Revista Ñ

El buen chiste de reírse de los poderosos

Entrevista con Alejandro Borensztei­n. El columnista destaca que la realidad política es muy caliente y que eso nutre la sátira. Dice que está saturado de “seguir hablando sobre kirchneris­mo” desde hace 15 años.

- A.P.

Arquitecto, ex productor televisivo, autor de siete libros y columnista de humor político en Clarín desde hace 12 años, Alejandro Borensztei­n hace un diagnóstic­o de la risa en los medios argentinos.

–¿Cómo describirí­as este momento para la sátira y el humor político en la Argentina? –Siempre vale la frase de Landrú: el humor político es una de las pocas cosas que andan bien cuando las cosas andan mal. Así que estaría pasando por un muy buen momento desde hace años. Si la política está en la agenda de todos los días, el humor político tiene sentido, pero si la gente no sabe ni cómo se llaman los ministros, es inútil todo lo que escribas. La realidad política aquí es muy caliente y por lo tanto el humor tiene muchos elementos de qué agarrarse. –Ya no hay programas de humor político en televisión, salvo quizá segmentos con imitadores. –Agarrar a un tipo que se parece a Massa, que cuente un chiste y baile no es humor político. De todas maneras es un problema más general: no hay humor político en la tele pero tampoco hay humor. El humor está incorporad­o a los programas: un noticiero, un magazine o un programa de cocina. Pero como género televisivo no existe más, por ahora.

–¿A qué se debe?

–A que es muy difícil hacer reír desde la televisión y el cine y me parece que no hay quien se anime a hacerlo. Además, hoy los costos para hacer televisión en la Argentina son limitantes. Pero es un fenómeno local; en Estados Unidos está lleno de programas de humor.

–¿Hay algo de lo que hayas elegido no reírte o no reírte más?

–Cada uno se autoimpone sus límites. Yo no hago humor con el dolor; no hago humor con desapareci­dos, muertos, tragedias. Cuando fue la tragedia de Once, por ejem- plo, escribí una nota seria, no de humor. Con temas donde hay dolor involucrad­o no puedo hacer humor pero entiendo que haya medios menos masivos y más de nicho que sí lo hagan. Barcelona ha hecho mucho humor con la desaparici­ón de Julio López, y está bien, porque es una manera de recordarno­s que hay un desapareci­do en democracia, cuando la mayoría de los medios ya no lo recuerdan.

–¿Y algo de lo que estés cansado de reírte? –Me aburre que los protagonis­tas sigan siendo los mismos. Me satura tener que seguir hablando de kirchneris­mo; hace ya 15 años que están protagoniz­ando la política argentina, es mucho tiempo. Debería haber otra cosa y no termina de aparecer. El humor va entre Macri y Cristina todo el tiempo; se concentra ahí, y me agota un poco. –¿Cómo es tu proceso de trabajo?

–Reviso todos los diarios que se publican en Buenos Aires, chequeo lo que pasa en las radios y los programas políticos y veo cómo es la agenda. Arranco la semana con anotacione­s y tengo dos o tres hipótesis de trabajo que no puedo concretar hasta último momento. Recién el jueves defino de qué va la nota, pero a veces pensás que la agenda es una y el viernes se te da vuelta. Cuando empecé hace 12 años era más inseguro; tenía cuatro o cinco columnas adelantada­s y trabajaba sobre cuestiones más genéricas de la política, no con la actualidad. Hoy eso es imposible; la actualidad me fue comiendo. –¿Podría alguna vez volver un programa como el de tu papá, Tato Bores?

–No, todos los grandes, en el caso específico de la tele, fueron únicos. No hay más un Olmedo ni un Tato. Son figuras irrepetibl­es y alguien deberá aportar algo nuevo; inventarse una nueva idea.

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RUBÉN DIGILIO Alejandro Borensztei­n. El hijo de Tato Bores subraya que el humor va y vuelve entre Macri y Cristina.

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