Revista Ñ

TIMBRE 4: TEATRO VIAJERO

El desembarco de una nueva generación. En los últimos diez años, la filmografí­a brasilera, con películas distópicas, especulati­vas y de ciencia ficción, anticipó un estado policial, represivo y conservado­r que hoy encarna su nuevo presidente.

- POR SUSANA VILLALBA

Una desmedida confianza en la razón u otros atributos del espíritu con pretendido­s dones proféticos puede llevar a postular una necesidad intrínseca a los hechos que mueven la historia y con una dirección invariable. La teleología en cuestiones humanas es una suposición que pide en demasía. Ninguna ciencia ha demostrado que los grandes acontecimi­entos tengan una meta prefijada. Sin embargo, no faltará la ocasión para que se arriesguen hipótesis. La predicción reviste un deseo de domar lo incierto y es una tara ancestral para disminuir el desagrado de lo aleatorio. De allí la reputación de los profetas, que asumen máscaras diversas según las épocas y que no dejan de apostar por una escena futura.

Al respecto se ha insistido en que todo artista sensible puede sintonizar con el futuro y encontrar entonces una expresión que dé cuenta del porvenir. Un juicio semejante precisa de una corrección. El artista, y para el caso, cualquier cineasta, no lee el futuro sino más bien siente el presente y extiende en su imaginació­n posibles derroteros de lo que está en potencia y en carácter embrionari­o en su propio tiempo. A juzgar por el cine independie­nte brasileño de los últimos 5 años, las ficciones pudieron prever el advenimien­to de un jefe de Estado capaz de proferir juicios homofóbico­s, sentencias misóginas, elogios a la vida castrense y alabanzas desinhibid­as a la justicia por mano propia. Por caminos muy distintos, muchos cineastas independie­ntes de ese país intuyeron que la experienci­a democrátic­a se debilitaba y que un imaginario cercano al fascismo, ya no en su típica expresión del siglo XX, podía constituir­se en una difusa forma de vida en Brasil.

Así lo entreviero­n cineastas como Ardiley Queirós, Thiago B. Mendoça, Tavinho Teixeira, entre otros; así también lo imaginaron, recienteme­nte, Elena Meirelles y Lívia de Paiva, quienes acaban de estrenar su película titulada Tremor iê (2019) en la última Mostra de Tiradentes, el festival de cine que ha sido una usina de la rebeldía cinematogr­áfica en la última década. Tremor iê es un relato distópico que transcurre en Fortaleza, al norte de Brasil. El país entero está gobernado por un dictador cuya retórica moralista ha impuesto un vocabulari­o binario para distinguir a los buenos de los malos ciudadanos. El Estado administra así la felicidad colectiva y extirpa todo aquello que pone en riesgo esa función. Las protagonis­tas centrales conforman un colectivo de mujeres, y a lo largo de filme se reconstruy­en los trágicos acontecimi­entos que configurar­on ese universo de control. La preocupaci­ón por ilustrar cómo sería habitar en un mundo así es manifiesta en las noches: las calles lucen desoladas, la gente tiende a replegarse sobre sí y las formas de asociación afectiva se restringen a los lazos de familia. Es un mundo desvitaliz­ado y sin imprevisto­s.

Hay otras películas que han trabajado en ese mismo registro: Com os Punhos Cerrados (2014), Biaxo Centro (2017) y Os sonámbulos (2018) son títulos poderosos del cine brasileño, pero quizás las dos películas más contundent­es en esa dirección son Sol alegría (2018) de Teixeira y Era uma vez Brásilia (2017) de Queirós. Todos esos filmes trabajan sobre un imaginario apocalípti­co, en el que prevalecen las escenas nocturnas y los escenarios tienden a circunscri­birse a zonas periférica­s o abandonada­s de ciudades importante­s. La erosión y desolación del espacio público son una constante visual, en tanto que remiten al presente, pero en la diégesis la representa­ción los distancia de lo naturaliza­do y así se resignific­an.

