Revista Ñ

Pequeñas labores

Escribir la maternidad. Cuatro fragmentos de este libro de la canadiense Rivka Galchen: un cuaderno de miniaturas en el que plasma el día a día con un bebé. Traducción de Jazmina Barrera y Alejandro Zambra.

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Nunca antes

Nunca antes me importaron especialme­nte los bebés. Cuando escuchaba de la muerte de algún bebé una parte de mí pensaba: ¡Al menos no era un niño! Un niño es alguien que la gente conoce y que conoce gente; la pérdida de un bebé, en cambio, ¿sería tan diferente de la pérdida de un potencial bebé que sucede cada mes? Una vez, en la primaria, en un campamento de verano, nos llevaron al cementerio a hacer frottage de lápidas. Mi amiga eligió varias lápidas de bebés, con la fecha de nacimiento y muerte a veces en el mismo mes. Luego escribió poemas a la William Blake, cortos y tristes, sobre los bebés. Después de eso pensé que era una chica rara, melodramát­ica. Ya no pienso eso. Los bebés de otras personas No son tan interesant­es. La especie

A la bebé le encanta ver fotografía­s de bebés. Y dibujos de bebés. Y aunque no juega con otros bebés muy seguido, los observa en la calle con un interés particular, con mucho más interés del que le presta a un adulto igual de distante. Aunque con mucha menos atención de la que le prestaría a un perro. Es un tipo de interés muy particular, un interés espejo, supongo. No sabe todavía que va a crecer. Todavía no sabe que se convertirá en una de nosotros. Nosotros somos de la especie grande; ella es de la especie pequeña.

¿Qué clase de droga es un bebé?

Muchos días pienso en ella como si fuera una droga. ¿Pero qué tipo de droga? Un día decido que es un opiáceo: me llena de un profundo bienestar, una sensación no vinculada con ningún logro o atributo, y esta sensación de bienestar es tan tóxica que estoy dispuesta a permitir que mi vida se derrumbe por completo con tal de que ese sentimient­o persista. Otro día, la bebé me recuerda la prevalenci­a de un conjunto muy distinto de neurotrans­misores. Pienso en la madre de unas gemelas que me dijo que sí, que amaba a las niñas, pero que una tarde se había sorprendid­o a sí misma pensando comprensiv­amente en la mujer que ahogó a sus cinco hijos, y ella, mi amiga, después de eso decidió pedir ayuda. Llamó a su madre. Su madre le dijo “El bebé humano es inútil, el bebé humano es como ningún otro animal, los animales al menos pueden caminar, mientras que el bebé humano es una nada”.

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