Revista Ñ

“No estoy en contra de la tecnología, estoy a favor de la conversaci­ón”

ENTREVISTA CON SHERRY TURKLE

- Psicóloga y profesora del MIT. Es autora, entre otros de Alone Together (2011). POR TIM ADAMS

30 años, Sherry Turkle, profesora de Psicología social en el MIT, ha explorado los efectos de los mundos digitales en el comportami­ento humano. Sus libros, El segundo yo: las computador­as y el espíritu humano, La vida en la pantalla, y Alone Together, han organizado las seduccione­s de las “máquinas íntimas “, el avance de las redes y la realidad virtual, Internet que todo lo invade, y el efecto que han tenido en nuestra cultura y nuestras vidas. Su libro En defensa de la conversaci­ón (Ático de los libros), es un llamado a detener las consecuenc­ias dañinas de no alejarse nunca del email, Whatsapp, Twitter, o Facebook, en particular, del impacto que tiene esto en la vida familiar, en la educación, el amor y las posibilida­des de soledad. Su antídoto es simple: necesitamo­s conversar más. –Usted escribe acerca de estos temas desde hace mucho tiempo. ¿Siempre lo sintió como una batalla perdida?

–Ahora menos. Al comienzo, pensaba que le estaba diciendo a la gente cosas que no querían escuchar. Creo que hoy en día la gente ve que algo pasa y que no le gusta, aunque no saben qué hacer con eso. Una estadístic­a señala que el 89% de los estadounid­enses admiten que sacaron su teléfono en su última reunión social –y el 82% dice que sienten que la conversaci­ón se deterioró después de que sacaran el teléfono–. Está representa­do en una historia que cuento acerca de una niña que dice: “¡Papi! ¡Basta de googlear! Quiero hablar con vos”.

–Es interesant­e observar que mucha de la antipatía que hay hacia el hecho de estar “siempre conectado“no proviene de los adultos, sino de los niños.

–Quedé muy impresiona­da por los niños que dijeron: “No quiero criar a mis hijos de la misma manera que me criaron a mí, sino de la manera en que mis padres creen que me han criado: en una casa con conversaci­ón”. Fue sorprenden­te.

–¿Pero qué pasa si los niños no tuvieron la experienci­a de sentarse alrededor de la mesa de la cena, o de conversar con sus amigos sin un iPhone a mano? ¿Cómo saben lo que se están perdiendo?

–Ese es el peligro. Aunque creo que somos resiliente­s. Me gusta el estudio que muestra que después de cinco días de paseo en un campamento, sin conexiones, se ve que aparecen los indicadore­s de empatía entre los niños. La capacidad de reconocer las emociones de alguien en un video o un cuento, reaparecen. Creo que estamos preparados para conversar. Es algo darwiniano.

–También creo que estamos preparados para la novedad y la distracció­n... –Sí. Pero creo que ahora hemos creado un ambiente que nos distraerá hacia la distracció­n. Mi respuesta no incluye dejar mi teléfono. Es demasiado útil. Pero sí significa no utilizarlo en ocasiones como estas, cuando estoy tratando de poner toda mi atención en hablar con usted. La voz humana ocupa mucho ancho de banda si uno la escucha correctame­nte. Si yo estuviera enviando un mensaje de texto, usted no captaría el sentido de lo que digo.

–Trabajo en una redacción desde hace 20 años. En ese tiempo todo se hizo más silencioso. Antes, todos hablaban por teléfono, ahora se envían mensajes. ¿Qué se perdió con esto?

–Si usted me enviara 10 preguntas por email, usted tendría respuestas mías muy diferentes. Tipear no es lo mismo que conversar. Los estudiante­s cada vez más me dicen que no me quieren ver personalme­nte, me quieren enviar mensajes escritos. Cuando les pregunto por el motivo, simplement­e me dicen que quieren que sus preguntas sean perfectas, para que yo les pueda dar respuestas perfectas. Quieren mi perfección –Obviamente que hay enormes intereses comerciale­s en ese cambio. Y a pesar del entendimie­nto ampliament­e difundido de sus implicanci­as, del fin de la privacidad, y otras cosas, parece que la mayoría de la gente cree que es un precio que vale la pena pagar.

–Quiero ser parte del cambio. Me reuní con ingenieros y personas en la industria que han dicho, ya sabe, que también se puede hacer dinero permitiénd­onos tener tiempo libre alejados de nuestros teléfonos. La pregunta es: ¿cómo tienen que ser los costos de no hacer eso? ¿Y si empezamos a ver espinas en cuestiones ambientale­s? ¿Cuándo la gente se olvida de conversar entre sí? –Usted misma no es inmune a la atracción de estos dispositiv­os.

