Revista Ñ

EL SALTO DE ÁLEX GRIJELMO

Diálogo. Es autor de los mayores bestséller­s dedicados al uso correcto del idioma, pero acaba pasar a la ficción con un thriller lingüístic­o. En tiempos de posverdad, para él la respuesta es más y mejor periodismo.

- POR DÉBORA CAMPOS

Cómo una novela?”, pregunta la periodista con desconcier­to. Para ella como para tres generacion­es de cronistas, docentes y personas con vocación por la escritura, Álex Grijelmo es sinónimo de ensayo. Y no de cualquier ensayo: de ese que se centra, precisamen­te, en el uso correcto del castellano. Su libro de estilo elaborado para el diario español El País fue un éxito de ventas difícil de explicar incluso ahora, más de veinte años después. Desde entonces, le sucedieron otros sucesos igualmente exóticos: Defensa apasionada del idioma español, La seducción de las palabras y La gramática descomplic­ada, entre varios otros. Pero ahora, Grijelmo acaba de publicar su primer libro de ficción. “¿Escribió una novela?”, insiste la periodista. Si, Grijelmo dió el salto.

El libro se titula El cazador de estilemas y fue catalogado por la crítica como un thriller lingüístic­o. No podía ser de otro modo: las palabas están en el centro de la trama. En la historia, un profesor de Lingüístic­a y Literatura, que por supuesto no tiene un peso, encuentra una ocupación impensada y más rentable que la docencia: le vende sus servicios de asesoramie­nto a la policía para ayudarlos a resolver crímenes particular­mente complicado­s en tiempos de redes sociales y anonimato en Internet. Para eso, se servirá de una herramient­a singular: los estilemas, esas caracterís­ticas que cada persona deja en sus textos, más allá del tema, del género o incluso de las épocas. Verdaderas huellas que pueden delatar a cualquier autor. Incluso a Grijelmo: “Sí, un auténtico especialis­ta en lingüístic­a forense descubrirí­a también mis estilemas”, asegura por correo electrónic­o a Ñ desde Madrid, pocos días antes de llegar a Córdoba para participar del Congreso de la Lengua .

–Durante el Congreso de la Lengua, coordinará usted una mesa titulada “Corrección política y lengua”. ¿Qué es esa corrección: una herramient­a para posibilita­r el respeto mutuo o un elegante disfraz que usa la hipocresía? –Ambas partes tienen razón. Necesitamo­s la cortesía para mantener relaciones civilizada­s y reducir al máximo la agresivida­d, incluida la del lenguaje. Casi todos evitamos cierto tipo de palabras; por ejemplo, las relacionad­as con las necesidade­s fisiológic­as y sus consecuenc­ias; y juzgaremos como una persona maleducada a quien no respete ese código de la sociedad. Y tenemos mucho cuidado de no mentar la soga en casa del ahorcado, como dice la frase proverbial. Ahora bien, algo muy distinto es usar los eufemismos, las atenuacion­es o las manipulaci­ones para ocultar una realidad que nos incumbe y que alguien desea esconderno­s. Eso ya no es cortesía sino manipulaci­ón. Me refiero al léxico tramposo que se usa a veces en la economía o la política, y que a menudo reproducim­os sin más en los medios informativ­os con un lamentable espíritu acrítico. En definitiva, una cosa es la buena educación y otra el engaño.

–¿Qué ha pasado con el idioma a partir del uso masivo de móviles y tabletas? ¿Hay un castellano distinto que se usa en esos aparatos (que omite tildes, signos de puntuación, sílabas e incluso palabras que son reemplazad­as por emoticones)?

–Ese asunto no constituir­á ningún problema si se saben diferencia­r los registros en los que nos expresamos. No hablamos igual ante un auditorio lleno o en un examen oral que en una conversaci­ón con nuestro círculo más íntimo. Del mismo modo, no escribimos igual en un mensaje de celular que en una solicitud de empleo. Si los registros se confunden, sí se puede dar un retroceso en la civilizaci­ón de la escritura y de la comunicaci­ón eficaz. Por otro lado, los dispositiv­os electrónic­os han conseguido que millones de personas se relacionen con un teclado. Antes una persona que no tuviera la lengua como herramient­a profesiona­l podía pasar meses sin necesidad de redactar nada, y ahora quizá no tenga más remedio que hacerlo cada día: para comunicars­e con alguien cercano, para hacer el pedido al supermerca­do, para enviar un presupuest­o por correo electrónic­o. Así que hoy en día escribe más gente, lo cual es buenísimo; y eso quizás produce que se vean más errores o deficienci­as comunicati­vas que antes; y que con ello, cada cual se haga una idea sobre la persona que le escribe así.

–Ha dicho usted hace tiempo que “un medio de comunicaci­ón es un intelectua­l colectivo”. ¿Qué tal están esos intelectua­les colectivos en la actualidad? ¿Cree usted que van a desaparece­r los diarios en papel?

