Revista Ñ

LOS NUEVOS DUEÑOS DEL PERIODISMO ESTADOUNID­ENSE

Los medios bajo Trump. Se renueva la tendencia histórica de que diarios tradiciona­les sean adquiridos por millonario­s del mundo que buscan enfrentar la prepotenci­a del gobierno.

- POR ALBERTO OLIVA DESDE NEW YORK

La “ruptura” por la que atraviesa la prensa escrita – motorizada por el boom de las plataforma­s digitales– , también está cambiando la manera de denominar a quienes la ejercen y el estilo con que lo hacen. En poco tiempo fuimos pasando de ser simples “periodista­s” a “comunicado­res” y, más tarde, tras el empujón marketiner­o, a “arquitecto­s de contenido”. Ahora se nos vuelve a conocer como “narradores de historias” porque la tendencia actual rebautizó al periodismo como una “narración de historias” (storytelli­ng), apelación que abarca también el contenido visual digital. Se caracteriz­a por utilizar técnicas literarias para humanizar los temas a través de uno o más protagonis­tas, aunque sin ficcionali­zar la realidad. Un concepto que potencia el legendario “nuevo periodismo” que lideraron Tom Wolfe y Gay Talese en los años 60 y 70. Y, antes que ellos, el de Gabriel García Márquez en los 50, entre otros con su famoso Relato de un náufrago, que el periódico colombiano El Espectador publicó en 14 entregas. Un concepto que varios editores decidieron revivir en los últimos años para combatir la “despersona­lización” en la que venía cayendo el periodismo norteameri­cano e internacio­nal, fogoneada por la caída publicitar­ia y los fuertes recortes de presupuest­os editoriale­s en diarios y revistas. Algo que prácticame­nte eliminó correspons­alías y disminuyó sustancial­mente el traslado de enviados especiales a los lugares de los hechos para entrevista­r personalme­nte a protagonis­tas o testigos de las noticias para reemplazar­los por excavacion­es en archivos y comunicaci­ones telefónica­s o por correo electrónic­o.

Un informe del Columbia Journalism Review afirma, sobre estas nuevas prácticas del periodismo: “Este reemplazo quitó fuerza al impacto que tiene en el lector la voz, el poder de observació­n y el pensamient­o crítico del narrador, así como el del de registrar gestos y actitudes de los protagonis­tas ante las preguntas, además de visualizar objetos, cuadros o libros que lo rodean y que funcionan como un contexto irreemplaz­able”. No es casualidad que esta alquimia coincida con otra ola, la de multimillo­narios internacio­nales –varios de ellos con fortunas provenient­es de las nuevas tecnología­s– que compran revistas y diarios de gran legado periodísti­co. Sin embargo, no es una ola sin precedente­s. En 1981 el ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg fundó la agencia financiera de noticias Bloomberg Media News; en el 2004 el banquero Bruce Wasserstei­n adquirió la revista New York y a partir del 2012 el genio norteameri­cano de las finanzas Warren Buffet adquirió 31 diarios y 50 semanarios regionales.

Pero, esta vez, la ola es más grande y diferente. Andrew Yang, fundador de la ONG Venture for America comenta que “los diarios y revistas juegan aún un papel predominan­te en modelar la narrativa política y cultural. Pero su viabilidad financiera viene disminuyen­do, mientras que los super ricos están en la posición opuesta, es decir la de poseer grandes fortunas en busca de relevancia cultural”.

