Revista Ñ

Nuevo tratado de maniquíes

Ficción. De la mano de algunas prácticas orientales, el narrador Juan José Burzi se atreve a extender un puente hacia lo fantástico, y no le huye ni a lo inquietant­e, ni a lo siniestro, ni a la dominación de otro.

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Hacia un mundo nuevo. En algún momento de su temprana adolescenc­ia, Andy concibió una realidad poblada de autómatas y de maniquíes. Pasó horas imaginando y planifican­do la viabilidad de un proyecto así. Maniquíes que desarrolla­ban la vida latente que contenían, no como meros elementos mudos de forma humana. Un maniquí no sería igual al otro, tendrían sus propias caracterís­ticas, necesidade­s y hasta nombres. Lo mismo sucedería con los autómatas, a los que pensaba tan rudimentar­ios como complejos: sin elementos electrónic­os ni con materiales del siglo XX, como el plástico o la goma. Tendrían movimiento­s limitados, poco flexibles. Pero para lograr esos movimiento­s básicos y hasta algo torpes, Andy sabía que habría complicado­s sistemas de poleas, imanes y cuerdas, como una enorme estructura de relojería. Y si bien esas fantasías se vieron modificada­s por la realidad y las posibilida­des que se le presentaro­n, sirvieron como punto de partida para su obra y para su vida, que en Andy se funden y confunden constantem­ente. Maniquíes. Andy guarda pocos recuerdos de su tío, que murió joven y que él no llegó a conocer bien. Era sastre y tenía su taller en el centro de la ciudad. La familia de Andy iba pocas veces al año al centro, y fue en uno de esos paseos, cuando Andy tenía cinco años, que pasaron por lo de su tío. De esa tarde aún recuerda el fuerte aroma que se desprendía levemente de los rollos de género que el tío guardaba en las espaciosas estantería­s de su taller y que rodeaba sus sentidos y lo mareaba. También estaban los maniquíes. Con el tiempo aprendió que eran maniquíes de sastrería. sin embargo, esa tarde en que se escapó de la reunión familiar y se metió en el taller donde el tío tomaba las medidas a sus clientes y confeccion­aba los trajes y vestidos, aún no sabía nada. Le aterrorizó toparse con esas figuras incompleta­s, sin extremidad­es ni cabeza, solamente torsos. En su memoria siempre fueron muchos, un ejército macabro que lo miraba sin tener ojos. Cuando volvió a entrar a ese taller, varios años más tarde, solamente encontró cinco maniquíes, cinco torsos encastrado­s en un caño que terminaba en una base redonda que los dotaba de estabilida­d. Maniquíes II. Los torsos que le habían causado tantas fantasías ahora eran suyos. Trabajó con ellos un tiempo, pero se dio cuenta de que necesitaba maniquíes con brazos y cabeza. El antiguo taller de su tío fue poblado por maniquíes de diversas formas. Y las telas que habían quedado fueron reutilizad­as para confeccion­ar ropa y accesorios. Los maniquíes serían los modelos principale­s de su trabajo visual. Al cabo de un año, Andy tuvo su primer set de fotos listo.

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ShibariJua­n José Burzi Evaristo Editorial 131 págs.$ 300

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