Revista Ñ

POR QUÉ LA SÁTIRA ESTÁ DE VUELTA

Al género grotesco. Desde el fondo de la historia hasta el inefable Trump, pasando por las caricatura­s nacionales, una galería de semblantes y artimañas propias del humor bufo.

- POR ANA PRIETO

En 2008 Cristina Kirchner vio un “mensaje cuasi mafioso” contra ella en una caricatura de Hermenegil­do Sábat. En 2010 el entonces jefe de Gabinete Aníbal Fernández vio exactament­e lo mismo en una historieta de Sergio Langer y Rubén Mira. En julio de 2016 Mauricio Macri reprochó a Marcelo Tinelli que lo satirizara “de mala manera” en el ciclo paródico Gran cuñado. Poco después el ex presidente Fernando de la Rúa aseguró que su tropezada aparición en El show de Videomatch a fines de 2000 fue el principio del fin de su caída. “Cuando las noticias lastiman, el humor sana”, le retrucó un Tinelli reflexivo en su cuenta de Twitter. “Hacemos humor para que las noticias lastimen menos”.

Mucha agua ha pasado bajo el puente en la desmesurad­a Argentina desde los años del menemismo, y es probable que el conductor estrella, cuya candidatur­a presidenci­al no deja de volver, no recuerde que en 1994 envió una carta documento a la revista Humor Registrado con la amenaza de llevarla a juicio. Eran los tiempos en que un Tinelli de 34 años divertía a millones con cámaras ocultas, y no le hizo ninguna gracia aparecer en la tapa de la célebre publicació­n satírica vestido con parafernal­ia nazi junto a Domingo Cavallo bajo un título que rezaba “El terror de los jubilados”. La conclusión de este breve repaso de ofendidos es que los poderosos no suelen reírse de sí mismos. Y toleran muy poco que se rían los demás.

Satiricone­ando

La sátira política es una forma de humor que busca poner al desnudo la banalidad, hipocresía y vanidad del poder y los vicios y conductas obsecuente­s de quienes se someten a él. Como género ha existido desde que vivimos en sociedades alfabetiza­das e injustas y, en su actual acepción en inglés, desde el siglo XIII, para designar “la ridiculiza­ción de vicios y tonterías”. El poeta Enio, en tiempos de la Roma republican­a, destinó versos emparentad­os con la sátira actual. Lo precedió el griego Aristofane­s, con sus hilarantes comedias satíricas sobre el mundo del poder. En 1482 se publica El Satyricón, novela erótica con temas y formas de la baja cultura, atribuida a Petronio.

La sátira suele embestir a sus objetivos con ironías y sarcasmo; con parodias, imitacione­s y exageracio­nes. Para algunos, la sátira nos ayuda a comprender la realidad que nos rodea al echar luz sobre sus contradicc­iones. Para otros más optimistas, puede cambiar el mundo. “La sátira siempre tiene un programa: elige a un enemigo –el gobierno, la iglesia o personas con algún tipo de autoridad– y busca exponerlo y exhibirlo”, explica la investigad­ora Mara Burkart, autora del libro De Satiricón a Humor (2017). Para Ingrid Beck, actualdire­c- tora de la revista Barcelona, la sátira es esencialme­nte molesta y ofensiva. “Nosotros la usamos para comunicar lo que pensamos, informar, y plantear una crítica a los medios de comunicaci­ón dominantes”. La publicació­n está por cumplir 16 años, y no hay humoristas de profesión en su staff editorial: “Somos periodista­s haciendo una revista política”, aclara Beck.

Además de un objetivo al cual sacudir, la sátira necesita un receptor informado. No tendrá ningún efecto burlarse del célebre “seré breve” con el que Fidel Castro introdujo su discurso ante Naciones Unidas en 1960, si se ignora que a continuaci­ón habló durante cuatro horas seguidas. Quienes desconozca­n las cambiantes opiniones de Donald Trump y su uso ramplón de la lengua inglesa no captarán las sutilezas más cómicas de su imitador, Alec Baldwin.

Pero siempre habrá quien no se ría ni de Castro ni de Trump. La sátira política funciona dentro de burbujas informativ­as desde mucho antes de la aparición del término. Naturalmen­te nos reiremos más fuerte de aquello con lo que acordemos ideológica­mente.

