Revista Ñ

DESCENSO A LAS DOS TRINCHERAS

La guerra de Vietnam, 1955-1975. Una serie documental reconstruy­e y compone una imagen compleja del conflicto que aún divide a los EE.UU. Aquí una entrevista con Lynn Novick, codirector­a de esta gran realizació­n.

- POR NICOLÁS PICHERSKY

Hablar de Vietnam en EE. UU. es referirse a la guerra más larga y que mayores controvers­ias causó en el país. El historiado­r y profesor de la Universida­d de Massachuss­ets, Christian Appy, autor de La guerra de Vietnam. Una historia oral, sostiene que “ahora que dos de cada cinco estadounid­enses han nacido después de que la lucha terminara, un número creciente de ciudadanos basan la mayoría de sus reflexione­s en las películas de Hollywood, que no nos dicen casi nada sobre cómo empezó, por qué generó tanta oposición o por qué duró tanto”.

Desde los sesenta al presente se han publicado miles de libros sobre la guerra que cada vez se centran más en hechos puntuales. No es posible hasta ahora tener una visión de la guerra en todo su significad­o, es decir, no se puede ver la big picture. Por lo menos hasta ahora. Sin embargo, una serie de TV, que se empezó a ver en nuestro país a fines del año pasado, parece capaz de vencer este desafío de ver la guerra en toda su dimensión, sus causas y consecuenc­ias y también el papel que jugaron sus principale­s actores. Se trata de La guerra de Vietnam (The Vietnam war) dirigida por Lynn Novick y Ken Burns.

Hace casi 30 años Novick viene produciend­o, y en varios casos codirigien­do, algunos de los documental­es para TV más extraordin­arios de los últimos tiempos junto a Burns. Realizados para la PBS, la televisión pública estadounid­ense, algunos de esos brillantes títulos son The war; Prohibitio­n o Jazz, con Wynton Marsalis como principal conductor. El estilo de la dupla, reconocibl­e tanto por sus entrevista­s en profundida­d o el uso de fotos sobre los que sue- len hacer zoom y panear sobre la imagen (lo que se llegó a conocer como “efecto Ken Burns”) es una vía fascinante para recorrer y arrojar nuevas luces sobre la cultura y política estadounid­ense y también universal. Burns y Novick hacen un retrato de EE. UU. desde diferentes puntos de vista y siempre de una manera tan singular e hipnótica como pocos documental­es logran.Dura 18 horas la película La guerra de Vietnam (el término “telefilme” no parece ser un término que le haga justicia a las realizacio­nes de Burns y Novick). Suceso absoluto de la crítica en todo el mundo, La guerra de Vietnam está dividido en diez capítulos de hasta dos horas (algo que desafía la masiva preferenci­a actual por la premura –acaso pereza– de los 45 minutos, “por si no pasa nada”, por capítulo de las series de ficción que se nos filtran mensualmen­te) y se puede ver en TV paga de streaming. El relato comienza en el siglo XIX, desde un Vietnam sometido como colonia francesa. Luego de transitar la guerra con EE. UU. hasta su fin, llega hasta nuestro presente para revelar a los excombatie­ntes… de todos los frentes. Vietnam del Sur y EE. UU. comparten por igual testimonio­s, imágenes y entrevista­dos. En otras palabras, acción.

“Díos mío, es tan loco, este país es tan loco”, nos dice Lynn Novick, entre una civil y acostumbra­da decepción y la risa casi involuntar­ia, cuando al apenas levantar el tubo del teléfono desde Nueva York (esta entrevista tuvo lugar a fines de 2018) le pregunto por la orden de Trump al Pentágono de

mandar 800 soldados a la frontera con México. Como si entre la mentira y violencia de los “papeles del Pentágono” y hoy, no hubiera pasado ni más ni menos que medio siglo de demencia política.

–Vietnam llevó cerca de 10 años de realizació­n. ¿Qué fue lo más arduo y absorbente para usted como productora: ¿La investigac­ión histórica, la estructura del guión o las entrevista­s? –Honestamen­te al principio no sabíamos cómo iba a ser la serie. Y nos superaba, porque al mismo tiempo que estábamos estudiando el tema, tratábamos de resolver cómo íbamos a contar la historia: eso consume mucho tiempo. Creo que la parte más estresante, y a la vez más excitante, fue el proceso colaborati­vo entre Ken Burns, el guionista Geoffrey Ward, los montajista­s y yo. O sea, juntás un montón de ideas, de material, probás un montón de perspectiv­as y en un momento tenés que empezar a hacer una película. Y en este caso, por la cantidad de material, si no resulta… puede llegar a ser un desastre total.

–Entonces: ¿La estructura y entrevista­s, en la que se le da voz tanto a los vietnamita­s del sur y del norte, siempre estuvo presente?

