Revista Ñ

POR QUÉ QUEREMOS TANTO A JULIO CORTÁZAR

Un visionario. El escritor español retrata al gran autor argentino e interpreta las pasiones que aún sigue despertand­o en Hispanoamé­rica. En mayo se publicará una edición especial de Rayuela.

- POR JUAN CRUZ

Tomás Eloy Martínez contaba uno de los más terribles enfados de Ernesto Sabato, cuando este abandonó abruptamen­te una mesa de La Coupole, en París, al sentirse desdeñado en su honor literario por Carlos Fuentes, su más joven colega mexicano. Según Tomás, Sabato mantenía su disposició­n a la anemia expresiva mientras que Fuentes trataba de hacerle la vida más agradable al autor pesimista de El túnel. Así pues, en uno de esos momentos en que Fuentes sintió que tenía que animar a su amigo Sabato con un elogio de mayor enjundia, decidió hacer una escala de valores en la literatura argentina. Y dijo Fuentes, desde su ángulo de la mesa: “Yo creo que los tres grandes escritores argentinos son Borges, Cortázar y Sabato”. A Sabato no le faltó ni un segundo para abandonar la mesa al grito de “¡Gracias por ponerme en último lugar!”, mientras Fuentes, atlético, corría tras él asegurándo­le, contrito, que lo había dicho “en orden alfabético”.

Quizás Cortázar no era el segundo, ni el primero, ni el tercero del orden alfabético, pero en uno de esos lugares estaba fijo. Además era, y siguió siendo, un extraordin­ario escritor raro, inclasific­able. Rompió los moldes de la narrativa en español. Su perdurabil­idad es un fenómeno tan extraordin­ario como aquella leyenda que hubo, hasta que en efecto empezó a envejecer, de que Julio era un hombre que le había ganado la batalla a la edad. Todos los escritores, los del abecedario de Fuentes y todos los demás –aunque hayan sido en su tiempo de extraordin­aria potencia o fama–, son desbancado­s por otros que los dejan en el escalafón del olvido. De ese purgatorio salen algunos y vuelven a las estantería­s, a las escuelas, a las universida­des.

Si se me permite no comparar, este es el caso de Cortázar: tras un ligero interregno, a partir de su muerte en París, el 12 de febrero de 1984, su literatura recuperó su presencia en estantería­s hispanoame­ricanas y ahora sigue siendo lo que los editores, los agentes y los libreros llaman “longseller”. En España, Cortázar tuvo un tiempo de espera más largo, injusto y decepciona­nte.

Entonces este cronista era editor a cargo en Alfaguara de todos los libros de Cortázar en España. En 1992 estaba en su cénit, entre nosotros, los españoles, una campaña tan estúpida contra lo argentino, que muchos personajes de la vida pública se llamaron a sí mismos “sudacas” para contrarres­tar el efecto de aquella desfachate­z xenófoba. En medio de ese clima, accedí a aquel trabajo y pregunté, como herido del amor por Cortázar, qué pasaba con los libros del autor de Rayuela: “Tenemos sus derechos pero sus libros no están en las estantería­s”. Me dijo quien tenía razón para decírmelo: “Es que a Cortázar tendríamos que traducirlo”.

La barbaridad, que se repitió por entonces en otros casos, es la raíz que llevó a los distribuid­ores de Roma, la película mexicana de Alfonso Cuarón, a traducir al español de Burgos el precioso español que hablan los mexicanos de la película. Por supuesto, en el caso de Cortázar yo monté mi cólera, como cuando Sabato regañó a Fuentes, pero no me fui de la mesa de reuniones. Con la complicida­d de otros editores de Alfaguara, en la Argentina (Juan Martini, luego Fernando Esteves), en Colombia (Conrado Zuluaga, luego Pilar Reyes) y en México (Sealtiel Alatriste, enseguida Marisol Schultz) iniciamos una campaña mundial para restaurar el honor librero y editorial que correspond­ía a un autor que había sido, y era, central en nuestras vidas.

Le pedimos a Julio Silva, uno de los grandes amigos de Cortázar, que rehiciera la apariencia de todos y cada uno de los libros. Nos pusimos a reeditar su libro-emblema, Rayuela, y lanzamos una campaña que parecía un grito de amor. Se basaba en dos eslóganes: “Hay que leer a Cortázar” y “Queremos tanto a Julio”. También iniciamos

una colección de sus cuentos completos.

El día de 1994 en que empezamos a hacer efectiva la campaña, de eslóganes pero también de libros, organizamo­s en la Fundación March de Madrid un ciclo de música, cine, debates, en torno a la figura de Julio. El día del lanzamient­o estaría con nosotros su viuda, Aurora Bernárdez; callada en público, no iba a decir nada, solo iba a avalar con su presencia nuestro acto de reivindica­ción. Temblé ante aquella figura y ante la probabilid­ad de que el propio acto de lanzamient­o, tan ambicioso, la decepciona­ra. Mi temblor se hizo historia al comprobar que un grupo ingente de jóvenes daba vueltas a la calle esperando entrar a un concierto segurament­e de rock a la misma hora. Eran estudiante­s que amaban a Cortázar.

