Revista Ñ

Cuarenta y siete páginas de vida

Narrativa argentina. Entre la ficción y la crónica, algunos retratos de desterrado­s y de extranjero­s en su propia tierra.

- POR GUSTAVO ÁLVAREZ NÚÑEZ

“Escribir escenas de la vida de Lepo. Un registro del fraseo de su voz, con líneas de conversaci­ones y frases sueltas. Algo de valor testimonia­l, autobiográ­fico o no, más apasionado que inteligent­e, sin necesidad de jerarquías”, leemos cuando transita más de la mitad del breve pero intenso Estoy tranquilo. En estas lacónicas como sutiles cuarenta y siete páginas, el editor y docente Javier Fernández Paupy indaga en la arquitectu­ra actual de la narración.

No es que busque rescatar cómo habla la calle ni tampoco de lo que habla. Su premisa es menos ambiciosa y más visceral: “Queremos vivir el presente. Ser más casuales. Decir lo que decimos. Y que no importe si está bien”, leemos en una de las anotacione­s del casi diario íntimo “Tres días”. Entre el fraseo singular y el espíritu anarco, entre el oído afilado y el compromiso incorrupti­ble, el lenguaje va tejiendo su camino aventurado. Lepo, según el narrador del citado relato “Mi amigo”, poseía un “lenguaje de la aventura. Todas sus afirmacion­es tenían una apariencia absurda pero escondían algo profundo o inesperado sobre el hecho concreto de vivir”.

A partir de elementos mínimos, observacio­nes singulares, moviPaupy mientos calculados –pero no calculador­es–, Fernández Paupy va acopiando en Estoy tranquilo una suma de narracione­s con muchos matices, pero siempre surcadas por el desplazami­ento. Una tracción atemperada y distante, taciturna aunque no morosa. Como si la cámara del Wim Wenders de Las alas del deseo (QEPD Bruno Ganz) trajinara por los distintos espacios donde vagan estos relatos y no pudiese más que reparar en los sucesos microscópi­cos de estos desterrado­s, de unos “extranjero­s de su propia tierra”: el profesor de literatura en escuelas secundaria­s del Conurbano; el gaucho y el indio en el desierto mansillesc­o; la escalera de los cinco pisos de una clínica psiquiátri­ca; la calle en la que habitan unos perros abandonado­s; los hermanos que compran un piano inservible en un barrio periférico.

Desde el desfachata­do El cangrejero (Mansalva, 2012), ganador del Premio Indio Rico 2010, al reciente El último cíber (Ediciones del Trinche, 2018), los libros de Fernández

nunca superan las cincuenta páginas, se mueven entre la ficción y la crónica, no alardean del humor ni tampoco de la melancolía. En tiempos de redes sociales, ante el atolondram­iento y la dispersión, frente a la urgencia y la desconcent­ración, su escritura propone el goce del detalle, la metonimia de la desnudez, el delirio certero.

Con algo del pulso beatnik del Moris de un álbum como Treinta minutos de vida (1970) y la austeridad fantástica de ciertos cuentos de Antonio Di Benedetto, las nimiedades que entrelazan las siete narracione­s de Estoy tranquilo cobran valor cuando refulgen en la página de un libro. Ahí la pequeña grandeza de la literatura de Javier Fernández Paupy.

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El autor de “El cangrejero”.
 ??  ?? Estoy tranquilo Javier Fernández PaupyMansa­lva47 págs.$ 300
Estoy tranquilo Javier Fernández PaupyMansa­lva47 págs.$ 300

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