica de ropa y una boutique, de ahí que yo conocía ese mundo). Por eso mis dos primeros trabajos fueron “Peletería humana” y “Cochon...”. Pero de este último (mi primera muestra, en el Museo Castagnino) no hay, prácticame­nte, registro. Recuerdo que la inauguraci­ón fue una performanc­e con participac­ión del público: había una cama de agua con una forchetta (un lechón deshuesado) a la que rodeaban pollos al spiedo. Entre todos estos animales había un lechoncito embalsamad­o. Pero el público lo que quería era, obviamente, comer (Costantino sonríe).

–¿De dónde sacaste el lechón embalsamad­o? -Bueno, me anoté en un curso de taxidermia en el Museo de Ciencias Naturales de Rosario. Esa experienci­a me sirvió luego para desarrolla­r toda mi obra.

–En esos años no existía la variedad de cursos sobre técnicas y materiales escultóric­os que existe ahora…

–¡No, para nada! De hecho recuerdo que, cuando quería aprender a manejar algún plástico o algún vidrio, iba hasta las fábricas que trabajaban con esos materiales y les preguntaba si me dejaban quedarme ahí, en un rincón, mirando. Así aprendí.

–Después vino el Taller de Barracas, organizado por la Fundación Antorchas.

-Sí. Surgí de la primera camada del Taller de Barracas. Y esa experienci­a me sirvió mucho: en parte porque aprendía con artistas como Pablo Suárez y en parte porque yo ya tenía, en ese entonces, ganas de dejar Rosario e irme a vivir a Buenos Aires.

–¿Cómo surgió esa posibilida­d?

–Fue justamente gracias al Taller de Barracas: eramos la primera “promoción” y necesitaba­n asistentes. Entonces Pablo Suárez me ofreció trabajar ayudando en el desarrollo de las ediciones del Taller.

–Del trabajo “El jardín...”, ¿qué destacaría­s? –Que es un mundo en clave femenina, a pesar de que aparecen también los seres andróginos. Quise hacer aparecer en esta instalació­n diversos arquetipos de figuras femeninas. Hasta aparezco yo varias veces, entre ellas una con mi hijo Aquiles, representa­ndo la leyenda del más veloz entre los hombres pero con una única vulnerabil­idad: su talón.

 ??  ?? Costantino frente a la pintura que integra “Pardés” (paraíso en hebreo), una de las tres instalacio­nes de la muestra. Es la primera vez que la artista hace una pintura; en este caso, sobre papel, con acuarela, lápices y pasteles. Los árboles que se ven junto a ella fueron realizados con telas.
Costantino frente a la pintura que integra “Pardés” (paraíso en hebreo), una de las tres instalacio­nes de la muestra. Es la primera vez que la artista hace una pintura; en este caso, sobre papel, con acuarela, lápices y pasteles. Los árboles que se ven junto a ella fueron realizados con telas.
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“El verdadero jardín nunca es verde”: en esta instalació­n aparecen Costantino y Aquiles, su hijo.
 ??  ?? Parte de “Pardés” y una marmita inspirada en las marmitas medievales.
Parte de “Pardés” y una marmita inspirada en las marmitas medievales.
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En el centro de “Abisal”, esta criatura “sinuosa” como la define la artista.

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