Fue el mejor momento de mi vida como editor, y si hoy lo proclamo no es para reclamar nada sino, al contrario, para sumarme a aquellos editores y a los de ahora por haber mantenido la fidelidad a una parte de aquellos eslóganes: Queremos tanto a Julio.

¿Por qué lo queremos tanto? ¿Por qué perdura? Se lo he preguntado a algunos jóvenes editores hispanoame­ricanos de Cortázar, y a una importante escritora argentina. ¿Qué dejó su literatura para que siga sin haber ni un día sin Julio? Pilar Reyes, actual directora de la división literaria de Penguin Random House y editora de Alfaguara y de Cortázar, atribuye esa perdurabil­idad “a que la de Cortázar es una literatura risueña. Cortázar habló de grandes temas (amor, locura, muerte) pero siempre lo hizo desde la libertad absoluta que da el juego”.

Reyes recuerda que Mario Vargas Llosa “definió muy bien lo que considero es la clave de la perdurabil­idad de Cortázar. Dijo Mario: ‘Para él escribir era jugar, divertirse, organizar la vida, las palabras, las ideas con la arbitrarie­dad, la libertad, la fantasía y la irresponsa­bilidad con lo hacen los niños y los locos’”. Para la editora colombiana que hoy asume la responsabi­lidad de editar tanto a Cortázar como a los dos premios Nobel más recientes de América; es decir, Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, “todos los libros de Julio están llenos de un aire de juventud que no caduca. Incluso los del fervor revolucion­ario. La revolución como el gran sueño de la juventud, que Cortázar experiment­ó con más de cincuenta años”. ¿Y qué significa hoy en lo que queda del boom? “Abrió puertas inéditas para la literatura en

español. Puso los géneros patas arriba. Demostró que se podía hablar de la condición humana sin solemnidad ni retórica, con una prosa transparen­te y juguetona. Esa es su gran herencia y por eso los jóvenes lo siguen leyendo apasionada­mente”.

Julia Saltzman, editora de Cortázar en Alfaguara Argentina, y en Random, trabajó incluso con Aurora Bernárdez para poner en las librerías un libro rememorati­vo de su vida con Julio. Ella atribuye la perdurabil­idad de la literatura de Cortázar a que él fue “un modelo inspirador y perdurable. Hay escritores que con sus libros y sus intervenci­ones nos muestran un modo de estar en el mundo, de enfrentar las realidades de un cierto momento histórico, nos muestran cómo vivir”, dice. Y agrega: “Con todo lo argentino que era, o tal vez por eso mismo, su cultura, sus temas, los argumentos de sus historias, sus búsquedas, son universale­s y atraviesan el tiempo”.

El boom, al que perteneció de lejos, fue, según Saltzman, “un rótulo que reunió a escritores muy diferentes en sus variedades lingüístic­as, en sus proyectos literarios. De todos ellos es Cortázar (tal vez también Rulfo) el que más siguen leyendo las nuevas generacion­es. Sus libros siguen entrando en las listas de los más vendidos con los a menudo efímeros superventa­s del momento”. A ella también le pregunté por qué lo hemos querido tanto. Y esto me dijo: “Voy a contestar en singular. Por su ética de verdadero artista que huye de la comodidad y de las propias recetas, porque supo cambiar, viviendo con valentía sus revolucion­es, porque nunca rehuyó sus obligacion­es, ya fueran familiares o solidarias, por su desprecio del poder y la “posición”, por su osadía que lo llevó a ver y aceptar “lo otro” del mundo: el misterio que anida en la cotidianei­dad”.

Consulté a quien editó a Cortázar en México, Marisol Schultz, y ahora dirige la feria del libro español más importante del mundo. La literatura de Cortázar, dice ella, “no solo no pierde vigencia sino que sigue siendo de apuesta, de ruptura, innovadora en fondo y forma. Su vigencia entonces –sigue Schultz– es porque ha alcanzado la universali­dad a la que tantos autores aspiran. En muchos momentos resulta inclasific­able. Es simplement­e ‘cortazaria­na’, y con este adjetivo se abre un universo que los lectores de muchas generacion­es han apreciado y siguen valorando”.

¿Y qué significa en lo que hoy queda del boom? “La temática y el estilo narrativo de Cortázar se alejan en muchos sentidos no solo del boom sino de muchos otros movimiento­s literarios. Fue un adelantado”. ¿Y por qué le hemos querido tanto? “Por su obra, por su estilo, porque leerlo fue una bocanada de aire fresco. También por su figura y galanura”.

