Un comisario adinerado y crímenes en un convento
Narrativa argentina. Malos hábitos es una novela negra que se interna en las relaciones entre iglesia y poder.
La nueva novela de Patricia Sagastizábal no se anda con chiquitas. La autora ya había trabajado el género policial en Un secreto para Julia, con el cual ganó el Premio La Nación-Sudamericana en 1999. Dos años antes, en 1997 había publicado su primera novela, En nombre de Dios, donde aparece el tema de la Iglesia, pero esta vez desde una perspectiva histórica: un jesuita español enviado a nuestras tierras con el mandato de convertir a los indios en cristianos.
En la reciente Malos hábitos, una novela por demás original, el ámbito para el crimen es un convento de monjas, donde hay hermanas y novicias, un cura párroco y un jardinero. La historia comienza con el crimen atroz de la novicia Azucena, nacida en Piray, Misiones, residente en el Convento de la Congregación de las Hermanas de la Trinidad, quien fue torturada y violada antes de morir y su cadáver cubierto con una sabanita de bebé. El cuerpo tiene marcas extrañas, que fueron grabadas a fuego y que hacen sospechar algún tipo de ritual satánico. El comisario a cargo es Obineta, un tipo respetado dentro de la Policía Federal pero que gasta demasiado para el sueldo que debe cobrar, vale decir, tiene un Audi, un velero, una casa quinta en Pilar, manda a los chicos a colegios privados... O sea, le entran otros fondos, pero todos a su lado prefieren hacer la vista gorda, en lugar de hacer averiguaciones incómodas.
Lo primero que le llama la atención a Obineta es que la novicia fue asesinada pero todas las cerraduras están intactas. Después, encuentran una pista. Las monjas están confusas, aunque lo que de verdad las altera es el amor y la pasión. Entre la Madre Superiora, la hermana Celestina y la novicia, hay un triángulo amoroso que pone en ascuas al lector. Y si a eso hay que sumarle lo que la hermana María vio y el padre Mario le dice que calle, más el amor que la hermana María siente por un hombre común que le propone que deje los hábitos, el lector siente que tendrá un ataque de nervios. Hasta un cura confesor exige un voto de silencio para proteger a los poderosos; es lo que acaba de comprender la hermana María y parece despertar de su ingenuidad de devota. Las pruebas con que cuenta Obineta son las pequeñas prendas de amor que escondía en su celda la novicia Azucena: un chal del Vaticano, una cajita de música donde suena “La vie en rose” y un anillo.
La novela de Sagastizábal es una novela negra, es decir, no sigue la vieja tradición detectivesca de monjes, frailes y sacerdotes, que va desde el Padre Brown hasta Fray Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa. Ni siquiera la de la autora medievalista Alys Clare y su serie de misterios en la Abadía de Hawkenly, una saga de seis novelas situadas en el siglo XI en Inglaterra. El primero de ellos, La novicia asesinada, tiene a la abadesa Helewise ayudando a resolver el crimen.
Pero en nada se parece aquella sociedad a la que Patricia Sagastizábal decide abordar en su novela. De hecho, vuelve a poner en el tapete los crímenes de la Iglesia que desde hace décadas se vienen denunciando: abusos sexuales, abusos de poder y encubrimiento. En este sentido, una novela oportuna para preguntarse, hoy por hoy, si la Iglesia debe estar separada del Estado, por qué, y cuánto.