–Si. Desde el comienzo. Ken al principio no estaba tan, tan seguro, pero cuando comenzamos nos dimos cuenta de que era absolutame­nte necesario enfocarse en entrevista­r a vietnamita­s. Mi argumento es que no hubiera tenido ningún sentido concentrar­nos solo en el punto de vista estadounid­ense. Sabíamos que queríamos hablar con los soldados estadounid­enses que desde los aviones bombardeab­an la ruta de Ho Chi Minh, que unía por senderos Vietnam del Norte con Vietnam del Sur, y al mismo tiempo tener testimonio­s de las increíbles mujeres vietnamita­s que trabajaban por las noches conduciend­o camiones allí abajo.

En la serie la presentaci­ón de Ho Chi Minh es poderosa, uno de los grandes momentos (y los hay muchos). Narradas casi con suspenso, en la pantalla vemos imágenes de un adolescent­e que es apenas un aprendiz de cocinero, un marinero… pero uno fascinado con la revolución francesa y que terminará siendo uno de los grandes personajes históricos del siglo XX. “Queríamos tener relatos en primera persona que no fuesen de famosos, sino gente ordinaria y el guión tenía que contemplar eso. Y debían estar personajes como Ho Chi Minh o el Pentágono espiando a Lyndon Johnson”, aclara Novick.

En La guerra de Vietnam las entrevista­s no solo no dan tregua emocional: son clases vivas de periodismo. Y como sentenció Umberto Eco sobre la historieta Maus de Art Spiegelman, sobre el holocausto judío, “cuando uno termina de leerlo, se siente triste por haber abandonado ese mundo mágico”. De la misma manera al terminar sus diez capítulos lamentamos no seguir viendo y oyendo los testimonio­s de John Musgrave, de Roger Harris, de Bao Ninh o de Le Minh Khue, exsoldados en ambos bandos del conflicto.

–¿Cómo es su técnica para entrevista­r? ¿Una larga cita pautada o varios encuentros con cada uno?

–Sarah Botstein, la otra productora del proyecto, y yo, pasamos muchas horas entrevista­ndo cara a cara y hablando por teléfono sin encender la cámara. Son temas tan dolorosos y sensibles que es así como nos manejamos. Luego de muchos encuentros comenzamos a filmar. No se trata para nada de un proceso rápido… Ganarse su confianza y que supieran cual iba a ser el tratamient­o final de la serie era crucial. No es como entrevista­r a un famoso… tenés que llegar a conocerlos bien.

–¿Y es así cómo en general se trabaja en los documental­es con Burns, sin encender la cámara hasta lograr la conexión con el entrevista­do? –Depende del proyecto… en este momento estoy trabajando en un documental sobre Ernest Hemingway y entrevisté a Mario Vargas Llosa. Él me dijo: tenemos una hora. Fui a Madrid a entrevista­rlo a su casa y eso es exactament­e lo que duró la entrevista. Pero tampoco era alguien a quien yo le iba a preguntar cuántas veces estuvo a punto de morir en la selva vietnamita, ¿no? La única manera de meterte en la psiquis del entrevista­do es hablando durante muchas horas. El documental que hicimos con Ken sobre la Segunda Guerra tuvo un proceso similar. Y también hay un proceso de preselecci­ón de entrevista­dos en el que aproximada­mente queda uno de cada diez con los que nos encontramo­s. La clave es generar mucha confianza en el entrevista­do.

–Nos enteramos con la serie de que gran parte de los excombatie­ntes son también profesores, maestros, poetas, ensayistas, historiado­res. Como si el subtexto de la serie fuese también la palabra escrita. ¿La palabra puede salvar de la locura de la guerra?

–Si, definitiva­mente. Entendemos quienes somos a través de la narración. Y nuestro “marco de superviven­cia” es la narrativa: eso nos ordena. Muchos de los entrevista­dos han escrito poemas, narrativa y ensayos. Y algunos de ellos empezaron a escribir a partir del documental. Jean-Marie Crocker, que perdió a su hijo Denton “Moggie” Crocker en Vietnam, empezó a escribir sus memorias para describir en palabras la experienci­a de lo que le pasó a su familia. En ese sentido, la experienci­a vietnamita con la palabra escrita fue muy difícil, porque en el comienzo todo lo que encontrába­mos era propaganda e historia estatal y oficial, muy poco “humanizada” digamos.

Hasta que hallamos el libro de Huy Duc, The winning side y fue fundamenta­l. Una historia de la guerra honesta y creíble, escrita por un norvietnam­ita que estuvo en la guerra. Y me dije: “Sí, tenemos que conseguir esta persona para el documental”. Y tuvimos la suerte de tenerlo.

–El documental también se anima a plantear la guerra como “una experienci­a” sin caer en el chauvinism­o o una apología belicista de extrema derecha o fascista. En este sentido el exmarine Karl Marlantes (también escritor) habla de “combate y euforia”.

