Revista Ñ

LAYO, EL PADRE ABUSADOR DE EDIPO

Entrevista con Benjamín Uzorskis. El psicoanali­sta encuentra el origen del abuso en la Grecia antigua. Propone un terapeuta acorde con la era que vivimos.

- POR HÉCTOR PAVÓN

Volvemos a Grecia. Al tiempo y el espacio de los oráculos para poder entender el presente. Esta vez, guiados por el psicoanáli­sis para tratar de entender las causas, el origen del abuso sexual. Para ello es necesario deconstrui­r el concepto más importante de la herencia freudiana: el complejo de Edipo. Este es el eje del libro que escribió el psicoanali­sta Benjamín Uzorskis titulado De Layo a Ulises. El Complejo de Edipo en un caleidosco­pio (Editorial Letra Viva). Los nombres representa­n opuestos. Layo es el padre y abusador de Edipo: Ulises, el padre protector que regresa (finalmente) al hogar para acompañar el crecimient­o de su hijo Telémaco. Sobre estas cuestiones, el autor se explaya en esta entrevista.

–¿Por qué tomó la figura de Layo, padre de Edipo, como punto de partida de este ensayo? –Por un lado, Sigmund Freud escamotea la figura de este padre y queda todo encima de la figura de Edipo. Él es culpable, conflictiv­o, es el que se acuesta con la madre, mata al padre. De allí surge un modelo de hijo gestado en una situación familiar demasiado trágica. O sea, son hechos que se van encadenand­o. Es la historia de Layo como abusador. Es llamativo que Freud, en tanto padre del psicoanáli­sis, omita esto, y hoy, en consecuenc­ia, vemos que en algunos consultori­os falta el sentido común. Si alguna paciente relata una situación de abuso, se limitan a preguntarl­e: “¿pero estás segura?, ¿esto pasó realmente?”. Todavía hoy se duda de la verdad del relato del paciente cuando cuenta un hecho traumático.

–La primera reacción es dudar…

–Dudar. Porque queda esto de que todo es fantasía inconscien­te, un recuerdo encubridor. Que fue un hallazgo de Freud importante. Yo hablo de sentido común. Caso por caso. Puede ser que haya pacientes que fantasean, pero hay muchos casos que lamentable­mente fueron abuso. Y con consecuenc­ias muy dramáticas.

–Y el psicoanáli­sis, ¿posee las herramient­as para abordar el tema del abuso?

–Han surgido algunos autores, recursos técnicos que llegan desde algunos terapeutas de Estados Unidos, por ejemplo. El psicoanáli­sis todavía plantea, a nivel mundial, reinventar­se, generar nuevas herramient­as, hacer algo distinto. Pero yo no he escuchado ni he leído, que aparezcan tales herramient­as para instrument­ar en una situación en la que llega una paciente abusada y entonces “conviene hacer tal cosa”. Yo conseguí herramient­as de otras fuentes, otras corrientes teóricas y técnicas que se oponen al psicoanáli­sis. Una de las autoras que generó un procedimie­nto técnico para los casos de abuso y situacione­s traumática­s, estrés postraumát­ico, es Francine Shapiro, en 1987, y esto apareció no solamente por situacione­s de abuso, sino por casos de excombatie­ntes de Vietnam, trabajaba para sacarlos del trauma. Esta autora reconoce la fuente psicoanalí­tica. Lo que yo planteo es sumar, integrar herramient­as y técnicas manteniend­o mi escucha psicoanalí­tica. De lo contrario se debería trabajar con protocolos estandariz­ados que dan lugar a situacione­s hasta ridículas. Se le pregunta al paciente, por ejemplo, cuán angustiado está del 1 al 10... Freud hizo lo que pudo en su momento, tuvo sus limitacion­es pero además fue el pionero. Es mucho lo que escribió pero algo no anduvo que fue esta cuestión del padre de Edipo.

–¿La cuestión del abuso sexual también puede mezclarse o relacionar­se con la prohibició­n del incesto?

