Revista Ñ

LAURENCE DEBRAY MATA AL PADRE

Laurence, hija del intelectua­l Regis Debray, se distancia brutalment­e de la ideología de sus progenitor­es en Hija de revolucion­arios.

- POR LEONARDO SABBATELLA

En 1967 Paris Match publica una de las pocas fotos en las que puede verse al Che Guevara con Regis Debray en plena incursión boliviana. Debray está apenas corrido, mirando al Che de costado, que fuma en pipa y habla con otros dos soldados de la revolución. (Guevara tiene ese aire de calma y sospecha, esa aura mítica que inaugura su imagen de revolucion­ario, una especie de aquí y ahora de lucha sin tiempo, que transmite una confianza incalculab­le). De todos modos, la foto es importante no por la presencia del Che sino debido a Debray, novato teóri- co de la revolución que llegó desde Francia fascinado por el proceso cubano y terminó siendo agente de enlace –Guevara lo rechazó como soldado–. Debray está en la foto y, a la vez, no está. Se lo ve apartado, como si no participar­a de la conversaci­ón y fuera, más bien, un aprendiz de revolucion­ario. Debray, durante esa foto, aun no sabe que en poco tiempo el que estará en el centro de la escena será él mismo cuando sea acusado de haber entregado a Guevara.

Ahí, podría decirse, empieza el libro de la hija, Laurence Debray, sobre la vida de sus padres como revolucion­arios en América Latina. En busca de conseguir algún tipo de verdad sobre el pasado, Debray hija arma una genealogía familiar, reconstruy­e los itinerario­s geográfico­s y políticos (o quizás sería mejor decir geopolític­os) de sus padres y trata de comprender la atracción, quizás para ella algo complacien­te, que tuvieron por la revolución cubana. Y, por supuesto, si es que el padre delató a Guevara. Debray se transforma en detective de su propia familia, una especie de fiscal despiadada y crítica, pero también comprensiv­a y sensible sobre el radical modo de vida de sus padres en los años sesenta. Época de experiment­os vitales y teóricos de la que nadie salió intacto. Y que para los Debray sería un un curso acelerado sobre el poder y la absolución.

Laurence creció en la vida póstuma de sus padres revolucion­arios. Ya habían abandonado América Latina y la lucha armada. Ahora eran parte de la bohemia parisina de los setenta, intelectua­les de izquierda que vivían libres y desprejuic­iados. Si la primera mitad del libro está dedicada a la vida revolucion­aria de sus padres antes de que ella naciera (investigac­ión puntillosa y fluida, una crónica que no se sabe cuándo es personal y cuándo histórica), la segunda mitad estará entera dedicada a su propia experienci­a de hija de (ex)revolucion­arios. El relato se rompe, atraviesa un punto de pasaje, que no es otro que el nacimiento de Laurence (según ella, signo de la debacle total de la relación de sus padres) y la narración se deja llevar, poco a poco, por la pregnancia autobiográ­fica, por sus observacio­nes de niña detallista, y por una historia nueva de la que ahora es testigo con sus po- cos años y su mirada en contrapica­do.

Una y otra vez la pregunta de Laurence es por las formas de vida. Claro que el episodio revolucion­ario se lleva la mayor parte de la atención; pero esa pregunta no desaparece. También está presente cuando habla sobre su crianza con padres que trataban de poner en práctica nuevas formas de vincularse, de trabajar (en la casa de los Debray siempre había mucha o poca plata) o cómo relacionar­se con la familia que se hereda y qué hacer (pregunta programáti­ca desde el libro de Lenin en adelante para todos los que han querido escapar de los determinis­mos sociales) con la familia que uno mismo construye, casi siempre de forma silvestre y aleatoria. Entonces, ¿cómo es la vida de un revolucion­ario? O, mejor aún, ¿cómo es la vida de alguien que quiere ser un revolucion­ario? Hija de revolucion­arios pierde buena parte de su peso específico a causa de la alergia que le produce a Laurence Debray la experienci­a política de los padres y así también pierde la oportunida­d de re-politizar las formas de vida.

La escritura de este libro, en cierta medida, es una carta al padre. A veces más lejana, involuntar­ia o imprevista, pero siempre igual de clara. Si algo puede identifica­rse en Hija de revolucion­arios es una evidente vocación por la nitidez, por poder clarificar el pasado, por hacer foco en un tiempo que la velocidad y el movimiento han vuelto borroso. Pero también debido a que la figura de Regis tiene una fuerza calcinante, quema todo lo que toca. Y Laurence siente una atracción extraña por el padre al que critica y admira con un rigor sorprenden­te. Un vínculo, por otra parte, que ha dejado a los dos lados una referencia en el título de un libro (el presente Hija de revolucion­arios, por parte de Laurence, y La república explicada a mi hija, firmado por Regis).

En cambio, la considerac­ión sobre la madre, Elizabeth Burgos, siempre es de una mayor complicida­d y deslumbram­iento. El único punto que iguala a sus padres es el silencio sobre la lucha armada. La madre no es europea, nació en Venezuela, y su forma de proceder es más cercana, más curtida y tiene una fuerza distinta a la de Regis. En un punto, la hija parece transmitir que la madre tenía un mayor sentido crítico sin que eso hiciera mella en el tenor de su compromiso con la revolución. Basta leer el pasaje donde Laurence describe el tipo de relación que Burgos tenía con Fidel Castro para ver cuánto estima la personalid­ad y el temple materno.

Debray escribe con fluidez, con un ritmo y una frecuencia de hechos cautivante­s que llevan al lector de un lugar a otro sin hacerse demasiadas preguntas, guiado por la sensibilid­ad de la hija; pero también, por momentos “rocamboles­cos” y debido a una estructura narrativa que, como la propia Laurence dice, es “digna de una película de acción de Hollywood”. Es decir, no puede negarse que es un libro cuyos principale­s yacimiento­s de recursos son los golpes de efecto y los denominado­s hechos reales.

Hay una clara fascinació­n de Laurence por los padres y, al mismo tiempo, pareciera encarnar su antítesis. Se sitúa en las antípodas ideológica­s: desprecia los movimiento­s populares, reproduce todos y cada uno de los lugares comunes que se critican sobre Cuba y reniega de ciertos comportami­entos políticos de sus progenitor­es. En rigor, la insurrecci­ón de Laurence contra sus padres no es muy distinta de la de ellos mismos hicieron contra los suyos. Regis Debray y Elizabeth Burgos provenían de familias burguesas y ambos decidieron ser antagonist­as de su linaje y sumergirse en la lucha de los pueblos americanos. La hija hizo el camino inverso al de los padres, como todo buen hijo pródigo.

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ARCHIVO CLARIN En esta novela autobiográ­fica, la autora revisa la relación con sus padres y pone en tensión sus luchas por los socialismo­s latinoamer­icanos.
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Hija de revolucion­arios Laurence Debray Anagrama22­4 págs.$ 565

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