¿Y SI LOS MIGRANTES SON VANGUARDIA?
Exodo y nostalgia. La pensadora francesa, que nos visitó para la Noche de las Ideas, repasa tres casos de exilio para problematizar la crisis migratoria europea: toma a los desplazados como avanzada de la condición humana.
La sociedad ha descubierto que la discriminación es la mejor arma social para matar personas sin derramamiento de sangre, ya que los pasaportes, los certificados de nacimiento y a veces hasta los comprobantes de pago de impuestos, no son simplemente documentos oficiales, sino asuntos de distinción social. Hannah Arendt
Evidentemente nadie quiere advertir que la historia contemporánea ha engendrado una nueva especie de seres humanos: aquellos que han sido enviados a los campos de concentración por sus enemigos y a los campos de internamiento por sus amigos”, escribió Hanna Arendt en 1943 en “Nosotros los refugiados”. Me parece que en la actualidad, para enfrentar la actualidad, al menos entre nosotros (¿qué nosotros?), en Francia, en los países mediterráneos, en Europa, en América, en el mundo, no es posible no preocuparse por la recepción de los “desplazados”, “inmigrantes”, “exiliados”, etc., como se los quiera nombrar.
Siempre he trabajado en el “entre”: entre las disciplinas (filosofía y literatura; historia y política), entre las épocas (antigüedad y mundo contemporáneo), entre las lenguas: en ese “entre” que define la traducción. “Entre” tiene en las lenguas latinas un sentido doble. “Entre” es el imperativo del verbo “entrar”, intrare, “penetrar al interior”. En latín se le ordena a alguien cruzar el umbral (limen), el círculo sagrado de la ciudad (pomoerium), a sondear las profundidades de la tierra (terram), a penetrar las almas (animos). “Entre” es la hospitalidad. “Prohibido entrar” es la frontera como muro. Pero hay un segundo “entre”: la preposición. Proviene de la misma familia latina, inter, con el sufijo -ter que indica dualidad, como en alter, uno de los dos (por ejemplo, en alter ego, un otro yo). Estar “entre” es estar “al interior de dos cosas”; en un sentido espacial “mantenerse en el intervalo”, ni adentro ni afuera, y en sentido temporal, “desarrollarse durante”. Tanto es así que desde el siglo dieciséis en francés, por ejemplo, expresa las relaciones de reciprocidad y de comparación: entretien (conversación), entremetteuse (entrometida), entrelacs (entrelazo), entrepreneur (emprendedor). Esta vez, nada de exclusiones, nada de “no entre”, sino una zona compleja en donde no puede haber sino interacciones e interferencias.
Me gustaría, a partir de este doble sentido de “entre”, considerar tres casos de errancia, exilio y nostalgia, tomados de tres momentos de la historia, griego, latino y contemporáneo. Cada uno de mis héroes es el testimonio de cierto tipo de relación con el país, el pueblo y la lengua. La secuencia se deja comprender en tres fases emblemáticas. “Mujer, ¿quién ha cambiado de lugar mi cama?”, para expresar con Ulises, la nostalgia y el arraigo de la identidad. “Y todos convertidos en latinos, no tendrán más que una lengua”, para manifestar el exilio y la refundación, con Eneas. “¿La Europa pre-hitleriana? No puedo decir que no tengo cierta nostalgia… Ha quedado la lengua”, como dice Arendt, para desligar la lengua alemana, siempre suya, del pueblo alemán, del cual nunca se sintió parte –no más que del pueblo judío ni de ningún otro pueblo–, y hacer así del refugiado una suerte de vanguardista de la condición humana.
Toda la Odisea se puede leer como una búsqueda de identidad, episodio tras episodio. Esta búsqueda de identidad está puntuada, después de que Ulises por fin regrese a Ítaca, por una serie de identificaciones: la de su perro, que lo huele y muere de alegría, la de su hijo Telémaco, la de su nodriza, que reconoce la cicatriz en su pie. Pero es la última la que cuenta y que no ocurre: la de Penélope. La escena de reconocimiento entre los esposos, veinte años después, está deformada por la violencia y el amor. Penélope sabe y no sabe o no quiere saber. Ulises sale del baño, brilla de gracia como un inmortal, ella resiste, él la insulta –“corazón de hierro”… “Pero sí, eres tú”, dice ella por fin, y agrega: “Nodriza, ve a preparar el lecho, acomoda las maderas de la cama, pon allí los vellones”. Ulises se sobresalta: “Mujer, ¿has dicho esa palabra que me atormenta? ¿Quién ha cambiado de lugar mi cama?”–. Ahora uno comprende lo que quiere decir “arraigo”, ¡y no se trata en absoluto de una metáfora! Ulises ha construido su cámara nupcial alrededor de un olivo arraigado al suelo, y ha hecho un hueco en el olivo para poner allí la cama, de modo que nadie la pueda mover. Se trata de un secreto compartido solamente por los esposos. Penélope por fin cae en brazos de Ulises, llora y lo abraza. La cama arraigada, he aquí la conyugalidad misma… ¡Estar en casa!