Fernando Esteves, editor uruguayo que ahora dirige SM en México, le da sentido en este mensaje a aquella revuelta estudianti­l que saludó en Madrid la reedición de toda su obra: “A los estudiante­s latinoamer­icanos no se les ha preguntado sobre la inclusión de la obra de Cortázar en los programas de estudio. Pero si se les preguntase qué autores clásicos mantendría­n, él sería el primero de la lista”.

Juan Boido, que ahora dirige Penguin Random House en la Argentina, me explicó la razón por la que se mantiene en alto el gran cronopio: “Cortázar es el gran escritor iniciático en la Argentina. Leerlo da, además de placer, la sensación de que escribir bien es posible y fácil. Rayuela se inserta en la tradición de las grandes novelas argentinas que tienen como caracterís­tica principal ser novelas raras, formalment­e excéntrica­s, como Adán Buenosayre­s, El juguete rabioso, Sobre héroes y tumbas. En Rayuela confluyen los grandes tópicos de la iniciación artística: el amor, la locura, la muerte, la vanguardia, el saber, el desamor… Y todo bajo una asombrosa facilidad para la destreza formal y el estilo literario”.

Claudia Piñeiro, la novelista argentina que, como Cortázar, ya fascina también a los lectores españoles dice: “Cortázar fue, es y espero será, un gran introducto­r a la lectura. Maestros y profesores de adolescent­es saben que si quieren lograr atraer su atención con un texto que pueda competir con tantos otros estímulos, Cortázar es una apuesta muy segura. ¿Por qué funciona? Creo que con sus cuentos le dan la mano a los niños lectores en su pasaje a la adultez, los acompaña. En una literatura adulta plagada de realismo, es un autor que conserva la fantasía. Él propone seguir imaginando imposibles, jugar con la ficción, apropiarse de ella, construyen­do historias que desafían las fantasías infantiles y adolescent­es. Es un compañero de viaje”.

Perdurable Cortázar. Amado Julio. Lo vio Luis Harss, el escritor argentino-chileno que en 1966 publicó en Sudamerica­na Los nuestros, sobre afluentes y ríos del boom. El libro, recienteme­nte reeditado por Alfaguara, recoge una conversaci­ón de Harss con Cortázar, que acababa de publicar Rayuela en 1963. Lo que el autor dice de Julio vale para enmarcar junto con las variadas evocacione­s de los que fueron sus editores hispanoame­ricanos más recientes: “Cortázar es la prueba que necesitába­mos de que existe una poderosa fuerza mutante en nuestra literatura que lleva hacia el misticismo y la periferia. ‘Allá donde terminan las fronteras’, dice Octavio Paz, ‘los caminos se borran’. En ese límite exterior de la experienci­a nos encontramo­s con Cortázar, brillante, minucioso, exacto, adelantánd­ose a todos sus contemporá­neos latinoamer­icanos en el riesgo y en la innovación. Cortázar nos ha dado mucho que pensar. Les ha quitado las sillas a los catedrátic­os que lo han acusado alguna vez de falta de seriedad. Y por cierto que hay un perenne bromista en Cortázar que se ríe a las carcajadas del mundo. Pero es un bromista que vive estrechame­nte unido al visionario”.

Cortázar le contó a su amigo Di Benedetto que, cuando fue a ver, solo, la versión que hizo Michelange­lo Antonioni para el cine de su cuento “Las babas del diablo” (Blow up) notó que desde el celuloide el italiano le guiñaba un ojo. Cortázar no estaba en aquella mesa de La Coupole en la que Carlos Fuentes deletreó el abecedario de la literatura argentina de los años sesenta. Pero desde algún lugar entonces y ahora estaría también guiñando un ojo mientras Sabato salía arrebatado de ira, corriendo contra la arbitrarie­dad de aquel abecedario.

Así pues, Julio I el Muy Perdurable.

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 ?? DANI YAKO ?? En aquella última visita de Julio Cortázar a Buenos Aires en diciembre de 1983, fue retratado por el fotógrafo Dani Yako.
DANI YAKO En aquella última visita de Julio Cortázar a Buenos Aires en diciembre de 1983, fue retratado por el fotógrafo Dani Yako.
 ?? AP PHOTO/PRENSA LATINA ?? Julio Cortázar durante un viaje a París.
AP PHOTO/PRENSA LATINA Julio Cortázar durante un viaje a París.
 ??  ?? RayuelaJul­io Cortázar Edición: Real Acad. Española, Asoc. de Academias de la Lengua Española, Acad. Argentina de Letras y Random House. Se presentará en el Congreso y saldrá a la venta en mayo. En Rosario 2004, la obra editada fue Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra.
RayuelaJul­io Cortázar Edición: Real Acad. Española, Asoc. de Academias de la Lengua Española, Acad. Argentina de Letras y Random House. Se presentará en el Congreso y saldrá a la venta en mayo. En Rosario 2004, la obra editada fue Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra.

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