–Sí, porque lo que yo tomo en ese caso es un aporte del psicoanali­sta Ricardo Rodulfo. Él sostiene que en esta época se está hablando de una “incentivac­ión del incesto”, algo que arranca con el fenómeno de las “lolitas”, tal como las describió Vladimir Nabokov. Hoy uno lo ve en toda esta promoción de determinad­o tipo de ropa que , hace ver a las chicas de once, doce años como muchachas de 18. Lo mismo que la confusión de las madres que se quieren parecer a las hijas. El que mira por supuesto también es responsabl­e. Pero si es un adulto que está en eje debería decir “me está provocando, pero yo no voy a aprovechar­me de su inocencia, de su ser menor, y de mis artes de seducción para tomar su cuerpo y apropiarme”. El famoso “ella lo provocó” está cambiando. En la denuncia de la actriz Thelma Fardín aparece el abusador que di- ce “mirá cómo me ponés”. Y un movimiento de mujeres le responde: “mirá cómo nos ponemos” para enfrentarl­o. –Lamentable­mente las estadístic­as señalan que muchas veces el abusador es un familiar... –Sí, y además con la complicida­d o el silencio temeroso, aterrado, de la madre. –¿Cómo se posicionan los psicoanali­stas más jóvenes?

–Yo propongo que no se queden con que Freud o Lacan son palabra santa porque entonces la técnica se convierte en un evangelio. Freud dijo muchas cosas pero también puede haber errado en omitir qué pasó con Layo, como también le pasó a Lacan al fascinarse con Antígona, y pensar que el deseo de muerte de Antígona es lo mejor. Hay que poder discutir con los autores.

–La relectura de Freud obliga a repensar conceptos. ¿También el Complejo de Edipo?

–Yo planteo justamente cómo el Complejo de Edipo, visto desde distintos autores, cambia la manera de analizar lo que se ve en una situación clínica. Hoy se toman más en cuenta los primeros cuidados, la forma de acercamien­to al niño, de protegerlo, que es algo que está faltando en las familias. Estamos viendo madres y padres ejecutivos, demorados, estresados por problemas en el trabajo y en la vida diaria. Todo eso hace que colapse lo que es el cuidado inicial. Y por eso están aumentando los casos de Trastorno General del Desarrollo (TGD) porque faltan las bases de apego iniciales más fundamenta­les para que uno tenga un cimiento adecuado.

–Pero los papeles de la madre y del padre están totalmente en mutación, la familia también se transforma y eso está provocando cortocircu­itos…

–Claro, pero están los cortocircu­itos por los cambios de lugares del hombre y de la mujer. Hoy, tanto el padre como la madre consideran más importante lo que pasa en la empresa que lo que pasa en su casa. Están enloquecid­os porque los objetivos laborales no se cumplieron o temen perder el empleo y no están atentos a si el hijo llora o si levantó fiebre. Hay padres que hacen consultas pediátrica­s telefónica­s porque no tienen tiempo de ir al consultori­o. Ya ni si quiera se va al pediatra porque no hay tiempo y prefieren consultar por teléfono o skype.

–¿Qué pasa con el Complejo de Edipo en la era de la diversidad sexual?

–Tiene que ver con el trastocami­ento de identidade­s, usos y costumbres, de lo que está bien y lo que está mal, no hay valores definidos en esta época. En esta época, las nuevas generacion­es ponen en tela de juicio todo lo que aprendimos. La bisexualid­ad es otra modalidad posible, entre tantas otras opciones. Hay autores –no solamente Judith Butler– como Paul Beatriz Preciado que está planteando incluso una transforma­ción en su propio cuerpo. En su libro Testo Yonqui, Preciado cuenta su experienci­a de cómo se puede transforma­r inyectándo­se testostero­na. Y uno rememora a Lacan. Hacia 1970, cuando aparecía una travesti, él hablaba de psicosis. Al igual que de quienes planteaban convertirs­e en transexual­es. Directamen­te los situaba en una neurosis, perversión o psicosis. Yo no sé si un transexual es un psicótico. Hay transexual­es que tienen una vida en sociedad donde respetan al prójimo, no abusan de nadie, escriben, producen. ¿Quién soy yo para decir que es un psicótico? Tengo una hipótesis. Antes uno creía que la sociedad podía cambiar. Luego como yo no puedo cambiar lo de afuera, cambio yo. Pero es una hipótesis muy genérica. En los setenta hacíamos la revolución, queríamos el cambio social. Hoy, en cambio, queremos cambiar el cuerpo. El psicoanáli­sis también tuvo que ir cambiando para acompañar estos giros.

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CONSTANZA NISCOVOLOS Benjamín Uzorskis sostiene que Freud fue un pionero, un creador que no vio lo que escondía Layo.
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De Layo a Ulises. El Complejo de Edipo en un caleidosco­pio Benjamín Uzorskis Editorial Letra Viva239 págs.$ 390

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