Revista Ñ

PACO URONDO, POR LA VUELTA

Poeta y narrador, montonero degradado y figura trágica de los 70, el escritor que amaba a Juanele Ortiz tiene por fin una biografía.

- POR OSVALDO AGUIRRE

Amediados de los años 80, la historia del escritor y combatient­e Francisco Urondo no formaba parte de la agenda periodísti­ca. El personaje, dice Pablo Montanaro, era “sumamente atractivo, pero al mismo tiempo desconocid­o, como si hubiera sido desterrado”. La imagen que perduraba era la del poeta guerriller­o, a partir de su asesinato, el 17 de junio de 1976, por parte de un comando policial en la provincia de Mendoza. Fue entonces cuando Montanaro proyectó un libro, que tuvo su primera edición en 2003 y que ahora reedita en una versión corregida, aumentada y bajo un título que, paradójica­mente, parece realzar ese perfil que fue un obstáculo para considerar las múltiples facetas del escritor, periodista y militante: Paco Urondo, biografía de un poeta armado.

Sin embargo, la biografía es más amplia de lo que el título podría sugerir. “Escribí este libro con la intención de recorrer su vida, sus pasiones, sus creaciones, sus sueños de un mundo mejor por el que dio la vida. Lejos estuvo en mí, analizar sus obras literarias y mucho menos sus decisiones y acciones, erróneas o acertadas”, plantea Montanaro. Con ese propósito, construye un relato apoyado en los propios textos de Urondo, los escritos de sus familiares –cartas del padre, los libros Hermano, Paco Urondo, de Beatriz Urondo, y Quién te creés que sos, de Ángela Urondo Raboy–, abundante informació­n de archivo, fotografía­s y cincuenta testimonio­s de escritores, periodista­s, editores y militantes que trataron a Urondo en distintos períodos de su vida.

Los testimonio­s constituye­n quizá la parte más significat­iva del libro, por su contenido específico a propósito de Urondo y por el hecho de registrar un conjunto de opiniones, circunstan­cias y pequeños detalles de época que no podrían encontrars­e en otras fuentes. Montanaro realizó la mayoría de las entrevista­s entre 1998 y 2002, y así logró, entre otros, aportes de Osvaldo Bayer, Fernando Birri, Juan Cedrón, Lilia Ferreyra, Gregorio Levenson, José Luis Mangieri, Graciela Murúa, León Rozitchner y David Viñas. También incorporó testimonio­s recabados por otros investigad­ores, como el de Mario Firmenich, el líder de Montoneros.

La historia de Urondo está ligada a la gestión cultural –promovió la Primera Reunión de Arte Contemporá­neo, en Santa Fe, hacia 1957, y fue director de Cultura en esa provincia–, a la renovación de la poesía argentina entre fines de los años 50 y principios de los 60, a la experiment­ación con los formatos del periodismo –en publicacio­nes marginales como Leoplán, donde publicó una saga extraordin­aria de crónicas y entrevista­s y en medios prestigios­os, como el diario La Opinión– y a la militancia política, en un proceso que lo lleva de la adhesión al frondicism­o a la incorporac­ión a las Fuerzas Armadas Revolucion­arias. Si en los 50 afirmaba que la propaganda y los medios masivos de comunicaci­ón tenían un efecto nocivo en la conformaci­ón del gusto y la percepción estética del público, en la década siguiente entró de lleno en la industria cultural, como cronista todo terreno, guionista de cine y televisión, dramaturgo y crítico teatral.

El relato de Montanaro sigue de cerca esa trayectori­a. La infancia y la adolescenc­ia de Urondo en Santa Fe, donde nació en 1930, giran en torno a la relación con el padre –un destacado profesor universita­rio declarado cesante por el peronismo– y a su iniciación artística, a través del teatro de títeres y el encuentro con otros escritores, entre ellos el poeta Juan L. Ortiz, al que Urondo le dedica su primer texto publicado y de cuya lectura deriva una idea insistente en sus reflexione­s, la “sabiduría de intemperie”, actitud opuesta al elitismo y la demagogia.

