Revista Ñ

Pícaras visitas a Churchill

- POR IVÁN MAISKI

29 de marzo de 1938

He asistido a una reunión en la Cámara de los Lores por primera vez en el tiempo que llevo en Inglaterra, fuera como exiliado o después de la revolución.

La agenda incluía asuntos de política exterior. Había unas cien o ciento veinte personas sentadas en los bancos de cuero rojo. Parecían moscas en la leche, ya que la Cámara puede albergar el triple de personas. ¡Pero hoy era un “gran día”! Normalment­e no asisten más de treinta o cuarenta lores, y el quórum mínimo de la Cámara es de… ¡tres!

(…) En mi vida he visto una reunión de reaccionar­ios comparable a la de esta Cámara de los Lores. Es evidente que refleja el peso de los años. Hasta el aire de la Cámara es rancio y amarillent­o. Hasta la luz que pasa por las ventanas es lúgubre. Los hombres que se sientan en esos bancos rojos sufren de una ceguera histórica, como los topos, y están dispuestos a lamerle las botas al dictador nazi como un perro apaleado. ¡Esto lo pagarán, y yo lo veré! (…)

4 de septiembre de 1938

He visitado a Churchill en su casa de campo. ¡Un lugar magnífico! Treinta y cuatro hectáreas de terreno. Una enorme hondonada verde. Sobre una loma se levanta la casa de piedra de dos plantas del anfitrión: grande y elegante. La terraza ofrece una panorámica imponente de las colinas de Kent, cubiertas de una niebla azul oscuro muy inglesa. Sobre la otra loma se extiende un bonito bosque. Hay estanques en tres terrazas por la ladera de la colina, todos con carpas de diversos tamaños: en el estanque superior pesarán hasta tres o cuatro libras, en el siguiente son algo más pequeñas, mientras que las más diminutas están en el estanque inferior, en la parte más baja de la hondonada. A Churchill le fascinan sus peces, grandes y pequeños; los cuida con la máxima dedicación y es evidente que los considera una de las mayores atraccione­s de Inglaterra.

La finca también cuenta con una piscina artificial para bañarse y nadar, un bonito jardín, abundantes frutales (ciruelos, melocotone­ros, etc.), una pista de tenis, jaulas con pájaros azules que hablan con voces humanas, y muchas cosas más. Churchill me ha llevado a un pabellón-estudio con decenas de pinturas –obra suya- colgadas de las paredes. Algunas me han gustado mucho. Por último, me ha enseñado su mayor tesoro: una pequeña cabaña de ladrillo, aún en obras, que construye él mismo en su tiempo libre.

“Soy albañil, ¿sabe? –dijo Churchill, con una mueca-. Pongo hasta quinientos ladrillos al día. Hoy he trabajado la mitad del día y, mire, he levantado una pared”. Le dio una palmadita al tabique aún húmedo con cariño y satisfacci­ón. ¡No viven mal, los líderes de la burguesía británica! ¡Con su sistema capitalist­a tienen mucho para proteger!

Ha debido de adivinar mis pensamient­os porque, recorriend­o su próspera finca con un gesto de la mano, se ha reído y ha dicho: “¡No se sienta mal al ver todo esto! Mi finca no es producto de la explotació­n del hombre por el hombre: la compré en su totali- dad con mis royalties literarios”.

¡Churchill debe de ganar unos derechos de autor considerab­les! Luego hemos tomado el té los tres: él, su esposa y yo. En la mesa, aparte del té, había toda una batería de bebidas alcohólica­s de todo tipo. Parece que Churchill no puede pasar sin ellas. Se ha bebido un whisky con soda y me ha ofrecido un vodka ruso de antes de la guerra. De algún modo ha conseguido conservar esa rareza. Yo le he expresado mi sincero asombro, pero él me ha interrumpi­do: “¡Esto no es nada! ¡En mi bodega tengo una botella de vino de 1793! No está mal, ¿eh? La guardo para una ocasión muy especial, realmente excepciona­l”. “¿Cuál, exactament­e, si se lo puedo preguntar?”

Churchill esbozó una sonrisa pícara, hizo una pausa y de pronto declaró: “¡Nos beberemos esa botella juntos cuando Gran Bretaña y Rusia venzan a la Alemania de Hitler!”. Estaba prácticame­nte atónito. ¡El odio de Churchill hacia Berlín realmente ha sobrepasad­o cualquier límite! Su esposa me ha causado una buena impresión. Yo apenas la conocía.

Es una mujer animada e inteligent­e que demuestra interés en la política y que la entiende. Con una mirada a su esposa, Churchill observó: “Se lo cuento todo. Pero ella sabe tener la boca cerrada. Nunca revelará un secreto”.

Randolph Churchill no estaba presente. Está siguiendo un entrenamie­nto de tres meses en el ejército. (…)

27 de febrero de 1939

Este día quedará grabado en la historia de Gran Bretaña y de Francia como una jornada de desgracia y locura: Londres y París han reconocido a Franco de iure…

Gran Bretaña y Francia tardaron siete años en reconocer el Gobierno soviético. Y apenas han tardado siete días en reconocer a Franco. Estos hechos reflejan la verdadera esencia de las “democracia­s capitalist­as”, igual que una gota de agua refleja el sol.

 ??  ?? Iván Maiski, embajador soviético en Londres 19321943. Edición de Gabriel Gorodetsky Trad. Jorge RizzoRGA ediciones.733 págs. $ 799
Iván Maiski, embajador soviético en Londres 19321943. Edición de Gabriel Gorodetsky Trad. Jorge RizzoRGA ediciones.733 págs. $ 799

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