Un celular que da que hablar
A propósito de “Nostalgias de un vida sin enchufes”, producción de tapa de Ñ #798.
Más temprano que tarde, haciendo la cola para alojar bajo nuestra piel un chip (“El” chip, ese que haga estallar nuestros cinco sentiditos cotidianos hacia infinitas posibilidades de comunicación, sublimación… y dominación, entre otros etcéteras), recordaremos al viejo teléfono de línea como algo cuasi monstruoso, como se puede pensar la impresión de un libro durante la primera semana en lo de Gütemberg. El tema es el tiempo que tardan en llegar las innovaciones bélico-tecnológicas al “escaparate”. Que algunos no lo usemos (aunque casi nadie se priva del mail, un escaso entorno que no sale en las estadísticas me demuestra que vivimos igual, a veces con culpa, pero bien) no llevará a nadie a dejarlo: tampoco nadie volvería a la televisión en blanco y negro, ni subiría por las escaleras estando el ascensor. Hay una escasa resistencia histórico-social desde la comprobación del manejo que tres monopolios hacen de la comunicación, pero esto mismo se origina en la (mala) praxis de la ITT en cuanta dictadura floreció en el siglo XX en América Latina. Entre medio, nos “compramos” varios eslógans, como aquel que dice que el hombre es el lenguaje. Y hoy por hoy, quizás la droga esté menos cartelizada que las comunicaciones: los satélites no son democráticos, tienen dueño. Sobre lo odiosa de mi última comparación, supongo es por causa del ver ambas ofertas apuntando al costado más sensible de la naturaleza humana, ese reflejo de adicción que traemos en el ADN desde aquellas oscuras manadas, temblando por sobrevivir.
RICARDO ENRIQUE CHAMBERS