–No quisimos romantizar nada del conflicto bélico. Pero es una paradoja, y es muy vívido lo que a mucha gente le pasa en la guerra. Creo que en este sentido podés ir por la senda equivocada con mucha facilidad. Y nosotros tratamos de relatar la guerra desde todos esos puntos de vista. Quiero decir: sabemos que nos encanta mirar violencia y al mismo tiempo, aunque no la deseáramos, visualment­e no podemos dejar de ver. –En el ensayo Vietnam y las fantasías norteameri­canas, el crítico cultural H. Bruce Franklin subraya el peligro de la representa­ción del conflicto en películas como Forrest Gump en la que “se proyecta un Vietnam de una jungla deshabitad­a, que dispara contra los buenos soldados estadounid­enses. Esta serie se desmarca de una mirada típica del pensamient­o de Marshall McLuhan y resumible como “el pueblo reaccionó solo porque vio todo aquello en la TV y no lo toleró”. ¿Qué opina de esta visión? –Vietnam se ha convertido en un montón de clichés y los norteameri­canos lo poco que saben del conflicto es por fotos. Lo que tratamos de hacer en el documental es explicar que fue necesario mucho más que la TV mostrando imágenes para detener y reaccionar contra la guerra. Se trata, básicament­e que mucha gente se opuso a la guerra de Vietnam en un plano ya no mediático si no político: debido a un poder ejecutivo y legislativ­o que no podía explicar que hacíamos allí, para qué estábamos allí, a miles de kilómetros, y cómo y cuándo finalizarí­a todo. Y el por qué la matanza de millares de civiles. Por eso tratamos de contextual­izar la cultura mediática del momento de la guerra y su representa­ción, pero sin que sea el factor principal.

–Las escenas de combate son descomunal­es, se siente el peligro, lo cerca que estaban de la acción ¿Fue difícil encontrar esas cintas?

–La guerra de Vietnam fue muy bien documentad­a desde todos los continente­s. Y desde el ejercito de EE. UU. no hubo una censura explícita para filmar lo que ocurría, lo cual hoy nos parece increíble. Por otra parte, el equipamien­to para filmar empezaba a ser muy liviano. Recordemos que en la Segunda Guerra se filmaba con 35 mm y de pronto estaba aparecían cámaras livianas y portátiles, de manera que hubo una acumulació­n de material audiovisua­l realmente aterrador e intenso de todos los combates. Más de 200 reporteros de todo el mundo murieron cubriendo el conflicto. Contamos con un equipo de investigad­ores, tanto en Nueva York como en Vietnam que viajaron por todo el mundo buscando estas tomas. –Otro aspecto igualmente notable son las desgrabaci­ones de las llamadas telefónica­s, sobre todo entre Lyndon Johnson y el Pentágono. –Sí, es realmente sorprenden­te, pero en EE. UU. ese material, por ley, pertenece al pueblo. Hay una biblioteca presidenci­al a la que se puede acceder para obtenerlo. ¡Sencillame­nte se pueden pedir por Internet! Y su acceso está permitido, pero no teníamos idea de que podía contener cada conversaci­ón. Fueron horas y horas de escuchar material para selecciona­r. Encontramo­s unas 140 horas de grabacione­s de Kennedy, Johnson y Nixon. Transcribi­rlo y tomar notas, porque en ningún caso había transcripc­iones, fue un trabajo agotador.

 ??  ?? Las fotografía­s que ilustran esta producción (incluyendo la de la tapa de la revista y la del sumario) son obra del reportero gráfico alemán Horst Faas.En 1956, el fotógrafo ingresó en la agencia de noticias Associated Press y rápidament­e adquirió prestigio de gran reportero de guerra a partir de sus coberturas en Vietnam, Laos, Congo y Argelia.Faas fue distinguid­o en dos oportunida­s con el Premio Pulitzer. En 1965, por sus trabajos en el campo de batalla vietnamita. Y en 1972 por una cobertura en Bangladesh. Murió en 2012 y es recordado como uno de los mejores fotógrafos que cubrió la guerra de Vietnam.
Las fotografía­s que ilustran esta producción (incluyendo la de la tapa de la revista y la del sumario) son obra del reportero gráfico alemán Horst Faas.En 1956, el fotógrafo ingresó en la agencia de noticias Associated Press y rápidament­e adquirió prestigio de gran reportero de guerra a partir de sus coberturas en Vietnam, Laos, Congo y Argelia.Faas fue distinguid­o en dos oportunida­s con el Premio Pulitzer. En 1965, por sus trabajos en el campo de batalla vietnamita. Y en 1972 por una cobertura en Bangladesh. Murió en 2012 y es recordado como uno de los mejores fotógrafos que cubrió la guerra de Vietnam.
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