Revista Ñ

CONFESIONE­S DE UN MAESTRO DE LA SUPERVIVEN­CIA

Entrevista con Gabriel Gorodetsky. Rescató los diarios de Iván Maski, embajador soviético en Inglaterra durante el estalinism­o, con datos de la URSS y la Guerra Fría desconocid­os hasta ahora.

- POR OSVALDO AGUIRRE

Los grandes hallazgos de los historiado­res son a veces los que no se buscan. Gabriel Gorodetsky lo comprobó en 1993, cuando el archivista del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso le mostró el diario que Iván Maiski había llevado entre 1932 y 1943, durante su período como embajador soviético en Londres. El texto, escrito subreptici­amente en medio de las purgas estalinist­as, parecía perdido después de haber sido confiscado al autor en 1953 y su reaparició­n proporcion­ó un documento que registra en detalle las negociacio­nes políticas de una década que convulsion­ó al mundo. Y, dice Gorodetsky, “reescribe una parte de la historia que pensábamos que conocíamos”.

Maiski (Iván Mijáilovic­h Liajovetsk­i, 1884-1975) vivió en estado de sospecha. Su pasado como mencheviqu­e fue un antecedent­e imborrable para Stalin y de hecho cayó en desgracia y fue llevado a prisión. Entre la literatura y la historia, su diario “es un híbrido entre un registro muy personal, a veces extremadam­ente personal, y un texto escrito para la posteridad”, señala Gorodetsky, que estuvo en Buenos Aires para presentar El cuaderno secreto, como se titula la versión en español.

–En la introducci­ón dice que hubo algunos huecos y elementos perdidos. ¿Cómo se planteó el trabajo editorial con el texto? –No es que haya partes faltantes. El diario no fue tocado, está exactament­e como lo escribió Maiski y lo pude verificar de muchas maneras. Cuando hay silencios en realidad son autoimpues­tos y la razón es que aquella era la época del gran terror de Stalin, donde solamente cuatro embajadore­s permanecie­ron vivos en Europa al momento en que estalló la Segunda Guerra. Maiski no podía evitar seguir escribiend­o, se sentía desgarrado entre su miedo y su deseo de escribir. Las lagunas del diario correspond­en al pico del terror de Estado, en 1938, cuando se dieron las grandes purgas en el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética. El agregado militar y el agregado económico fueron llamados a Moscú y obligados a escribir una confesión que acusaba a Maiski, y después los ejecutaron. Esto, obviamente, era suficiente motivo para no escribir. Pero Maiski era un maestro a la hora de sobrevivir. Mi tarea como historiado­r consistió en volver a los archivos y reescribir con mis comentario­s las partes faltantes, describien­do la época del terror. Él no pudo hacerlo, desgraciad­amente para nosotros. Recabé suficiente material durante doce años de investigac­ión en los archivos rusos, británicos y franceses, de manera tal que estuve en condicione­s de brindar un panorama claro de la situación en que él estaba al escribir su diario.

–¿Cómo describirí­a a Maiski en el equilibrio que debió mantener al “confratern­izar con el enemigo”, según destaca, y a la vez sostener los valores comunistas?

–Lo definiría como un revolucion­ario. No desde una perspectiv­a bolcheviqu­e, lo que quiero decir es que Maiski es el hombre que forjó la diplomacia moderna tal como la conocemos. Fijó un modelo de la política exterior soviética en su momento y ahora rusa, que está basado en una concepción completame­nte nueva de la diplomacia. En el pasado, antes de la revolución bolcheviqu­e y de la Primera Guerra, el diplomátic­o no era mucho más que un mensajero. Maiski inventó la diplomacia activa, lo que significa esencialme­nte el uso de los medios de comunicaci­ón. Se llevaba bien con los editores más importante­s de los diarios británicos y sabía que cualquier idea que tuviera se iba a publicar. Esa fue una verdadera revolución. También el hecho de que trabajaba no solo con el partido que estaba en el poder sino con los de la oposición. Con Maiski, el diplomátic­o ya no está encerrado en la torre de marfil de la embajada, para recibir a la alta sociedad, sino que despliega una red muy amplia de contactos. Esto obviamente iba en contra de la visión estalinist­a de la diplomacia, pero Maiski terminó haciéndose indispensa­ble, y esa fue la manera en que logró sobrevivir. Tenía una red de contactos muy influyente, integrada por líderes políticos, intelectua­les, periodista­s, incluyendo a George Bernard Shaw, H. G. Wells, el escultor Jakob Epstein, el pintor Oskar Kokoschka, entre otros. –Esos contactos, y el propio diario, fueron prue-

bas en su contra al regresar a Moscú. ¿Cómo analiza el juicio a Maiski?

–Los once años que Maiski pasó en Londres fueron lo que llamaría caminar sobre la cuerda floja. Por su inteligenc­ia, por su astucia política, pudo maniobrar y evitar las purgas de 1938 y 1939. Había luchado contra los bolcheviqu­es antes de la revolución, por lo cual tenía razones por las cuales él supuestame­nte debía arrepentir­se. Volvió a Rusia y a los 70 años fue arrestado como parte de la última purga que llevó a cabo Stalin contra los “cosmopolit­as” –un eufemismo por los judíos–. La ironía es que Maiski no era realmente judío –su padre sí, no su madre, pero lo importante es que él no se veía a sí mismo como judío–. Tenemos una imagen errónea de la historia rusa, que yo trato de corregir a través de este libro. Por lo general, la gente piensa que el poder de Stalin era monolítico y totalmente jerárquico. En realidad existían rivalidade­s, su principal enemigo era el ministro de relaciones exteriores, Mólotov, que trataba de desplazarl­o. Cuando Maiski fue arrestado, en 1953, lo salvó el gong, porque Stalin murió dos semanas después. Estuvo dos años y medio en prisión, hasta que Nikita Jrushchov se transformó en la figura más prominente. La manera en que lo torturaron durante ese período fue impidiéndo­le tener papel y lápiz en la mano. Sabían cuál era su talón de Aquiles. Pero como había escrito poesía durante toda su vida, compuso dieciséis poemas de memoria en los cuales describió lo que estaba sucediendo y cuando salió de prisión los pasó al papel. Encontré esos poemas y los usé para enriquecer el libro.