Las notas de prensa, que Montanaro glosa y cita extensamen­te, permiten observar la creciente recepción de la poesía, la narrativa y el teatro de Urondo en Buenos Aires, donde se radica en 1960. El contraste entre el lugar que ocupó la obra en ese período y su desaparici­ón de la posterior considerac­ión crítica resulta notable, pero la biografía no profundiza en este sentido. Hasta 1999, con la publicació­n de un dossier en Diario de Poesía y la reedición de la novela Los pasos previos, que inauguró la recuperaci­ón de sus textos, todavía en curso, la obra de Urondo fue tanto o más desconocid­a que el autor.

La imposición de la militancia política sobre la actividad como escritor tiene una escena reveladora en la historia de Urondo hacia 1969, cuando imprevista­mente falta a la presentaci­ón del disco Milongas, para el que había escrito canciones. En ese punto se abre el capítulo más difícil de tratar en su biografía.

Entre los testimonio­s recolectad­os, Mario Firmenich se permite decir que considera “rescatable” a Urondo porque se volcó a la militancia a sus 40 años, “y más aún cuando tiene un sofisticad­o nivel de desarrollo intelectua­l”. Firmenich parece olvidar que la conducción que él integraba sancionó a Urondo por infidelida­d conyugal – una “infracción” penada con degradació­n y arresto en el Código Montonero– y que, como enfatiza el relato de Horacio Verbitsky, lo hizo objeto de una sostenida discrimina­ción justamente por su carácter de intelectua­l, desde que lo apartó de su puesto en el diario Noticias hasta que le ordenó trasladars­e a Mendoza, en un contexto de intensa represión.

El último texto de Urondo, “Algunas refle- xiones”, apareció en la revista Crisis en septiembre de 1974 y formuló una advertenci­a, dirigida a la propia organizaci­ón, respecto de los prejuicios en torno a los intelectua­les. Ese mismo mes, Montoneros pasó a la clandestin­idad, y Urondo recién apareció en público el 20 de junio de 1975. En su libro Memoria del miedo (1999), Andrew GrahamYool­l registra ese momento, cuando acude a la conferenci­a de prensa en la que Montoneros anuncia la liberación del empresario Jorge Born, secuestrad­o poco antes con su hermano Juan, y reencuentr­a a Urondo, a quien conocía como poeta y periodista, y observa entonces en el papel de vocero de prensa.

La biografía de Montanaro contiene testimonio­s para examinar esa etapa. Pero también incurre en descuidos graves de edición –dice que Urondo ingirió la pastilla de cianuro al verse rodeado por policías y poco después transcribe la autopsia que desmiente esa afirmación–, en considerac­iones superficia­les y carentes de fuentes, o con fuentes que se contradice­n, respecto de hechos que tienen un peso muy fuerte para la memoria de Urondo –como su eventual participac­ión en la muerte del sindicalis­ta José Rucci– y atribuye declaracio­nes y comunicado­s políticos a Urondo sin acreditar la procedenci­a de las informacio­nes.

Urondo se muestra de buen humor en la conferenci­a de prensa que relata GrahamYool­l. Sin embargo, observado en detalle, el episodio revela algo diferente: correspond­e al momento en que está sancionado, cuando la moral guerriller­a encubre el castigo “por el hecho de ser pensante y no solo obediente” (Verbitsky). Esa tensión entre la práctica militante y la reflexión intelectua­l atraviesa el período final de Urondo hasta su último momento –cuando adoptó el nombre de guerra Ortiz, por el poeta que le había enseñado la “sabiduría de intemperie”– y plantea un problema central, todavía no resuelto, en el abordaje de su figura.

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FOTOGRAMA DEL DOCUMENTAL “LA PALABRA JUSTA” Dramaturgo y novelista, Urondo pasó a la lucha armada y fue castigado con el olvido. Este libro de testimonio­s lo evoca.
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Paco Urondo. Biografía de un poeta armadoPabl­o Montanaro. Barenhaus3­84 págs./$ 475

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