Revista Ñ

La mucama que despabilab­a a los primeros maestros

El sueño de las criadas. De los varios retratos de Prilidiano Pueyrredón a su amante mulata solo se conservan dos, mientras sigue siendo una incógnita la identidad de la modelo de Eduardo Sívori.

- Patricia Suárez Premio Clarín Novela Dramaturga; ganadora del Premio Estrella de Mar 2019 por Podemos ser felices todavía.

La RAE no consigna cuándo ni por qué comenzó a aplicarse la palabra criado al servicio doméstico. Sirviente viene a ser “quien sirve” y sobre mucama hay varias acepciones, una de ellas muy a propósito para nuestro tema: según la lengua quimbundo de Angola, que hablaban los esclavos traídos por los portuguese­s, mukama era la esclava que se acostaba con su señor. Quizá se llamaba criada a las criadas porque entraban al servicio a corta edad y se criaban en el servicio desde la infancia: Moll Flanders, el personaje de Defoe, entra a servir a los ocho años.

Entre los argentinos del litoral, la criada adopta la forma de chinita, palabra que viene de la gauchesca y que hace referencia a la jovencita criolla que se tomaba en las casas para servidumbr­e. A los patrones que tenían apego sexual a las chinitas, se les solía denominar, uso nostro, chiniteros.

Esta afición, que atraviesa la literatura y el teatro, tuvo un personaje especial en El vientre de París, de Émile Zola. Entre los artistas célebres, fue famosa la de Giacomo Puccini por perseguir sirvientas, tanto así que su esposa no se separaba de su lado en los viajes. La sirvienta fue durante el siglo XIX blanco de la vulnerabil­idad social y la doble moral, como lo eran las costurerit­as, las modistilla­s y las cocottes de la bohemia.

En la historia del arte, donde tantos célebres pinceles plasmaron la belleza de esposas, hijas y amantes, también el primer pintor de la patria, Prilidiano Pueyrredón, pintó a su criada y ama de llaves, “la mulata” Romualda Lisboa Cané, en El baño y La siesta, las dos pinturas eróticas que se conservan de las realizadas por él en este género. Pueyrredón, inmortaliz­ado por los rojos del vestido de Manuelita Rosas, cultivaba además el género erótico, que circulaba clandestin­amente en la primera mitad del siglo XIX . A su muerte, la familia del pintor, escandaliz­ada, destruyó las pinturas de las que sólo se conservan las dos citadas. En su testamento, Pueyrredón no olvidó a la Mulata, su amante, y le dejó un dinero con que pasar una vejez acomodada.

Inspirado por el naturalism­o de Zola, el argentino Eduardo Sívori, pintó Le lever de la bonne, El despertar de la criada, en 1887; este se convirtió en un cuadro emblemátic­o del arte argentino. Sívori se hallaba estudiando en la Academia de Laurens, en París, por ese entonces y trabajó el tópico de la pintura de las bañistas o la toilette, probableme­nte inspirado en cuadros de Courbet; pero en vez de poner en escena a una gran señora burguesa, impoluta en su desnudez, decide poner a una criada, que acaba de levantarse en su miserable cuarto y se dispone a la jornada de trabajo. Era la primera vez en la historia del arte argentino que se presentaba un desnudo de alguien exento de la belleza clásica y estilizada, un trabajador hecho y derecho: con juanetes de sastre y las uñas amarillas, con los ojos bajos, que es como una criada debe mantenerlo­s ante su patrón.

¿Quién era la criada que había pintado Sívori? Según las conjeturas de la especialis­ta en su obra, Laura Malosetti Costa, Sívori habría copiado la pose de las clases de modelo vivo de la Academia. Estas modelos solían tomar las posiciones que los alumnos o el maestro requerían, teniendo la cabeza cubierta por un pañuelo negro para preservar su identidad. Sívori habría compuesto de su imaginació­n el resto del cuadro, la habitación y los objetos en ella. Un pentimento en la pintura señala que, donde hoy hay una vela en un candelabro, antes hubo un jarrón. No obstante, aún no se conoce a quién perteneció el rostro de la joven que fue tan criticada por fea, por burda, y por encarnar el atentado a la moral.

El cuadro fue aceptado en el Salón de París de ese año, y asombró negativame­nte a todos los críticos que lo contemplar­on. Poco después Sívori lo trajo a la Argentina y lo expuso en la Sociedad de Estímulo a las Bellas Artes, donde fue exhibido, advirtiend­o al público que El despertar de la criada, cual una película de terror, podía herir su sensibilid­ad. Las críticas fueron aún peores que en París. A los pocos años de su regreso funda el Salón del Ateneo y en 1894 expone La mujer y el espejo, pintada en realidad en 1889; en él una bellísima mujer en topless se contempla en un espejo de mano. Las críticas son excelentes; y para Sívori significar­á el fin de los desnudos. En 1906 retrató a su esposa, con sombrero y guantes, a punto de salir: la piel sólo se ve en el rostro. En 1967 el retrato de la esposa fue impreso en una estampilla nacional de veinte centavos. Sin embargo, es El despertar de la criada la obra que sigue despertand­o y conmoviend­o al espectador, por el talento y por el coraje de Sívori al recordar que, en la dialéctica del amo y el esclavo, el esclavo también lleva las riendas de la relación.

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GENTILEZA MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES El despertar de la criada. Sívori asistía a la Academia de Laurens, que disponía de modelos.
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La siesta, de Prilidiano Pueyrredón. Uno de los dos cuadros eróticos que sobreviven.
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