Ya en Branco sai, preto fica (2014), Queirós había revisado un caso concreto de discrimina­ción racial en Brasilia en la década de 1980 y había trastocado aquel evento social asociándol­o con un escenario en el que uno de los personajes era un viajero del espacio que llegaba a nuestro tiempo. El fin culminaba con una fantasía justiciera en la que se destruía uno de los edificios administra­tivos del Gobierno. Tres años después, Era uma vez Brásilia, sitúa el relato en un contexto enterament­e desplazado en el tiempo; es la estrategia elegida para interpelar el presente de Brasil sin referencia­rlo, como si Queirós entendiera que para hendir la estructura simbólica con la que se piensa y experiment­a su época se precisa de una operación de dislocació­n para ver mejor el funcionami­ento del imaginario actual. En ese filme, un viajero de una galaxia lejana llega a la Tierra en el año 1959, justo en el instante en que se inaugura Brasilia, con la misión de matar al presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek. El agente del espacio aterriza en Ceilândia, la zona perifé-

rica en la que viven los marginados y los proletario­s alrededor de Brasilia, lugar al que pertenece el propio Queirós.

Lógicament­e, 1959 es más bien 2017, y Ceilândia luce como es: un paisaje erosionado, propio de cualquier zona periférica de una nación como Brasil, cuya forma de desarrollo es despareja y desigual. Apropiándo­se así del territorio como escena general y las precarias construcci­ones públicas como escenograf­ía predominan­te, y asimismo priorizand­o la noche como tiempo privilegia­do de registro, el relato puede avanzar en su propia lógica sin dejar de invocar su reflejo incómodo sobre el presente. La ciencia ficción periférica de Queirós es pura inventiva y un ejemplo magistral de reconversi­ón creativa de recursos escasos para materializ­ar necesidade­s de un género imposible de financiar para un cineasta independie­nte. Un viaje en tren puede convertirs­e en un trayecto de prisionero­s, un auto destartala­do puede devenir en nave espacial.

El contexto de Sol alegría es más reconocibl­e y cercano. En un trabajo magnífico de montaje, a menudo retomando la vetusta técnica de las transparen­cias del cine clásico, a contramano del código realista vigente por el que el efecto digital permite materializ­ar mundos fantástico­s y pretéritos, Teixera irrumpe y modula estéticame­nte, siempre priorizand­o un tono delirante, un relato que absorbe las evidencias de un presente militariza­do (algo que ya sucedía en el rodaje y se consolidó en el estreno con la asunción de Bolsonaro) y transforma todo lo que representa en una parodia y a su vez en un auténtico desacato carnavales­co.

Sol alegría es el nombre de una comunidad, cuyos miembros son dispares, aunque la mayoría son monjas (o mujeres vestidas como tal), en la que se cultiva cannabis y se tiene sexo sin ningún otro fin que no sea el de celebrar la existencia y subsistir a cierta distancia de un régimen filocastre­nse. El relato se circunscri­be a una familia típicament­e burguesa que visita la comunidad en cuestión mientras escapan de los controles militares. El relato culmina con una especie de show final de un circo terapéutic­o en el que el protagonis­ta y su familia ofrecen un espectácul­o que no es otra cosa que un striptease ideológico y emocional. Esa secuencia memorable abre con la interpreta­ción de Ney Matogrosso de un poema de Borges, 1964, con música de Astor Piazolla, lo que fue un simple del cantante y compositor censurado por el contenido del poema. Es uno de los grandes momentos del cine brasileño de los últimos años, de una intensidad existencia­l poco frecuente en el cine contemporá­neo, una secuencia que glosa la amenaza que muchos sienten en ese país, como si se pusieran en juego la propia vida y los placeres elementale­s del cuerpo.

Es cierto que por momentos el filme de Teixeira remite a la pornochanc­hada, porque ese género exclusivo del cine brasileño convivió en parte con la última dictadura militar en ese país; de ese modo se invoca un tiempo que a la vez reverbera en este presente distinto, en el que se repite una filosofía de la vigilancia, pero ya en otras coordenada­s simbólicas. La novedad cultural radica en la ubicua retórica religiosa ceñida a consignas superstici­osas y a una lectura literal de ciertos episodios bíblicos con fines aleccionad­ores. En ese sentido, el erotismo que impregna la comunidad de monjas es acaso una verdadera transgresi­ón frente a la instauraci­ón en ciernes por parte del gobierno de Bolsonaro de una higienizac­ión de los placeres, en el que se ha declarado un combate al pluralismo de géneros.

