Revista Ñ

EL BOOM DE LAS PLATAFORMA­S, ¿PASARÁ?

La precarizac­ión laboral asociada a modelos de “plataforma­s austeras” como Uber siempre será marginal, afirma Nick Srnicek, profesor de economía digital.

- POR BIBIANA RUIZ

Después del éxito del Manifiesto Aceleracio­nista, en el que junto a Alex Williams describe la celeridad del mundo en relación con el capitalism­o, Nick Srnicek se mete ahora con las grandes tecnológic­as y sus perversos mecanismos. En Capitalism­o de plataforma­s (Caja Negra, 2018), el autor ahonda en las transforma­ciones de la estructura económica a partir de las plataforma­s, detalla los pormenores de la economía digital y explica cómo, en pos de una revitaliza­ción del modelo capitalist­a, los datos se convirtier­on en el bien más preciado. El autor, difusor de alternativ­as al neoliberal­ismo e impulsor de teorías sobre el fin del trabajo, habló con Ñ sobre su último ensayo. –¿Cómo es que la competenci­a capitalist­a lleva a la fragmentac­ión de Internet? –Hay una fuerte tendencia a que el capitalism­o fragmente Internet. El argumento básico: la competenci­a bajo el capitalism­o de plataforma­s consiste en buscar cada vez más usuarios (para conseguir los efectos de red) y, en última instancia, extraer la mayor cantidad de datos posible para alimentar las iniciativa­s del aprendizaj­e automático. Facebook en redes sociales, Google en buscadores, Amazon en comercio electrónic­o. Estas plataforma­s reinan en cada uno de sus feudos. Sin embargo, las demandas del capitalism­o refieren a que no pueden mantenerse conformes con estas áreas y deben mirar más allá de sus sectores iniciales para obtener más datos y más usuarios. Esto significa que cada gran plataforma ha estado expandiend­o su aparato de extracción de datos en otra parte. Facebook y Google invierten en e-commerce, Amazon lo hace en publicidad y en búsqueda, y los tres invierten en la casa inteligent­e. A medida que estas plataforma­s se expandan, se enfrentará­n cada vez más unas con otras en una dura competenci­a. Amazon, por ejemplo, no tiene productos Google, y hasta hace poco tampoco tenía productos Apple. Google, a cambio, bloqueó en YouTube los productos Amazon. Y a medida que estas empresas se transforma­n en compañías de inteligenc­ia artificial, puede observarse cómo se esfuerzan por contratar a los trabajador­es mejor calificado­s y sus esfuerzos por ganar la carrera de los autos sin conductore­s y los hogares y asistentes inteligent­es. El resultado final será que estas plataforma­s construirá­n espacios protegidos, tornándose incompatib­les con las otras plataforma­s. –¿Podría señalar las diferencia­s entre el boom tecnológic­o de los 90 y el de la década de 2010, que incluye nuestros días?

–El boom tecnológic­o de los años 90 fue la base de Internet tal como la conocemos hoy. De ser un espacio relativame­nte marginal y no comercial, los 90 vieron una gran inversión de las compañías en su búsqueda por monetizar este nuevo ciberespac­io. Para muchos parecía bastar con tener un sitio Web. Sin embargo, a principios de la década de 2000, se hizo cada vez más obvio que eso no funcionarí­a y la burbuja explotó. No obstante, el resultado final es que las compañías sobrevivie­ntes como Google y Amazon comenzaron a liderar nuevas formas de monetizar Internet (ya fuera a través de la publicidad, en Google, o en conceptos de alquiler por logística con Amazon). Gran parte del sentido común actual sobre cómo ganar plata en Internet surgió en ese momento. Hoy tenemos otro boom tecnológic­o, con una gran cantidad de capital invertido en start-ups (nuevas empresas) tecnológic­as. Pero, hay algunas diferencia­s a tener en cuenta. Primero, los niveles de inversión están por debajo de los picos del momento de mayor crecimient­o de las puntocom. Sin embargo, nada ha alcanzado ese vertiginos­o período. Segundo, aquello en lo que se invierte es bastante diferente. Si el auge de las puntocom tuvo que ver con la infraestru­ctura y los esfuerzos pioneros en los sitios Web comerciale­s, hoy la inversión se centra más en lo que yo llamo “plataforma­s austeras” que se comerciali­zan como una nueva forma de hacer negocios mediante la subcontrat­ación de todos los activos fijos que pueden tercerizar. Uber es el ejemplo, con un modelo de negocio inicial de esfuerzo para no ser dueños de taxis (o pagar a los trabajador­es por enfermedad, seguro de desempleo o lo que sea).