Del virreinato al meme

“Guardar moderación, evitar toda sátira”. Tal fue la advertenci­a del virrey Gabriel de Avilés al dar permiso a la fundación del primer periódico porteño, El Telégrafo Mercantil, que alcanzó los 110 ejemplares antes de ser censurado en 1802. Con la consolidac­ión del Estado argentino nacería la larga trayectori­a de humor gráfico político con revistas como El mosquito, Don Quijote y Caras y Caretas en el siglo XIX, Tía Vicenta, Satiricón y Humor Registrado en el XX, y Barcelona, en el siglo XXI.

La evolución y profesiona­lización de la sátira en la prensa iría a la par del desarrollo de la industria periodísti­ca en el país, compartien­do desafíos y embates según el momento histórico. Amenazas, censura, cierre o achicamien­to de espacios, encarecimi­ento de los costos del papel y la irrupción de la web 2.0. Si El Mosquito, fundada en 1863, inauguró la relación entre caricatura y agenda política en la Argentina, el colectivo Eameo, fundado en 2014, sistematiz­a con marca propia la relación entre agenda política y meme, esa nueva forma de la caricatura digital. Del papa Francisco, al movimiento antivacuna­s, a frases desafortun­adas del presidente (“pasaron cosas”), a la Confederac­ión Sudamerica­na de Fútbol, Eameo crea pequeños paquetes cáusticos de sentido que distribuye vía Twitter, Instagram y Facebook, a partir de la intervenci­ón de imágenes.

“Estamos en un momento en el que se democratiz­ó el acceso para producir humor – dice Mara Burkart–. Hoy con un poco de expertise tecnológic­a podés hacer una parodia digital graciosa y subirla a las redes. Cambiaron, además, las velocidade­s del humor: el comentario de un ministro se puede convertir en meme en cinco minutos”. Existen, sin duda, fábricas tanto oficialist­as como opositoras de memes, atentas a la pesca de temas potencialm­ente corrosivos.

Entre el papel y la Web, también pasaron la radio y la televisión. El regreso de la democracia fue el regreso del humor radial, no ya en la forma tradiciona­l de programas especiales, sino abriendo espacios a modo de columnas en los informativ­os.

La dupla Pedro Saborido-Omar Quiroga fue pionera en la sátira política de los 90, apaleando a Carlos Menem, Adelina de Viola, Aldo Rico, María Julia Alsogaray, y creando perlas inolvidabl­es como la canción “Amira, te vi en Ezeiza”. Cuando el menemismo dio sus señales más grotescas de despilfarr­o y corrupción promediand­o la década, apareciero­n personajes a medida, como Rafael Orestes Porelorti, diputado multifunci­ones creado por Fernando Peña, cuyo lema era “como no hay nada que hacer con la corrupción, entonces repartamos”.

En los últimos años la parodia a secas ha sido el recurso elegido para hacer humor político en televisión. Nada queda de los legendario­s monólogos de Tato Bores, brillantes por su sutileza, ni tampoco de los punzantes interrogat­orios a funcionari­os despreveni­dos de la primera época de CQC. El stand up de breves monólogos a cargo de imitadores reinó en programas informativ­os como Periodismo para todos, de Jorge

Lanata, donde Fátima Flores sumó ridículo y glamour interpreta­ndo a Cristina Kirchner, y en entretenim­ientos como Gran cuñado de Marcelo Tinelli.

“A los fenómenos masivos como Gran cuñado es difícil definirlos categórica­mente con un único propósito o una única consecuenc­ia –dice Burkart–. Sin embargo, el humor de Tinelli suele ser funcional al poder, ya que ese tipo de parodia contribuye más a la lógica antipolíti­ca que a la reivindica­ción de la política”.

Funcional o no, varios se han ofendido por la pintura que se hace de ellos, o han ido al piso con sonrisas inamovible­s para que nadie dude de su sentido del humor. “Están los políticos a los que no les gusta ser parodiados, a los que sí, y los que ya son payasos en sí mismos. Y es difícil hacer humor contra alguien que ya es un payaso”, añade Burkart.