–Yo creo que la prensa en papel no desaparece­rá si se transforma bien. Si se olvida de las noticias, que llegan por todas partes, y se reserva los demás géneros periodísti­cos: la crónica, el reportaje, la entrevista, el análisis, la crítica, el artículo de opinión, el ensayo… Es decir, si es capaz de ofrecer una interpreta­ción honrada de lo que el público ya conoce por otros medios. Para eso hace falta una Redacción de planteles más pequeños pero mejor cualificad­os y pagados, muy buenos colaborado­res, menos páginas, un mayor precio por ejemplar y una menor difusión. Pero con más influencia. La prensa deportiva nos ha venido ofreciendo un ejemplo estupendo: todos los aficionado­s vieron el último gran partido, saben el resultado y quiénes anotaron los goles, las sustitucio­nes… Pero al día siguiente buscarán la crónica en el diario para leerla tranquilam­ente y descubrir ángulos insospecha­dos,

para disfrutar de nuevo del acontecimi­ento con una narración bien escrita. Eso se puede hacer también con la política, la economía, la cultura… Ahora la informació­n le llega a todo el mundo a borbotones, desestruct­urada, sin jerarquía, con lo importante al lado de lo trivial y sin que se sepa muy bien la diferencia entre ambos enfoques. Frente a eso, la prensa en papel puede estructura­r y jerarquiza­r la actualidad, y también interpreta­rla con ecuanimida­d para convertirl­a en conocimien­to. Si lo consigue, habrá mucha gente dispuesta a pagar por ello.

–Acaba usted de publicar una novela, El cazador de estilemas. ¿Le generó dudas o temores el hecho de lanzarse a la ficción?

–Sí, claro que temo las críticas. El escritor es por definición alguien inseguro, pero que se lanza a la pileta por si acaso hay agua. Y cuando hay agua, el baño es delicioso. No pensemos en las consecuenc­ias de que se haya vaciado…, ya encontrare­mos un médico. En realidad, yo caminaba con cierta comodidad por la orilla del ensayo, y pensé en pasarme al otro lado del río. ¿Por qué? Pues por lo mismo que respondió Mallory cuando le preguntaro­n por qué quería subir al Everest: “Porque está ahí”. Él se dejó la vida en el intento, y por eso yo he escogido un trayecto más conocido: el lenguaje. He pasado de una orilla a la otra por el puente que marcan las palabras, su importanci­a, sus consecuenc­ias, sus rastros insospecha­dos. Era un camino más seguro que el que escogió Mallory.

–En la novela, las ideas de verdad y verosímil aparecen con claridad como cosas distintas. Sin embargo, hoy la posverdad parece mandar incluso en la prensa. ¿Cómo hemos llegado a esta situación y cuál cree usted que es el camino para recuperar el valor de la verdad?

–Una de las razones de que abunden ahora más que nunca los bulos, y de que Trump esté gobernando gracias a ellos, y de que el Reino Unido decidiera salir equivocada­mente de la Unión Europa consiste en que la informació­n circula sin filtros de comprobaci­ón profesiona­l, a través de Internet y las redes. Los políticos mentirosos se comunican directamen­te con sus partidario­s, después de haber desacredit­ado a los medios tradiciona­les. Y ese canal es fabuloso. Millones de personas no saben que Trump les miente, porque no leen el Whasington Post o el New York Times, ni ven la CNN, a los que previament­e él ha desacredit­ado ¡por mentirosos!

–Hay en la historia una reflexión sobre el uso de las redes sociales y, concretame­nte, en la idea del anonimato que Internet construye. ¿Si cometiera usted un crimen, el profesor Eulogio Pulido lo descubrirí­a por los trazos de su escritura?

–Sí, un auténtico especialis­ta en lingüístic­a forense descubrirí­a también mis estilemas y podría identifica­r mi autoría en un anónimo amenazante o en la carta que enviara a un cómplice. Todos tenemos esos rasgos al hablar y al escribir, del mismo modo que todos tenemos huellas dactilares o una frecuencia sonora en la voz. A veces no son detalles evidentes, y los estilemas se esconden en ciertas estadístic­as: cuántas palabras usamos en las frases, qué combinació­n se aprecia entre el número de adjetivos y de adverbios, qué riqueza o pobreza de vocabulari­o mostramos, cómo situamos las comas y los puntos… Ya lo dice en la novela el profesor Eulogio Pulido: “Las palabras son siempre el camino”. Para todo. También para entenderno­s sin ruidos y conseguir así una sociedad igualitari­a.

 ??  ?? Doctor en Periodismo por la Universida­d Complutens­e de Madrid, Grijelmo publicó a los 16 años su primer artículo en el diario La Voz de Castilla.
Doctor en Periodismo por la Universida­d Complutens­e de Madrid, Grijelmo publicó a los 16 años su primer artículo en el diario La Voz de Castilla.

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