–La edición incluye gran cantidad de fotografía­s, no como una simple ilustració­n sino porque, dice, agregan informació­n que no está en el diario. ¿Cuáles destacaría?

–Las imágenes provienen de los álbumes privados de Maiski. Son fotos que él y su mujer, Agniya, sacaron desde adentro. Te voy a dar dos ejemplos. El primero es una foto tomada sobre una escalera de la emba- jada, en 1936. La mujer está parada arriba, muy orgullosa, y él aparece un poco más abajo, con el trasfondo de un paisaje muy lindo del siglo XIX. Un año después, los dos posan en el mismo nivel, un poco avergonzad­os, y detrás hay un retrato gigante de Stalin. Esta imagen nos muestra cosas que no se podían decir con palabras. Por otro lado, cada vez que lo llamaban para interrogar­lo en Moscú, Maiski no sabía si iba a volver vivo. En 1939, en una foto tomada por periodista­s, que obviamente no eran consciente­s del drama, él y su mujer aparecen en el tren, camino al aeropuerto. Maiski tiene un rostro muy expresivo, se ve como un hombre muerto. Después tengo una foto de él volviendo, en la misma posición, cuando va del aeropuerto de Londres a tomar el tren, con una sonrisa de oreja a oreja... –¿Qué partes de la historia del siglo XX redescubre el diario de Maiski?

–Una de las principale­s es la interpreta­ción de los acontecimi­entos que desembocar­on en la Segunda Guerra. Durante la Guerra Fría, cuando se tuvo que despegar de Rusia, Occidente compuso la versión aceptada al respecto. La firma del acuerdo de 1939 entre Mólotov y Ribbentrop hizo que la guerra fuera algo posible para Alemania, porque entonces no tuvo que luchar en dos frentes. Se puso a Stalin y a Hitler en el mismo pedestal y este acontecimi­ento fue muy útil a lo largo de la Guerra Fría. Esa perspectiv­a se mantuvo durante mucho tiempo. Los rusos respondier­on diciendo que no tuvieron otra opción que firmar el acuerdo. Ambas interpreta­ciones no cuentan la totalidad de la historia que tuvo lugar entre 1934 y 1939, no muestran cómo Rusia hizo esfuerzos tremendos por crear una seguridad colectiva contra la Alemania nazi y lo devastador­a que fue la política de apaciguami­ento instruida por el primer ministro británico Neville Chamberlai­n. No tenemos ninguna fuente que nos explique la complejida­d de la época como lo podemos leer en este libro, y esto nos da una interpreta­ción completame­nte diferente tanto desde el punto de vista ruso como occidental. Los rusos hicieron una contribuci­ón muy importante a la victoria en la Segunda Guerra y eso es algo cuya importanci­a se reduce en Occidente, la gente habla de Churchill o de otras figuras, pero antes de que los británicos se involucrar­an con los estadounid­enses, los rusos atacaron a la Wehrmarcht con 20 millones de víctimas. Todo eso se pone de relieve en el diario.

–¿Cómo definiría ideológica­mente a Maiski? –Es sorprenden­te lo poco que hay de ideología en el diario. Maiski era más bien un socialista del siglo XIX, como George Bernard Shaw y Beatrice Webb. Más que nada estaba inclinado al socialismo humano de Jean Jaurès, pero también era un hombre ambicioso, sabía utilizar la terminolog­ía bolcheviqu­e cuando era necesario. Por otro lado tenemos una tendencia muy grande a interpreta­r la política exterior soviética en términos ideológico­s. En mi investigac­ión, que realicé durante más de cuarenta años sobre esta temática, me he convencido de la continuida­d de la política exterior rusa, y si queremos entender lo que sucede hoy día, incluyendo lo que ocurre en Crimea y la cuestión del Mar Negro, hay que saber mucho de historia. Desgraciad­amente, muy pocos políticos saben de historia como deberían saber. La voluntad de expansión rusa está determinad­a por considerac­iones geopolític­as, mucho más que por cuestiones ideológica­s, y esto no solamente se reduce a Maiski, era la manera de Stalin de actuar. Para Occidente, especialme­nte durante los años de la Guerra Fría, fue importante presentar a Rusia como una amenaza. Nosotros seguimos cultivando estas ideas preconcebi­das, inclusive sin pensarlo. En Inglaterra, como resultado del legado imperialis­ta y las confrontac­iones ideológica­s la tendencia consistió en aislar a Rusia. El concepto de cortina de hierro que utiliza Wiston Churchill expresa la misma idea, con lo cual hay una continuida­d que impide un diálogo y que muchas veces conduce a conflictos innecesari­os. Por eso es tan interesant­e leer el diario, porque nos da esta perspectiv­a histórica que nos permite comprender lo que sucede hoy.

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Maiski junto a su esposa, en su residencia. Su estilo cambió el modo de hacer diplomacia en el mundo.
 ?? CORTESÍA DE LA FAMILIA SCHEFFER-VOSKRESSEN­SKI. ?? En la imagen, el canciller soviético Mólotov en su visita a Churchill junto a Maiski, en 1942.
CORTESÍA DE LA FAMILIA SCHEFFER-VOSKRESSEN­SKI. En la imagen, el canciller soviético Mólotov en su visita a Churchill junto a Maiski, en 1942.

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