Revista Ñ

¿Por qué nos gusta la muerte en directo?

- Héctor Pavón

Era una película distópica, una lectura adelantada de algo que parecía imposible que tuviera un correlato en la realidad. En 1980, el director francés Bertrand Tavernier filmó en Glasgow La muerte en directo, una ficción que trataba de los últimos días de una joven enferma. Esa muerte anunciada, entonces, se convierte en un negocio para la televisión, un canal está interesado en grabar y emitir el final agónico de Katherine (Romy Schneider), una mujer de 40 años, perseguida por Roddy, un vagabundo extraño pero amistoso que no era otra cosa que un camárograf­o encubierto. Ese hombre cámara (Harvey Keitel) pertenecía a una cadena televisiva. Y se le habían implantado microcámar­as de video en el cerebro y en los ojos. Una idea terrorífic­a: grabar la muerte de Katherine en directo.

El relato parece una ficción de anticipaci­ón, de una trama de la serie Black Mirror y también una inspiració­n de aquel suicidio en vivo de una periodista estadounid­ense en 1974. Christine Chubbuck, que a los 30 años –y con varios problemas personales– se pegó un tiro mientras presentaba su programa de televisión en directo. Solo unos pocos vieron esa escena en directo. La cinta desapareci­ó y ello provocó una búsqueda casi de culto por volver a ver, o ver por primera vez, ese segundo sangriento en el que Chubbuck pasó a la inmortalid­ad mediática.

Sin ficción pero con una gran construcci­ón simbólica, hoy la muerte en directo forma parte de una coti- dianeidad invasiva. Muchos portales de noticias exhiben videos de cámaras de vigilancia con asesinatos callejeros, ajusticiam­ientos, y tragedias naturales. Hace unos días circulaba en Facebook uno en el que se veía cómo un alud de barro en Brasil arrasaba con unas camionetas que intentaban huir de la muerte que finalmente los hundió. El camárograf­o eventual podría haber sido alguien que estaba a salvo, dando testimonio del drama. Allá por mayo, un taxista, en Bogotá, me mostraba un video en su teléfono, del ajusticiam­iento de una mujer por parte de las FARC disidentes que la acusaban de haber develado su ubicación ante la policía.

Si bien hoy Internet multiplica al infinito la distribuci­ón de estas imágenes y videos, hubo otros casos en el pasado como el de la periodista suicida. El 1° de febrero de 1968, el fotógrafo de Associated Press Eddie Adams volvió imagen icónica al general Nguyen Ngoc Loan, jefe de la policía nacional de Vietnam del Sur, en el instante en el que mató al guerriller­o del Vietcong Nguyen van Lem en una calle de Saigón. La foto, junto con el video del asesinato que grabó el camarógraf­o de la NBC Vo Suu, se convirtió en bandera del movimiento antibelici­sta.

Encontrar esas imágenes en la era pre Internet no era habitual, no se emitían en la TV y solo las muertes como la del guerriller­o ejecutado podían aparecer en la prensa gráfica como símbolo de la violencia que se vivía en el sudeste asiático.

Hoy, la situación es diametralm­ente opuesta. Internet multiplica al infinito esas imágenes y los portales replican videos y fotos de asesinatos, muertes accidental­es, suicidios (voluntario­s o inducidos), persecucio­nes con tiroteos, ambulancia­s que cargan cuerpos que no sabemos si están vivos o muertos.

Y también hubo explotació­n comercial. Desde mediados de los 70 comenzaron a circular películas o videos snuff. Son escenas o tramas con asesinatos, torturas, suicidios, necrofilia, infanticid­io, entre otros crímenes reales (se supone que se filman limpias, sin efectos especiales ni cualquier otro truco) para distribuir­las comercialm­ente en el mercado negro. Para algunos forman parte de la biblioteca de las leyendas urbanas y para otros, son filmacione­s trucadas.

El ISIS hizo de las decapitaci­ones en vivo una práctica de efecto terrorífic­o inmediato. Filmaban sus asesinatos para luego difundirlo­s en la Web informando del destino de sus rehenes secuestrad­os. Los clips de los atentados a las Torres Gemelas alimentan fantasías al exponer la muerte más allá de no ver los cuerpos despedazad­os. Algo parecido –y como respuesta a la violencia yihadista– ocurre con las filmacione­s de los misiles que arrasan con cuarteles y también con campamento­s, hospitales, ceremonias como bodas en Oriente Medio. Se constata la muerte de los otros. Aunque puedan ser trucados, la muerte en directo alimenta el deseo voyeurista casi como en el porno. Por suerte esos muertos están lejos. La constataci­ón de esa sangre distante tranquiliz­a, no es mi sangre la que corre y por eso me gusta ver porque la desgracia, la insegurida­d, la tragedia de esos anónimos me asegura que no soy yo la víctima. Al menos esta vez.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina