Marc Augé: en busca de pequeñas alegrías
Optimismo. El antropólogo francés escribió un ensayo en el que pondera la felicidad y la idea de fortalecer sentimientos comunitarios.
Marc Augé, antropólogo, se pasó la vida observando al ser humano, dirigió diferentes investigaciones en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), pero en su mirada siempre hubo algo casi poético; a él debemos el concepto de no lugar, para referirse a esos lugares de tránsito que no dejan huella: un aeropuerto, una habitación de hotel... Ahora nos sorprende con el ensayo Las pequeñas alegrías (Ático de los Libros), que nos habla de la felicidad del instante, momentos de gozo inesperados que nos sorprenden incluso en las situaciones más difíciles y que se fijan en nuestra memoria; en su caso, el día que bailó al ritmo de tambores, o su recorrido en metro hacia casa de sus padres: el placer de la costumbre. Augé tiene 83 años, nació en Poitiers y vive en París: “Todo está llegando a su límite, incluido el planeta: el reto es tomar conciencia de que somos un todo, una humanidad planetaria. Mi creencia es el ateísmo”. –Todos buscamos la felicidad...
–Esa es un palabra demasiado grande e ideológica, yo prefiero hablar de esas pequeñas alegrías que nos hacen sentir que existimos como persona.
–Hoy se persigue la felicidad social. –Cierto, la ONU ha puesto la felicidad en el centro de las políticas de desarrollo. El optimismo es el rey, y los mensajeros de la felicidad nos dicen que para serlo hay que conocerse, estar atento al presente y ser útil a los demás.
–Con tanto infeliz huyendo de la guerra y el hambre, lo tenemos difícil...
–La población de China equivale a la población mundial de principios del siglo XX. Somos testigos de los aspectos trágicos que conllevan los grandes movimientos migratorios que vivimos, estamos en plena recomposición de las poblaciones. –La infelicidad ajena ¿nos pasa factura?
–La existencia del ser humano lleva implícita la necesidad de ser feliz, y eso nos lleva a menudo a olvidar la desgracia del otro e, incluso, a olvidar también nuestras propias desgracias.
–La alegría se abre paso.
–Si entendemos la felicidad como la suma de pequeños momentos de alegría, estos superan la época en la que se vive el terror, la edad o la enfermedad. Dentro de cualquier circunstancia amarga hay momentos de alegría. “Es por esos raros momentos por los que merece la pena vivir”, decía Stendhal. Y yo tengo la sensación de que experimentamos esas pequeñas alegrías en momentos muy concretos en los que sentimos la presencia del otro. –También hay momentos de felicidad solitaria, contemplando por ejemplo un paisaje. –Considero que las pequeñas alegrías están relacionadas con el movimiento: ir hacia algo, de un lugar a otro, de un instante a otro, ir hacia otro. Tienen que ver con el espacio y con el tiempo. Si somos sensibles a la belleza, un paisaje nos llama, nos apela. Nuestra identidad individual siempre se define en relación con el otro.
–La meditación es un placer solitario.
–Sí, que busca la plenitud, y el hecho de sentirse vivo no se percibe como algo solitario, se percibe en relación al mundo, y ese es el sentimiento de la vida. –¿Envejecer tiene sus alegrías?
–Envejecer es comprender aspectos de las personas que creíamos conocer. Se podría –Pudientes, consumidores y excluidos, ¿todos tienen sus momentos de alegría?
–Sí, todo el mundo puede experimentar esas pequeñas alegrías, por eso las llamo alegría a pesar de todo.
–Fue usted antropólogo en África. ¿Qué aprendió allí sobre la alegría?
–La alegría siempre es algo personal. Cuando regresé a Togo, vinieron a recibirme tocando los tambores, y yo me puse a bailar. Un instante imborrable.