Realismo enrarecido
Adaptación teatral de Los Muertos. Se reestrena esta propuesta sobre la novela breve de Mario Levrero, con dirección de Irina Alonso.
“Las cosas siempre son símbolos de otras cosas, la realidad transcurre en un plano por completo inabordable para nuestras pobres facultades”, dice uno de los personajes de Los muertos, la obra que Irina Alonso acaba de reestrenar en el Celcit y que partió de teatralizar la nouvelle homónima de Mario Levrero. La frase es textual de este escritor uruguayo, autor de culto precisamente porque sus cuentos o novelas desarrollan no solo un plano surreal sino varios que se conectan rizomáticamente y por asociaciones tan misteriosas como en los sueños. Pero sin llegar a ser literatura fantástica sino de un realismo mágico muy a la uruguaya (Marosa Di Giorgio, Armonía Somers, Felisberto Hernández) que encuentra lo fantástico entreverado con lo cotidiano y que ve lo ordinario más absurdo que lo onírico. “Me fascina esa mirada extrañada y muchas veces desopilante por lo peculiar, por lo subjetiva que no rinde cuentas a nadie pero sin ser prepotente; la confusión y ambigüedad como un lujo contra un mundo demasiado medible y utilizable. En particular Los muertos me provocó un apetito teatralizante”, dice Alonso.
Encontrar la carnadura teatral de lo literario no era el único desafío, también cómo poner en escena la superposición de mundos distantes; cómo hacer brotar espacios disímiles en el solo espacio del escenario, del mismo modo que para Levrero conviven en una sola mente y un solo relato. Alonso encaró la versión y la dirección con la idea de que este texto tiene una estructura de cajas chinas, por lo que también la obra debía tener algo de teatro dentro del teatro. La primera caja es el escenario que simula la segunda: un depósito en el que cuatro hombres trabajan manipulando precisamente embalaje, todo lo cual es un agregado de la puesta. “Sentí que era necesario multiplicar esa voz única del original y que había que buscar mayor oralidad –aclara–. Fuimos tomando los personajes principales que acompañan al protagonista y creamos algunos diálogos y escenas que no existen en el original. A la vez generamos un espacio que pudiera mutar velozmente”.
Un espacio aparentemente realista al comienzo, que se va volviendo extraño cuando uno de los operarios comienza un relato perturbador en el que sus compañeros son absorbidos, se vuelven personajes y se van transformando con los giros de la narración. Sin solución de continuidad pasan de la habitación de una tía a un cabaret y al mismo tiempo nunca han abandonado el depósito. No sabemos si juegan para escapar de lo chato del trabajo, si sueñan, si uno de ellos delira y arrastra a los otros o si la mente de uno despliega una multiplicidad que los otros reconocen inmediatamente como la verdadera realidad. “Infinitos mundos en transformación permanente, un relato que se bifurca siempre entre el presente y el pasado, entre lo real y lo imaginado, entre la ‘cosa’ y la representación”, dice la directora.
Y aunque no se trata de un tránsito consecutivo que realiza ningún héroe, el que narra marcha hacia el descubrimiento de sí mismo. “El personaje principal de Los Muertos es un agonista que se cree ineficaz, imposibilitado para las cosas de la vida pero que a través de experiencias enigmáticas y aterradoras va al encuentro de su propia anagnórisis –considera Alonso– y toma conciencia: ‘Me había acostumbrado a la idea de que la vida llegará mañana, cuando determinadas cosas se combinen de determinada manera, y mientras tanto había ido perdiendo la capacidad de determinar mis propias cosas’.”