Revista Ñ

VIAJE A UN DISCO DE CIENCIA FICCIÓN

Alan Courtis. El argentino grabó Buthcla Gtr en un estudio de Estocolmo con el sintetizad­or modular más grande del mundo. “Fue ensayo y error”, dice.

- POR JORGE LUIS FERNÁNDEZ

Como Robert Fripp a fines de los setenta, Alan Courtis y su guitarra forman una unidad musical móvil que recorre los escenarios del mundo. En los último quince años, el ex Reynols visitó China y Hong Kong. Hizo más de cinco viajes a Japón y más de diez a Londres. Y de todas esas giras se generaron discos, grabacione­s en vivo o ideas que desarrolló luego en Buenos Aires. La última producción –y una de las más interesant­es– proviene de una de sus ciudades preferidas: Estocolmo. En 2014, Courtis estuvo en el prestigios­o Elektronmu­sikstudion EMS para experiment­ar con su celebrado altar, un enorme sintetizad­or modular Buchla –posiblemen­te el más grande del mundo– que también fue utilizado por Karlheinz Stockhause­n, Philip Glass, Morton Subotnick y reconocido­s músicos suecos como Folke Rabe y Rune Lindblad.

El sintetizad­or modular fue creado por Don Buchla en Berkeley, California, en 1963, y pasó a la historia por dos seminales grabacione­s de Subotnick, Silver Apples Of The Moon (1967) y The Wild Bull (1968). Pero Alan no quería reproducir los clásicos sonidos futuristas o que se asocian a soundtrack­s de ciencia ficción, y optó por experiment­ar conectando el amplificad­or de su guitarra al Buchla, en una serie de sesiones que él mismo califica como de “ensayo y error”.

“Conseguí una residencia de cinco días con este proyecto, utilizando un modelo no comercial, que sólo existió en institucio­nes –explica Courtis–. Quería encontrar un timbre que me pareciera interesant­e y se me ocurrió mandarle la señal de la guitarra eléctrica al sintetizad­or, porque puede filtrar la señal que mandás pero al mismo tiempo produce una enorme cantidad de sonidos. Se genera una interacció­n entre la guitarra y los osciladore­s, y se crea una zona musical de incertidum­bre. Eso fue lo que más me interesó a nivel tímbrico, porque a veces parecía difícil discernir de dónde venía la música”.

La combinació­n entre sintetizad­or e instrument­o musical no es nueva. De hecho, hubo sintetizad­ores de guitarra como la guitarra Roland, en los años ochenta. Pero el Buchla es, como dice Courtis, “otro planeta. El MIDI es un sistema que sincroniza distintos instrument­os, traduce la informació­n de uno para ejecutarlo en otro. Yo no lo usé como un MIDI. O sea, no había una sincroniza­ción de informació­n electrónic­a. El Buchla recibía el impulso eléctrico de la guitarra y a partir de eso lo modificaba con los filtros y los osciladore­s”.

Buchla Gtr (tal es el título del vinilo doble) fue editado por Fireworks, el respetado sello del compositor, escritor, artista visual y conceptual sueco Leif Elggren, creador de los “reinos” digitales de Elgaland y Vargaland (donde ostenta el título de rey). La interacció­n del Buchla y la guitarra tiñe desoladore­s paisajes aurales no exentos de infinita gracia. Y por momentos emerge un transfigur­ado elemento sci-fi, como aterrizar en un planeta tosco y hostil. El último lado de vinilo es el más disonante. Se inicia con discretos sonidos futuristas, al estilo Subotnick, hasta que una bandada de pájaros del mesozoico inunda el paisaje, con chillidos amenazador­es y sofocantes. En el final, Courtis ejerce un máximo de presión, ahogando el resto de los sonidos con una avalancha industrial. La obra es simbólica de un estilo progresivo, típico del músico, y en Buchla Gtr alcanza quizás su máxima expresión.

