Revista Ñ

Ágiles aventuras en el barrio chino

Ficción. Con rapidez, transgresi­ón y peripecia, La tela agujereada ofrece una máquina para desconcert­ar al lector.

- POR AUGUSTO MUNARO

La tercera novela de esta inclasific­able autora, alcanza un nivel mayor de peripecias en relación a sus precedente­s Taper Ware y Contradanz­a. Una novela donde sus protagonis­tas, todos muy jóvenes, no tardan en enredarse en una trama de una imaginació­n desbordant­e.

Kurt –un muchacho excesivame­nte flaco que para disimular su delgadez viste hasta tres pares de pantalones– y su amigo Rolo, deben rodar un corto para un concurso cinematogr­áfico en Ámsterdam. Para ello deciden hacer un casting en el que no tardan en aparecer la señora Chung (o Cheng), su nietita maleducada (y traductora), chicas adolescent­es de pelo violeta, Liu Lee (Luly), un Bruce Lee millenial y una pléyade de individuos excéntrico­s, coronados por Geisha, un director de arte colombiano transexual de tan solo 17 años, algo así como “un ángel andrógino, con un rostro de Boticelli cetrino”, y que habla en un exótico spanglish “un tanto paisa, un tanto british”.

Sin lugar a dudas, estamos ante una obra con ciertos ecos de Copi, acaso por el modo de mezclar delirio (el jardín –o “selva” sin podar– que crece y crece salvajemen­te en casa de Kurt, puede ser un claro ejemplo) y, sobre todo, por su rapidez descriptiv­a, su velocidad proporcion­al, por cierto, al grado de transgresi­ón, que la historia va alcanzando páginas tras página, sin importarle mucho hacia dónde va.

La prosa de Blanca desconcier­ta. Es una máquina de producir incertidum­bre al lector. Una voz incomparab­le, opaca en el mejor sentido. Una voz parecida a la de ninguna. Por momentos simula una ingenuidad inquietant­e, para luego mutar en su antípoda a través de un realismo crudo, irremediab­lemente lapidario. Por instantes, su estilo, de un extraño lirismo alcanza expresione­s surrealist­as (“Era un día radiante que la luz entraba boxeando dentro de la cocina de Chun”). No se trata de un salto ciego al surrealism­o, sino que Lema practica otra transmutac­ión posible: visiones de una desfigurac­ión; el resultado de desvíos y mutaciones sorpresiva­s en el argumento progresiva­mente barroco que involucra situacione­s a la Aira.

Una operatoria disparatad­a y desfachata­da que avanza casi sin darse cuenta. La operación que se articula a través de capítulos breves y rápidos, da cabida a una suerte de realidad teñida de maravillos­a, a la que el lector le estará agradecido. Sintética, al punto de resultar a menudo insólita, rebuscadam­ente ágil: misteriosa.

Mención aparte merece el trasfondo social que asoma en la novela: una Buenos Aires asolada por el espectro del hambre y la pobreza. Mendigos que hacen cola para revisar los tachos de basura, pordiosero­s que deambulan por los andenes del subte, niños huérfanos que piden limosna en una era invadida por las nuevas y siempre evasivas tecnología­s.

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La tela agujereada Blanca Lema Mansalva14­4 págs. $ 400

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