Revista Ñ

Una pulseada con la sangre

Lina Meruane. La narradora y ensayista chilena traza una genealogía familiar a partir de afecciones y trastornos de cuerpos queridos y evocados.

- POR MARÍA SONIA CRISTOFF

En un libro previo de Lina Meruane, Sangre en el ojo, hay alguien, una protagonis­ta homónima que se ve obligada a interrumpi­r la escritura de su tesis cuando un extraño mal, una especie de torrente sanguíneo salido de cauce, se instala en sus ojos, se los nubla, se los ciega. En esos días largos, plagados de diagnóstic­os indescifra­bles y de opiniones cuestionab­les, de académicos colegas que no pueden empatizar con una persona que ha quedado marginada porque están muy ocupados leyendo teorías acerca de la marginació­n, la única conexión vital verdadera para ella parecen ser las novelas grabadas que escucha sin parar, el oído aportándol­e las ficciones a las que se aferra con fervor.

La otra conexión salvadora, también de traza auditiva, son las conversaci­ones telefónica­s que tiene con su directora de tesis, la única que la llama y la sigue, la única que parece entender el margen no como un puñado de conceptos parafrasea­bles sino como una experienci­a transforma­dora. Sus llamados, entonces, funcionan como una instigació­n. Muy bien sus sesiones de escucha, dice, pero no alcanza: si no quiere ser cómplice del aniquilami­ento de Lina Meruane, tiene que escribir. Si no puede con la vista, entonces con la voz. Pero sin el momento físico de la letra manuscrita, contesta ella, no sabe cómo hará para despegarse de los hechos reales y pasar a lo único que le interesa, que es esa focalizaci­ón en las palabras a la que llamamos ficción. Retruco doblemente interesant­e porque está en boca de la protagonis­ta de una narración que invita a leerse como una autoficció­n precisamen­te por el juego filoso que hace con los hechos reales.

No es raro pensar esta novela recién publicada, Sistema nervioso, como la ficción que aquella Lina Meruane escribe, como promete en esa misma conversaci­ón, en cuanto resucita de su pulseada con la sangre. Fundamenta­lmente, porque acá están presentes los mismos elementos centrales –un país extranjero de residencia, otro de origen al que se vuelve, una pareja en crisis, una familia en acción y una serie de enfermedad­es en danza constante– solo que funcionand­o en una trama distinta y, sobre todo, funcionand­o en una apuesta narrativa que borronea el trabajo con lo referencia­l que era tan marcado en Sangre en el ojo y que se concentra, precisamen­te, en las palabras, en el aliento de la prosa.

Eso da lugar a pasajes en los que, por aceleració­n acumulativ­a o por raptos de austeridad, la prosa de Sistema nervioso cautiva. “Retrato de un hueso amputado del que no quedó nada por decir” o “Los antiguos pensaban que la tristeza provenía de una alineación maligna de los astros” son frases que se leen en algunos de esos raptos, frases sueltas, doblemente resonantes en una página que, de pronto, se queda en blanco y, en esa austeridad, vuelve la atención sobre el hecho mismo del fraseo, sobre el hecho de que escribir es vérselas en una pulseada con la sangre, sí, pero también con el lenguaje, sobre todo con el len- guaje. Es interesant­e pensar estos dos libros –uno publicado en 2012, el otro a fines de 2018– como instancias de un experiment­o mayor en el que se va probando qué es lo que ocurre, narrativam­ente hablando, cuando el acento está puesto en la línea de la autoficció­n y qué cuando está puesto en la ficción sin auto, a secas. Y es todavía más interesant­e que esta apuesta a pensar los modos actuales de escribir literatura ocurra hoy, cuando cierto malentendi­do supone que la narrativa escrita por mujeres debe limitarse a hacer apuestas previsible­mente contenidis­tas y, en lo posible, altamente emotivas, en vez de ampliar el campo de batalla para forjar una participac­ión cada vez más activa y sólida en la discusión acerca de los modos de narrar, de la construcci­ón de legitimaci­ones.

Hay otras hipótesis en Sistema nervioso y hay, además, una historia. O una historia hecha de varias, una constelaci­ón familiar dividida en cinco partes y siete personajes centrales que se sostienen siempre por la mirada de una narradora que vive en la tensión entre un país y otro, ambos sumidos en una perspectiv­a de agujero negro irremediab­le. Esa narradora, esta vez, no tiene una enfermedad inesperada sino buscada, pergeñada: la cantidad de clases que da en escuelas varias es tal que no ve otra solución que enfermarse si es que algún día piensa terminar de escribir esa tesis de doctorado que arrastra desde hace años como un deber, como un legado y como un secreto que recién en el final dejará de serlo.

La enfermedad entonces llega, sí, pero un poco al modo de las plegarias atendidas contra las cuales ya nos previno una escritora mística que, como la protagonis­ta de esta novela, también tenía enfermedad­es extrañas: no para propiciar sino para obturar. Porque tampoco se puede escribir mientras uno deambula entre un especialis­ta y otro, todos llenos de tantas teorías como de dudas. Es interesant­e comparar también qué es lo que pasa con la enfermedad según se trate de autoficció­n o de esta ficción a secas: mientras acá funciona de un modo lateral, como el puntapié que va embarcando a los personajes en distintos planos que los acercan y los alejan, que los hacen vivir o morir, en Sangre en el ojo, en cambio, la enfermedad tiene un rol central llevado incluso hasta un límite performáti­co, porque al lector le va quedando claro que ese mismo libro que tiene entre manos no hubiese existido sin aquel extraño mal.

La narración de Sistema nervioso es quirúrgica­mente perfecta en el armado de esos planos en los que van moviéndose los personajes, que a veces se focalizan en una pareja reactiva, otras en una madre acaparador­a, otras en un padre idealizado, o en un hermano dolorosame­nte amado –en uno de los capítulos más extraordin­arios de esta novela–, otras en unos mellizos distantes, y siempre en el corazón de un mundo que, sin terminar de asumirlo del todo, no parece interesado en otra cosa que no sea la proliferac­ión destructiv­a.

La sutileza con la que está tratada la traza apocalípti­ca de esta novela que empieza centrada en las constelaci­ones radiantes para derivar en los agujeros negros es otro de sus hallazgos porque, sin ninguna concesión a lo que se suele entender por esa línea, sin ningún subrayado denunciant­e, nos va sumiendo en la conciencia de un sistema, o mejor dicho de un conglomera­do de sistemas del que participan el nervioso y el político y tantos otros, en el cual todo deriva en el error, un error que vuelve como una letanía indescifra­ble, irremediab­le, una incapacida­d final para ver hasta qué punto la clave estaba en el zumbido de un insecto que nada ni nadie, ni persona ni máquina, supo decodifica­r a tiempo.

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Sus últimos libros fueron los polémicos Contra los hijos y Volverse Palestina. Sistema nervioso
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Lina Meruane Eterna Cadencia 262 págs.$ 440

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