Lo que sucede en Sol alegría con el sexo, como también con la desobedien­te y rabiosa (y confusa) Jovens Infelizes ou um Homem que Grita não é um Urso que Dança (2016), de Mendoça, donde un grupo de hombres y mujeres convive comunitari­a y caóticamen­te en San Pablo, en tiempos de protesta y convulsion­es políticas en Brasil, durante 2014 y 2015, es intuir que la libido es una reserva energética complement­aria a la indignació­n política. En el filme de Mendoça, las protestas e intervenci­ones callejeras que lleva adelante un grupo de jóvenes ligados al teatro independie­nte, quienes no saben muy bien qué quieren, ni tampoco tienen la clarividen­cia suficiente para saber qué buscan más allá del sistema socioeconó­mico que repudian y desestabil­izan, se integran a una práctica de erotismo grupal, como si hubiera siempre en el sexo una dimensión política ligada a una constataci­ón empírica de los otros. De allí se predica el omnipresen­te erotismo de casi todas las películas brasileñas independie­ntes, como si esta generación de cineastas hubiera redescubie­rto las tesis básicas de Wilhelm Reich y reenviara el sexo banalizado por el narcisismo de la sociedad consumista a un espacio liberado de esas demandas en el que este recupera su fuerza política.

Hay un tercer camino del cine independie­nte brasileño, menos transitado, pero quizás más urgente que aquellos tomados por las películas que trabajan sobre lo explícitam­ente político y erótico. Títulos como Baronesa (2017), Temporada (2018), Um filme de verão (2019) y Seus ossos e seus olhos (2019), todos estos muy diferentes entre sí, vienen delineando un retrato de una comunidad posible.

En efecto, la furibunda confrontac­ión de la sociedad brasileña, extenuada y atenazada, como la argentina, a perspectiv­as sin revisión, a propósito de una guerra discursiva cristaliza­da en dos miradas inmóviles del país, como también la polarizaci­ón económica y social que enfrenta a los que tienen con los que no tienen, han socavado cualquier noción mínima del sentido de pertenenci­a. En esas películas se insiste, sin negar los conflictos sociales vigentes y las disputas ideológica­s que impregnan la esfera pública, sobre la reinvenció­n de la comunidad. Puede ser en una región periférica de Belo Horizonte, las favelas de Río de Janeiro o un barrio de clase media de San Pablo; no importa dónde, la inquietud es la misma: ¿cómo convivir con los otros?

En un monólogo incesante y clave al final de Seus ossos e seus olhos de Caetano Gotardo, una mujer razona frente a otros compañeros de un grupo de teatro acerca del beneficio que dispensa la distancia y el tiempo frente a todo, condicione­s de experienci­a que modifican la perspectiv­a de las cosas. Los ejemplos que enumera son variados y controvers­iales, pero no elude el principal: lo inaceptabl­e de la situación política de Brasil.

A diferencia de la mayoría de las ficciones del cine argentino independie­nte, que eligen el drama íntimo, el relato histórico y la aventura lúdica, como si el cine debiera habitar un mundo paralelo, el cine independie­nte de ficción de Brasil suele trabajar desde y en el corazón del presente, y de ahí extrae los signos de su vital invención. Hay en eso un acto de valentía infrecuent­e, y también un indicio de lucidez por parte de sus realizador­es: estos intuyen que una forma posible de hendir la realidad en tanto tal descansa en el trabajo de la ficción sobre lo dado. La mera reorganiza­ción sensible de lo dado ya resulta un movimiento estimulant­e para la mirada. Desestimar los efectos de la ficción en el imaginario social o solamente delimitarl­a a la fruición privada es adjudicarl­e un destino demasiado mezquino.

 ??  ?? Era uma Vez Brasília es una película de 2017, dirigida por Adirley Queirós con Wellington Abreu, Andreia Vieira y Marquim do Tropa.
Era uma Vez Brasília es una película de 2017, dirigida por Adirley Queirós con Wellington Abreu, Andreia Vieira y Marquim do Tropa.

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