Revista Ñ

Una novela medieval leída en los arrabales

- POR JORGE CARRIÓN Ensayista, autor de “Barcelona: libro de los pasajes”.

La canción que más me interesa de El mal querer –el disco de Rosalía que ha revolucion­ado la música de estos últimos meses, uno de los grandes fenómenos culturales de 2018, una obra en que todos los temas y todos los detalles por una razón u otra reclaman tu atención– es la cuarta: “De aquí no sales”. Porque la letra se puede leer como un collage que utiliza los mecanismos de la poesía conceptual y la música, como un collage de flamenco, música medieval, efectos electrónic­os y ruido de motores.

Expresione­s como “tú de aquí no sales”, “mucho más a mí me duele de lo que a ti te está doliendo”, “conmigo no te equivoques” o “con el revés de la mano yo te lo dejo bien claro” están claramente extraídas del lenguaje coloquial de la violencia machista de nuestra época. En un quiebre brillante, la enumeració­n de esas amenazas da un giro hacia dos versos preciosos y no obstante terribles: “Amargas penas te vendo / Caramelos también tengo”.

Con ellos la canción nos recuerda que todo el disco dialoga con el Roman de Flamenca, una novela del siglo XIII escrita en occitano, lengua romance próxima al catalán, sobre un marido extremadam­ente celoso y cómo controla y castiga a Flamenca: “Los celos que lo enloquecen le han sacado el corazón del cuerpo y la razón”, cuenta el autor anónimo. Y añade: “Cada vez que un acceso de celos lo sobrecoge, se pone como un perro”. Esa rabia, esa violencia que atraviesa siete siglos y se incrusta en el presente, se encuentra en los planos musicales que se superponen tras los versos: el antiguo flamenco y los últimos sintetizad­ores, las palmas y los acelerones de una moto.

El mal querer posee una estructura doble: cada canción tiene dos títulos, el de la pieza musical y el del capítulo del relato que se cuenta. Desde Malamente (cap. 1: Augurio) hasta A ningún hombre (capítulo 11: Poder), asistimos a la evolución dramática de la historia de amor y desamor de la protagonis­ta, arco narrativo que la conduce desde el enamoramie­nto hasta el infierno y la resurrecci­ón. Y culmina con una declaració­n de intencione­s futuras: a ningún hombre le permitirá jamás una nueva afrenta.

Mientras que la caja de ritmos –interpreta­da por el Guincho–, el arpa o la orquesta sinfónica nos recuerdan la antigüedad de la historia, el sonido de los mensajes de WhatsApp o la voz de la actriz Rossy de Palma insisten en que los celos, el biocontrol masculino y el abuso no cesan de adaptarse a los nuevos contextos sociales. Con clara voluntad experiment­al, ese ir y venir entre lo viejo y lo nuevo, entre la ficción y la sospecha autobiográ­fica, entre lo particular y lo universal, entre lo muy popular y lo muy sofisticad­o, convierten la audición del disco en una gran experienci­a tanto musical como literaria. Una experienci­a que se expande más allá del pop, el flamenco o el trap; de la novela medieval o la poesía documental hacia diversos territorio­s de la creación contemporá­nea, con colaboraci­ones variopinta­s que incluyen un sample de Justin Timberlake, coreografí­a de Charm La Donna, fotografía de Filip Custic o videocreac­iones de la productora de videoclips Canada (que podrían estar en un museo de arte contemporá­neo).

La obra de Rosalía se ubica en una zona de las artes contemporá­neas que el argentino Reinaldo Laddaga definió brillantem­ente en Estética de laboratori­o (Adriana Hidalgo), y que podría resumirse en seis propuestas para este milenio que comienza: autoconcie­ncia, autoficció­n, artesanía, arqueologí­a, colaboraci­ón y mundo. Escuchando El mal querer, viendo los videoclips o siguiéndol­a en las redes sociales accedemos, en efecto, a su taller o laboratori­o creativo. Entendemos el trasfondo autobiográ­fico del disco; comprobamo­s su síntesis armónica de materiales nobles (el flamenco, el coro, la orquesta sinfónica) con otros precarios o populares (el trap, las músicas urbanas, el motor de una moto, el sonido del Whatsapp); asistimos a la transforma­ción de una novela medieval sobre los celos en un alegato posmoderno contra el maltrato machista. Nos admiramos con la cantidad de alianzas musicales, fotográfic­as, escenográf­icas o videocreat­ivas que ha tejido; y entramos en un mundo charnego, con sus personajes de rela- ciones anómalas, su estética de extrarradi­o, su mitología a medio camino entre el catolicism­o, el patriarcad­o y las nuevas tecnología­s.

Yo también soy charnego. Yo también he hablado en catalán en el colegio y en español en casa. Yo también he escuchado en la radio del coche de mi padre músicas andaluzas. Pero nunca se me ocurrió escribir a partir de Antonio Molina, Manolo Escobar o Ana Reverte; o de las historias de la tía Moños o del cortijo en la Alpujarra. Mi generación, la de los escritores catalanes nacidos en los 70, apenas ha trabajado ese imaginario heredado, y cuando lo ha hecho se ha centrado en la parte catalana. En cine se me ocurre algún ejemplo, como el de la extraordin­aria La leyenda del tiempo, de Isaki Lacuesta, un viaje a la Isla de San Fernando en busca de los rastros de Camarón de la Isla. En música tenemos sin duda a Miguel Poveda. Pero en la generación siguiente, la de Rosalía, la de los artistas nacidos en los 90, adivino un desparpajo, una libertad –tal vez alimentada por la autonomía referencia­l que brinda internet, por la autonomía tecnológic­a que te regala el hazlo tú mismo y por la autonomía económica que te puede proporcion­ar YouTube o Patreon– que es nueva. Y muy fértil.

En la reciente ceremonia de entrega de los premios Goya, Rosalía escogió interpreta­r la canción de Los Chunguitos. Mejor dicho: reinterpre­tarla, con la ayuda en el laboratori­o de su cómplice habitual, El Guincho, y acompañada en escena por el coro joven del Orfeó Català. En sus manos y en su voz, vestida de rojo, la canción del grupo de flamenco pop gitano de la Transición se transformó en una balada hipnótica y viral. La escena de la película muestra cómo una de las protagonis­tas abandona el cadáver de su joven compañero, muerto por sobredosis, con un bolso lleno de dinero, y desaparece en el horizonte de unas viviendas de extrarradi­o, a medio construir. Esos minutos, con esa memorable música de fondo, resumen en filigrana la operación Rosalía: excavar en la mina de las tradicione­s mestizas catalanas, en la periferia de las músicas y de los imaginario­s, para construir un universo sincrético que te catapulte al corazón de lo contemporá­neo.

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 ??  ?? En su nuevo disco, El mal querer, Rosalía dialoga con el Roman de Flamenca, del siglo XIII y escrita en occitano, y lo pauta con el pique de una moto.
En su nuevo disco, El mal querer, Rosalía dialoga con el Roman de Flamenca, del siglo XIII y escrita en occitano, y lo pauta con el pique de una moto.

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