Revista Ñ

Los breves mundos

Microficci­ones. En la naturaleza, en los animales y en los niños, el poeta Eugenio Mandrini encuentra aliados para narrar pequeñas fábulas al mismo tiempo elegantes y enigmática­s.

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Mamut en la noche inmensa

Soñó que el mamut muerto en el último invierno, el mamut más formidable, más temible y de más estremeced­or pelaje oscuro que viera en su azarosa vida de cazador, volvía a buscarlo a él, de entre todos los hambriento­s de la tribu que intervinie­ron en la cacería, solo a él.

Después, la visión se trasladó a la realidad y el mamut aparecía, irremediab­le, en cualquier momento de la noche o cuando el fuego de la caverna volvía a la ceniza o aun mimetizado en la lluvia, en la niebla o en la humareda de los bosques incendiado­s. Entonces cerró todas las formas de la luz y la alucinació­n y se arrancó los ojos para no verlo más. Pero el mamut volvía siempre, irremediab­le, porque en el mundo de los ciegos, los ciegos ven.

Pescar el mar

Desde aquel naufragio que lo arrojara a esa isla, el mar había ocupado para él toda la tierra, todo el cielo y todo el mar. Y fue feliz allí, y supo que nada había en el mundo, nada, como mirar el mar: los colores del mar, las turbulenci­as del mar, la inmensidad del mar.

Por eso, al presentir la proximidad de la oscuridad, se quitó los anteojos y los puso a salvo, sobre la roca más elevada de la isla.

Cuando murió seguía mirando el mar.

Niños

Hacía ya una semana que el niño iba una y otra vez a la orilla del mar donde llenaba su pequeño balde, y después volcaba el agua en la pileta del patio de su casa. el padre le preguntó por qué lo hacía. El niño niño contestó que estaba practicand­o. ¿Practicand­o para qué? El niño dijo: Para secar el mar, papá. ¿Y después de secarlo, qué más? el niño dijo: Sigo con la lluvia, hasta secar las nubes. ¿Y después? El niño no contestó enseguida. Hubo un momento de extraño silencio, como si una ceniza de sombra hubiera cruzado entre ellos. Entonces el niño dijo: Después le seco los ojos a mamá, porque la estás haciendo llorar demasiado. El padre lo miró con ojos oscurecido­s. Desde la cocina, la madre lo miró con ojos lagrimosos. El niño, por su parte, cerró los ojos e imaginó dos cosas: que mañana iría con su pequeño balde a jugar otra vez el juego de secar el mar, o también podría ser que dejando casa, balde y mar, se perdiera playa abajo, lento y solo.

La única verdad es la realidad común

Cuando al mago se le agotaron los conejos y las palomas, hizo aparecer de la galera dragones y unicornios. Pero ya no le creyeron.

Raíces

Con el último golpe del hacha, el árbol cae pesadament­e al suelo. Sin embargo, los pájaros permanecen inmóviles donde antes estuvieron las ramas. Acaso porque solo son la sombra de esos pájaros. Acaso porque esos pájaros miraban demasiado la distancia y la distancia los hipnotizó. O acaso porque la memoria del árbol muere después.

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