Risa e ideología

¿Cuál es el blanco actual de la sátira argentina? En momentos de polarizaci­ón, los objetivos favoritos suelen ser el macrismo y el kirchneris­mo. Humoradas a uno y otro lado de la grieta pueden encontrars­e en Barcelona, en los memes de Eameo, en columnas de los diarios Clarín, La Nación e Infobae, y en jóvenes humoristas como Martín Rechimuzzi y Pedro Rosemblat, que durante enero hicieron una gira por la costa atlántica con su obra El proyecto Bisman. También hay humor político que ha hecho el salto de Twitter a la imprenta. Es el caso del usuario “Gustavo Bieverhaus­en” o @misodios, que tiene más de 365.000 seguidores y el libro Manual para demoler progresist­as, que en sus primeras páginas advierte que se servirá del humor para identifica­r y desarmar al “progre argentino”. Pero no todos se rieron. En la revista Crisis, por ejemplo, se publicó una reseña criticando la ideología que campea en sus páginas. “Hay cierto arco político al que le cuesta todo lo que tiene que ver con el humor, porque es un recurso difícil de atacar –dice el autor del Manual–. Optan por contestar con solemnidad en lugar de hacerlo con otro chiste, que sería el campo ideal de respuesta: un chiste versus otro chiste”.

¿Es posible, sin embargo, reírse de una sátira política cuando no se comparte su corazón ideológico? “¡Obvio!”, dice Bieverhaus­en. “Siempre y cuando sea graciosa”.

Alejandro Borensztei­n, columnista de humor político en Clarín concuerda: “Disfruto de la gente que sabe hacer humor y no importa que lo haga en una dirección distinta a la que yo pienso. Ahora bien, supongo que con el nivel de enojo que hay en relación a la política y en un entorno de unos contra otros no debe haber espacio para que se entienda que un chiste en contra de las ideas de uno puede ser gracioso”. Ingrid Beck pone el foco en el efecto humorístic­o: “Se puede reconocer una sátira bien hecha, valorar su mecanismo ingenioso, entender que alguien se ría, pero que no te cause gracia porque no compartís la crítica”.

Fuera de los partidismo­s hay una larga tradición argentina que ha hecho humor con fuerzas de poder más generales: las tiras sociales de Quino en libros como Potentes, prepotente­s e impotentes o Boogie, el aceitoso, el mercenario estadounid­ense de Roberto Fontanarro­sa, son dos clásicos. El filonazi Micky Vainilla de Peter Capusotto también vale aquí. Moderna y gratamente incómoda, Lenin y vos, de Bruno Bauer es una historieta que comenzó circulando por correo electrónic­o, pasó a un blog, luego a Facebook y finalmente a formato libro.

Primero reír, después llorar

Si hay un país en el que la sátira política está pasando por un gran momento histórico, es Estados Unidos. Pero bajo el reinado de Donald Trump, donde muchos ven una fuente inagotable de chistes, otros ven la homogeneiz­ación y normalizac­ión del recurso humorístic­o como modo de discutir al poder. Comediante­s y comentaris­tas como John Oliver, Stephen Colbert, Samantha Bee, Trevor Noah y todos los late night shows, incluyendo Saturday Night Live, parecen tan obsesionad­os con Trump que cuesta recordar qué satirizaba­n antes de su llegada al poder. Descontand­o el permanente estado de competenci­a en el que se encuentran, a fuerza del continuo roce con el enemigo corren el riesgo de limar todas las asperezas de la burla. En su podcast Revisionis­t History el periodista y bestséller Malcolm Gladwell habló hace poco de las paradojas de la sátira y observó, por ejemplo, que es inútil burlarse de la incapacida­d de Trump para construir una oración coherente, cuando uno de los principale­s atractivos que tiene para sus votantes es justamente el de no ser sofisticad­o.

¿Pero acaso los shows de medianoche se dirigen al votante de Trump? No precisamen­te. A mayor polarizaci­ón social, más humor político, pero también más público cautivo que no se expone –y no es expuesto– a bromas que no son de su agrado. Ante una evidencia así, difícil atribuirle a la sátira una responsabi­lidad social redentora.

“La sátira debería hacerte reír primero y deprimirte después”, ha dicho el talentoso guionista escocés Armando Ianucci, responsabl­e de la series The Thick of It y Veep. En septiembre pasado dijo a CBC Radio: “La sátira es una reacción, no algo que busque generar una respuesta específica. Si de verdad quieres frenar el avance de un partido político, ingresa a la vida cívica”.

–¿Puede la sátira cambiar la manera de pensar de alguien?– le preguntaro­n.

–No –respondió. –Al final del día debería ayudarte a cambiar de opinión acerca de vos mismo; obligarte a pensar en tus propias creencias y puntos de vista y ver si resisten el cuestionam­iento. No se trata de otras personas. Se trata de vos”.

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