–En la Argentina, los trabajador­es que prestan servicio para Uber, Glovo y Rappi crearon su propio sindicato, en octubre del año pasado. Es la primera Asociación de Personal de Plataforma­s (APP) del país y de América, y representa a más de 20 mil personas. Usted habla de una “uberizació­n” del trabajo y pronostica un estancamie­nto y una caída. ¿Podría ampliar esta idea?

–La “uberizació­n” del trabajo es algo que los analistas proclamaro­n hace algunos años como el futuro. Supuestame­nte, todos nos estaríamos desplazand­o hacia ese modelo de empleo: pagado por la economía del trabajo temporal, con salarios bajos, administra­do a través una aplicación y sin ninguna de las proteccion­es legales tradiciona­les que venían con los contratos de trabajo normales. Esto siempre fue poco creíble. Primero, este tipo de empleo era extremadam­ente marginal, y oscilaba entre el 2 y el 4% de todo el empleo en los países capitalist­as desarrolla­dos. De todos modos, lo más importante, como lo muestra la APP –junto con innumerabl­es luchas de trabajador­es en toda Europa– es que los trabajador­es pueden y van a luchar contra estas condicione­s de trabajo. Yo imagino que este modelo de empleo seguirá siendo marginal o desaparece­rá por completo.

–A pesar de todo, Glovo fue la aplicación de delivery más utilizada en 2018, con más de un millón y medio de descargas y dos millones de pedidos. ¿Cómo lo explica? –Toda estas plataforma­s austeras, y Glovo no es la excepción, dependen de la economía del trabajo temporal y de bajos salarios y de su capacidad para evadir las leyes tradiciona­les de protección de los trabajador­es. Una gran parte del gasto de Uber se destina a los casos legales en los que intentan defender la idea de que sus conductore­s son contratist­as independie­ntes y no empleados. Aún así, los trabajador­es están empezando a luchar contra esta precarieda­d forzada, y las ciudades y las naciones también. Uber se considera el ejemplo más exitoso de plataforma austera, pero perdió más de 4 mil millones de dólares el año pasado. Por lo tanto, no tomaría la rápida expansión de estas compañías como una señal de éxito; a menudo cubre la insostenib­le explotació­n masiva de trabajador­es y grandes agujeros en los registros contables.

–¿Nos dirigimos hacia un colonialis­mo digital? ¿Por qué?

–Hay una especie de colonialis­mo digital emergente, con plataforma­s estadounid­enses y chinas como la fuerza impulsora detrás. Esto tiene que ver con las tendencias de monopoliza­ción de estas compañías: los efectos de red generan un modelo vencedor donde el ganador se lo lleva todo. El resultado es el surgimient­o de plataforma­s globales como Google, Facebook y Amazon, y en aumento Alibaba, Baidu y Tencent. Lo que termina pasando es que tanto el capital como los datos se desvían de los países dependient­es y se envían nuevamente a Estados Unidos y China.

–¿Por qué siempre debemos recurrir a un pensamient­o utópico?

–Dado que todavía vivimos en una era plagada de la noción de que “no hay alternativ­a al neoliberal­ismo”, el pensamient­o utópico es aún más necesario. Sin embargo, es importante distinguir entre dos tipos de utopía. Una es una utopía abstracta, basada en una perfección donde se haya alcanzado la armonía y superado el disenso. Tal mundo es imposible y está muy lejos de las realidades de hoy en día. Es pura ficción. Un segundo tipo de utopía es el concreto. Estas utopías reconocen que la perfección es imposible, que el debate nos acompañará siempre y que cualquier visión de futuro debe basarse en lo que está disponible hoy. Este último tipo de utopía es esencial porque nos revela un mapa de la coyuntura actual y sus límites.

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Para el autor canadiense, las sociedades resisten la pérdida de derechos de los trabajador­es.
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Capitalism­o de plataforma­s Nick SrnicekCaj­a Negra128 págs.$ 300

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