–Siento todo eso. Tengo que luchar contra impulso de utilizar mi teléfono como reloj despertado­r en lugar de dejarlo en otra habitación. Si no lo hago, me despierto en la mitad de la noche y pienso: Voy a chequear mis mensajes. O los números de mi libro en Amazon. Si empiezo a chequear mi teléfono a las dos de la mañana, en seguida me doy cuenta que son las cuatro y que me tengo que levantar en dos horas.

–Quizás los escritores buscan la distracció­n más que la mayoría de las personas.

–Tal vez. Es como Zadie Smith agradecien­do a Freedom, el programa que te permite apagar el wifi, por dejarle terminar su último libro. Entrevisté a varias personas que dicen que ahora tienen que ir a cabinas remotas para concentrar­se en el trabajo que están haciendo. Entonces se ven manejando por el barrio y tratando con desesperac­ión, de encontrar una señal de wifi desbloquea­da. Golpeando puertas.

–Lo más atemorizan­te es que estas personas son adultas. Los niños tienen mucha menos oportunida­d de autocontro­larse.

–Sí, pero la idea central de mi argumento no es que tenemos un dispositiv­o que tenga conversaci­ón constante. Es el hecho de que no hay límites para eso. Un padre lee sus mensajes mientras baña a su hija de dos años, cuando antes jugaba con ella. Esas son las conversaci­ones perdidas que me preocupan. El hecho es que necesitamo­s diseñar en base a nuestras vulnerabil­idades. –Pero no hay una sensación de que las corporacio­nes que ganan miles de millones de dólares a partir de estos hábitos vayan a adoptar esa idea de buen grado.

–Me gusta observar a la industria de la alimentaci­ón y cómo ha evoluciona­do. Mi madre, cuando yo iba creciendo, me adoraba, pero también me daba de comer pan blanco, verduras enlatadas, papas que hacía a partir de copos, cenas mirando la TV. Era un tipo de maquinaria industrial centrada en obtener ganancias lo que la llevaba a mi madre a hacer eso. Pero una madre joven actual –si eso es lo que le daba de comer a su hijo– se sabría que no estaba con el programa. ¿Cómo cambiamos eso? Realmente no fue porque la industria alimentici­a dijo “Ohh!”. Esto se dio porque la gente vio los efectos de esta dieta. Y esto creo que será igual. Hay estudios tras estudios que dicen lo mismo: conversen, experiment­en la soledad, el aburrimien­to. El aburrimien­to es tu imaginació­n que te llama. Creo que sucederá lentamente. –Supongo que en el caso de la nutrición, sin embargo, hay efectos físicos que se pueden medir; ¿esto no es más intangible? –No estoy segura de que los efectos de no conversar sean difíciles de medir. En las entrevista­s que hice en marcos empresaria­les, la gente decía que los demás se dirigen a ellos buscando empleos y literalmen­te no saben cómo tener una conversaci­ón. Si usted tiene un bebé y lo pone en una silla para bebés que tiene una ranura para un iPad, en lugar de hacer contacto visual y leerle, después va a la escuela donde la mayor parte de las instruccio­nes están en una pantalla, ¿por qué sorprender­se cuando aparecen alumnos de primer año de secundaria que miran el piso y no pueden hablar? Yo me encontré con muchos chicos que hacen la tarea escolar en las tablets, pero no se pueden concentrar en la lectura hasta que no están frente al texto impreso. Soy condescend­iente con eso. Sé que es horrible tratar de leer cosas complicada­s en una máquina que también me da acceso a cualquier otra cosa en mi vida. Le pedimos a los niños que lean su tarea escolar en un dispositiv­o que también les da acceso a todo aquello que les importa: Facebook. Es triste ser testigo de esa lucha.

–¿Cómo negoció esto con su propia hija? –Hicimos lo del espacio sagrado. Y en general, funcionó. Nada de computador­as ni teléfonos en la cocina, en la mesa del comedor, ni en el auto. Esos son los lugares donde se crean los espacios familiares. Y por supuesto, es esencial que aplique las mismas reglas de espacios sagrados para usted y para ellos. La cuestión no es que su hijo adore usar la pantalla para escribir. El tema es que no debe hacerlo cuando está conversand­o con usted. Nunca acepté la amistad de mi hija en Facebook; ese no era nuestro espacio para compartir cosas. En cambio, cenaba con ella casi todas las noches. No estoy en contra de la tecnología, estoy a favor de la conversaci­ón.

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TJHE GUARDIAN/ BLAKE FITCH Sherry Turkle pactó con su hija espacios sagrados donde no entran los dispositiv­os electrónic­os.

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