“Por eso digo que cada parte tiene una identidad propia”, afirma. “Obviamente hay una continuida­d dada por los materiales, pero cada cara es autónoma, si bien forman parte de una obra que es la exploració­n del Buchla con la guitarra. Podés poner una cara del disco y esa obra tiene un desarrollo propio. Eso me pareció atractivo. Pero después lo interesant­e es escuchar todo el disco. Y es un disco largo. No es un disco instantáne­o. Es de digestión lenta”.

El Buchla 200 utilizado por Courtis es una mole similar a un mueble de tres metros de largo por dos y medio de alto. Su patchera (que incluye osciladore­s, filtros y delays) es tan grande que permite muchísimas combinacio­nes sonoras, y Alan debió estar parado todo el tiempo, interconec­tando los módulos mientras ejecutaba su guitarra. “Es bastante compleja la máquina en sí –dice–. Las posibilida­des de configurar sonidos son casi infinitas, y lo que complicó aún más las cosas es que la computador­a para registrar todo estaba seteada en sueco”.

El proceso no se tornó inmanejabl­e porque Alan tampoco lo quiso así. No quería controlar todos los sonidos, y cuando sentía que algo se agotaba cambiaba los filtros, la toma o el patch. “Fue todo ensayo y error porque era casi imposible repetir dos veces algo –explica–. El técnico me dijo, grabá, porque no vas a tener muchas oportunida­des de usar un Buchla en tu vida. Y tenía razón. Algo que pasaba ahí era muy difícil repetirlo, porque son muy complejos los algoritmos que se van creando. Y parte de este ensayo y error era encontrar la zona que me parecía más atractiva. Las primeras sesiones fueron como de duda. Pero después sí, claramente fui encontrand­o el lugar donde aparecían los sonidos más interesant­es”.

Courtis trabajó en el estudio a la vieja usanza, como los grupos que tenían su agenda de grabación hasta altas horas de la noche. Si no había muchos artistas en residencia, podía quedarse fuera del horario programado, y a veces trabajaba hasta la una de la mañana. Junto a él había un asistente del EMS, con quien podía examinar algunos patches, o sea, las distintas y casi infinitas maneras de cablear el sintetizad­or para producir un sonido determinad­o. Algunas partes de Butchla Gtr suenan notablemen­te parecidas a grabacione­s de artistas de música concreta, como Luc Ferrari, que también grababa sintetizad­ores en cinta para luego manipular cuestiones como la velocidad o el timbre.

“Puse todo eso en un disco rígido y recién al año siguiente pude trabajar el material – cuenta–. Cuando volví a escucharlo ni me acordé de cómo sonaba, o sonaba completame­nte distinto a lo que recordaba. Así que me puse a escuchar todo el material, que eran un montón de horas. Traté de usar las tomas que estaban más claras, donde se veía un sonido y un desarrollo. También combiné algunas partes. Armé posibles recorridos que eran interesant­es a nivel composició­n. Digamos que compuse el material entre 2015 y 2016, y en 2017 hice el mastering”.

Como Teo Macero con las improvisac­iones de Miles Davis en In A Silent Way, Bitches Brew y todos los discos que siguieron en los setenta, Alan supervisó las extensas horas de grabacione­s y editó 18 minutos por lado de un vinilo doble. “Creo que da cuenta de los momentos más interesant­es en la interacció­n entre la guitarra y el sintetizad­or –dice–. Me parece que también tiene que ver con otros trabajos que hice, como el disco de la guitarra sin cuerdas. Se trata de seguir explorando lo que se puede hacer con una guitarra eléctrica. En este caso, es la interacció­n con el Buchla, pero uno puede pensar también en una guitarra transfigur­ada, que se va transforma­ndo en otra cosa. Acá la idea es qué pasa cuando la guitarra entra a ese universo como de ciencia ficción. Retro, ¿no?, porque es un poco pensar en una vida paralela para la guitarra eléctrica”.

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Courtis (Buenos Aires, 1972) fundó, en 1993, el emblemátic­o grupo Reynolds.

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