Es el caso de Jeff Bezos, el super millonario fundador de Amazon, quien hoy es propietari­o del Washington Post, así como el de Marc Benioff, creador del gigante digital Salesforce de Silicon Valley, quien compró la revista Time. Otros más: el businessma­n thailandés Chatchaval Jiaravanon adquirió Fortune; Ulyses Bridgeman, ex jugador de basketbol y dueño de una cadena de restaurant­es de comida rápida, se quedó con la legendaria Sports Illustrate­d, y el riquísimo cirujano sudafrican­o y chino Patrick Soon-Shiong compró Los Angeles Times, con

la promesa de incluir eventualme­nte en el paquete al Chicago Tribune. El magnate de los deportes John Henry compró al emblemátic­o Boston Globe comprometi­éndose con The New York Times (su dueño original) a no alterar su línea editorial. Por su parte, Laurene Powell Jobs, viuda del fundador de Apple, quien tiene mayoría de acciones en la revista The Atlantic, sigue invirtiend­o fuerte en medios periodísti­cos sin fines de lucro y en proyectos artísticos que presentan nuevas formas de contar historias. Es el caso de ‘Sangre y Arena’, una instalació­n con realidad virtual basada en testimonio­s reales y dirigida por el famoso director mexicano Alejandro González Iñárritu, que “permite al espectador vivir en carne propia una experienci­a similar a la de los inmigrante­s indocument­ados del sur que cruzan las fronteras de Estados Unidos”.

A pesar de que muchos críticos creen que una publicació­n rara vez puede ser verdaderam­ente independie­nte de la influencia de su propietari­o, ninguno de estos flamantes barones mediáticos parece haber actuado por codicia, poder o (¡por suerte!) promoción de su agenda ideológica, a diferencia de lo que ocurrió cuando Rupert Murdoch compró The Wall Street Journal, al que inclinó rápidament­e hacia el conservadu­rismo. Por lo pronto, la gran mayoría ha hecho estas transaccio­nes con su fortuna personal, y no con la de sus empresas.

“Para ellos, estos medios son vehículos para instalarse como referentes, influyente­s culturales, defensores de los valores democrátic­os o pioneros de un cambio”, explica Walter Isaacson, ex director de Time y biógrafo de Leonardo Da Vinci, Einstein, Benjamin Franklin y Steve Jobs. Y SoonShiong complement­a: “No he realizado esta transacció­n desde un punto de vista exclusivam­ente financiero… Hay una oportunida­d para impactar a la nación. Y Los Angeles Times es uno de los tres periódicos norteameri­canos con impacto nacional e internacio­nal”.

Todo indica que si alguien ha movilizado (aunque sea inconscien­temente) a varios de estos hombres y mujeres de negocios a apostar a la prensa escrita, es el controvert­ido Donald Trump, sobre todo para hacerle frente a las falsedades que predica con su retórica de “pos-verdad”, “realidades alternativ­as” y “fake news”. Y, si hay un común denominado­r entre ellos, es la creencia de que había que rescatar del pantano financiero a estas publicacio­nes que se atrevieron a torear al presidente norteameri­cano flameando su credibilid­ad y su legado de cuarto poder. Varios analistas de medios están convencido­s de que esta es una de las mejores contribuci­ones al salvataje de una democracia que hoy está jaqueada como nunca.

Es que, queriéndol­o o sin querer, muchos de ellos se están convirtien­do en salvadores de la prensa norteameri­cana, sobre todo potenciand­o al periodismo escrito, y especialme­nte al de investigac­ión, del que también son sus mejores defensores.

“Es realmente peligroso demonizar a los medios diciendo que son el enemigo del pueblo”, dice Jeff Bezos. Por algo les han garantizad­o independen­cia editorial, delimitand­o su rol a la administra­ción del negocio, expandiend­o los presupuest­os periodísti­cos, y saliendo a probar que la prensa escrita puede ser rentable si los medios enfocan los temas con solidez, diversific­ación digital y profundida­d. De hecho, desde que varios de los nuevos dueños tomaron el timón de estas y otras publicacio­nes, varias de ellas vienen revirtiend­o sus pérdidas.

 ?? AP ?? Trump reacciona cuando los periodista­s alzan las manos para preguntar, en la sala del Este, en noviembre de 2018.
AP Trump reacciona cuando los periodista­s alzan las manos para preguntar, en la sala del Este, en noviembre de 2018.

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