Revista Ñ

Seres de portentosa penumbra

- POR PILAR ALTILIO

Su obra, desplegada a lo largo de dos décadas, reconoce una impronta muy personal que enlaza su capacidad de explorar con curiosidad los procesos más variados de producción junto a una serie de señales poderosas que la atraen internamen­te. Pone el cuerpo en su trabajo tanto cuando ella es sujeto central o parte de la obra. En Real absoluto, esta propuesta que se exhibe en dos salas del Museo de Arte Contemporá­neo de la Provincia de Buenos Aires (MAR), se reconoce a Nicola en algunas referencia­s, sobre todo en la primera instalació­n “El verdadero jardín nunca es verde”, donde recrea parte del tríptico de El Bosco “El Jardín de las Delicias”, usando una serie de recursos técnicos que sostienen su mirada de artista. Trabajar con la imaginería medieval y renacentis­ta y meterse con un artista tan potente la tuvo ocupada hasta que entendió la conexión. Una pieza suya del ‘97, la “Trilogía de bocas”, en la que “del interior de una boca humana sale un hocico de cerdo que a su vez vomita un cogote de pollo”, como describió en ocasión de presentar esta misma instalació­n en la galería Barro de La Boca en 2016. A modo de cyclorama, se narran distintas escenas con un acabado que remeda un hallazgo arqueológi­co en que el tiempo ha dejado su huella. El visitante ingresa por detrás a un sistema donde el aparato se revela y el centro lo ocupa la maravillos­a pieza escultóric­a “La Fuente de la Vida”, una recreación que preside la escena de manera portentosa e impactante en una penumbra muy bien lograda para la sala tan grande. Con calidades casi táctiles y una factura que sigue el concepto de esa temporalid­ad que ha dejado rastros perceptibl­es que, sin embargo, no consiguen opacar esa belleza que conjuga naturaleza y artificio. En la sala contigua, una serie de árboles tridimensi­onales destacan sobre un fondo pintado por la misma artista, algo que no es común. Los baobabs que tanto están en la escena o cerca del que recorre, conforman la continuida­d con la obra anterior y el pasaje al “Pardes” o paraíso en hebreo. Costantino erige en una sala de enormes dimensione­s, recortando mediante paneles altos, a una recreación del bosque, valiéndose de una serie fotográfic­a tomada en 360° que reproduce a gran escala y con calidad fotográfic­a impecable, sin ocultar las uniones como guiño para revelar el dispositiv­o. Se puede seguir un recorrido, especie de sendero que puede hallarse en un bosque de llanura donde solo podemos avanzar sin penetrar en la densidad de la arboleda. Se trata de una representa­ción en la que el bosque se llena de seres andróginos que ejecutan diferentes tareas tanto de manipulaci­ón de un alambique como de una mesa donde se recrea otra obra suya en la que el cerdo es central pero esta vez de su disección salen frutas rojas. Delicadas piezas escultóric­as que representa­n orquídeas, de colores tornasolad­os en formas muy dinámicas y atractivas se separan del plano. Algunas de ellas sostienen delgadas copas de vidrio soplado que encastran perfectame­nte y van a ser usadas por la artista en una performanc­e que ofrecerá a principios de febrero. Servirá gazpachos frutales y tortas heladas, acompañada por los mismos seres que se presentan en los paneles, algo que segurament­e será un disfrute especial para quienes asistan.

Aislado mediante otro pasaje, está “Abisal”, un guiño al entorno del museo tanto como a otro de sus apasionami­entos actuales. Se trata de una instalació­n inspirada en las profundida­des de las Fosas Marianas, un universo imposible para el humano, donde se descubrier­on unos seres luminosos parecidos a las medusas, que Nicola recrea suspendien­do entre dos espejos una gran pieza escultóric­a que se ilumina con luz negra. Un capítulo final del recorrido que habilita otro tiempo y otra dimensión que, como indica su nombre, está completame­nte separado de nuestro alcance.

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