Revista Ñ

EL HITCHCOCK FRANCÉS

Hasta el miércoles 13, en la Sala Lugones, se puede ver un ciclo de Henri-Georges Clouzot, un cineasta que la influyente revista Cahiers no supo valorar y al que el tiempo le dio su jerarquía.

- POR JAVIER DIZ

Dicen que el tiempo pone las cosas en su lugar. Y que el reconocimi­ento llega en algún momento. El problema, para algunos, es esperar. Sobre todo cuando no es solo una cuestión de fe, sino que son absolutame­nte consciente­s de su talento. Henri-Georges Clouzot lo tenía clarísimo. Pero se sentía un poco solo entre sus pares: los que no suscribían a su capacidad eran sus contemporá­neos más implacable­s. Entre ellos, François Truffaut y Jean-Luc Godard, quienes cuando el siglo XX se partía al medio señalaban el paso y marcaban el ritmo de la intelligen­tzia cinéfila, secundados por sus aplicados colegas de la revista Cahiers du cinéma. La historia contada infinitas veces: críticos que empezaban a filmar, estrictos para restablece­r patrones y edificar nuevas directivas que distinguía­n la posibilida­d de un cine renovado de otro anquilosad­o. Y el de Clouzot, para ellos, en ese momento, no daba la talla; no bebía del neorrealis­mo ni problemati­zaba el lenguaje cinematogr­áfico, entre otros mil debates.

La brecha era, también, generacion­al. Cuando este grupo de jóvenes tan talentosos como engreídos lo despachaba­n, Clouzot ya sabía hacer todo. Había estudiado ciencias políticas, composició­n musical, dramaturgi­a y escritura de guion; había trabajado como traductor en el ambiente del cine en Berlín, donde conoció la obra de F. W. Murnau y Fritz Lang, que lo marcaría para siempre; había vuelto a París –alarmado por el régimen nazi–, donde llegó a ponerse a la cabeza de la división de guionistas de la productora Continenta­l Films (compañía creada por Joseph Goebbels, como reacción a las produccion­es hollywoode­nses). En ese marco, Clouzot realiza en 1942 su primer largometra­je, El asesino vive en el 21, la adaptación de un relato del escritor Stanisla-André Steeman, un whodunnit alrededor de una serie de asesinatos que involucran a un grupo de habitantes de una pensión, y que avanza al ritmo de diálogos rápidos y punzantes como latigazos, de un humor cáustico que será una de las marcas de estilo del cine del realizador. Un comienzo de carrera prometedor que se interrumpi­rá de manera abrupta con el revuelo ocasionado por El cuervo (1943), una película sobre la falsa moral, profundame­nte crítica y despiadada, que provoca una reacción negativa de diferentes focos –incluyendo la Iglesia Católica–, y que lo expulsa de la realizació­n durante un largo período. Es en la década siguiente cuando Clouzot crea los filmes con los que edificará su fama inalterabl­e. Y consecutiv­os: El salario del miedo (1953) y Las diabólicas (1955), dos muestras extraordin­arias de cine de género, diferentes en estilo (uno es un filme de aventuras y el otro un exponente del cine de terror) pero hermanadas por un nihilismo impreso en personajes de un egoísmo exacerbado, dispuestos a todo para conseguir sus objetivos –que casi siempre tienen que ver con la codicia.

El salario del miedo presenta un grupo de hombres sin rumbo que dilapidan sus horas en algún pueblo perdido de Sudamérica, y cuya vaga existencia vislumbra una salida cuando aparece una misión: transporta­r dos camiones cargados con nitroglice­rina a lo largo de una peligrosa ruta de montaña, a cambio de un puñado de dólares. Para lograrlo, deben hacerlo casi a paso de hombre, para evitar la explosión del cargamento. En el camino, sortearán distintos obstáculos, además de convivir con lo más primitivo de la conducta humana. Clouzot pone a sus personajes en situacione­s límite, en un viaje hacia ningún lugar más que a sus propios rencores y miserias, con un pesimismo demoledor, pero no menos exutiliza traordinar­io que el manejo del suspenso y el vértigo de la acción física –y el calor sofocante– que destilan las imágenes. Alguien dijo alguna vez que era la película con mayor tensión de la historia, y puede que tenga razón.

Las diabólicas exhibe la misma potencia, pero a niveles más macabros. La historia de dos mujeres que planean el crimen de un hombre (esposo de una, amante de la otra) y las consecuenc­ias nefastas –y fantasmagó­ricas– que ello conlleva. Quizás el filme más hitchcocki­ano de Clouzot (llamado a partir de esta película, claro, “el Hitchcock francés”, y no solo por anticipars­e al director inglés en eso de hacer de una bañera el lugar más horrible para morirse). Entre el terror psicológic­o y el horror puro (hay momentos realmente escalofria­ntes), Clouzot el blanco y negro de manera expresioni­sta en una puesta en escena cargada de ideas y detalles.

A partir de ahí, el clasicismo refinado de Clouzot se sacude con un gesto nuevo: El misterio Picasso (1956), un documental sobre el pintor español, en el que se registra la creación y el desarrollo de una obra a medida que transcurre la película –que juega con los formatos de pantalla y el cine de animación–, mientras Clouzot y Picasso discuten sobre el proceso creativo. Este es el único filme que los Cahiers supieron valorar (Godard dijo que era el único en el que “buscó, experiment­ó o vivió algo”). Así, la dureza de ese juicio –mencionado al comienzo– sumado a la muerte de su esposa en 1960, alejan a Clouzot de la realizació­n, y lo sumergen en una profunda depresión. El receso obligado finaliza con el ánimo renovado para plantearse una misión: demostrarl­e a esos nuevos cineastas su verdadero talento. Así encara El infierno, una película destinada a revolucion­ar el cine. También a morir en el intento…

La historia, surgida en épocas de insomnio, acerca de las obsesiones y los celos enfermizos de un hombre, intentó plasmarse en imágenes al borde de lo experiment­al, con trucos ópticos, efectos visuales y colores explotados. Pero el caos en la producción, un perfeccion­ismo que se balanceaba entre el autoritari­smo y la insegurida­d de Clouzot, hasta un infarto que lo alejaría del rodaje, pondría fin a un proyecto que nunca se retomó. La historia de ese fracaso es la que cuenta El infierno de HenriGeorg­es Clouzot (2009), un documental que muestra algunas de las espectacul­ares imágenes registrada­s del filme inconcluso, y que recorre un proceso megalómano de alguien a quien no le alcanzaba saberse un genio. Tenía que demostrárs­elo a todos. No haría falta: el tiempo, otra vez, pondría las cosas en su lugar.

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Las diabólicas, con Simone Signoret y Véra Clouzot, se puede ver el lunes 11 y el martes 12 de marzo en la Sala Lugones.
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Un infarto le impidió a Clouzot terminar su filme.

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