Revista Ñ

MALAMBO POST BOLEADORAS

Adrián Vergés fue campeón en el emblemátic­o Festival de Malambo de Laborde en 2002. Ahora presenta su propio espectácul­o de baile, Mala sangre.

- POR LAURA FALCOFF

El malambo es una danza masculina individual, propia del gaucho de estas tierras; comenzó a documentar­se en crónicas de viajeros hacia fines del siglo XVIII pero su origen permanece incierto. Esta justa descripció­n, sin embargo, no alcanza para pensar el malambo y su evolución a lo largo del tiempo en las dos vertientes en que hoy se manifiesta: por un lado, el malambo de exportació­n –boleadoras, bombos, ropa de cuero, torso desnudo, pelo húmedo y una concepción bastante básica como danza– y el malambo apegado a la tradición, que asume formas extraordin­arias y se baila en todo el país excepto en la ciudad de Buenos Aires. El punto de consagraci­ón más prestigios­o de este tipo de malambo es el Festival de Laborde, en el sur de la provincia de Córdoba, que lleva más de cincuenta años de historia. Pero cabe agregar una tercera variante: la búsqueda que llevan adelante malambista­s jóvenes, ligados a esa gran tradición pero que se internan también en terrenos más experiment­ales.

Hacia fines del año pasado la flamante Compañía Gauderio hizo una única función de su hermoso espectácul­o Mala sangre, con malambista­s y músicos en vivo. Sus directores son Adrián Vergés, campeón de Laborde en 2002, y Emmanuel Hernández, que preparado por Vergés accedió al mismo premio catorce años después. La compañía se completa con Ariel Monferolli, Emiliano Luna y Joaquín Toloza, y luego de un proceso prolongado de trabajo juntos arribaron a una obra en la que se funden la tradición y la renovación de un modo inteligent­e y bello.

La trayectori­a extensa de Adrían Vergés y su pertenenci­a además a una compañía oficial como lo es el Ballet Folclórico Nacional, dan lugar a una charla que va y viene por temas caros al folclore de hoy.

–Más allá del malambo y hablando del folclore en general, ¿qué cosas te parece que están ocurriendo?

–Hay mucha gente en la búsqueda y algunas cosas están retomándos­e bien, como el mundo de las boleadoras. A mí no me gustan demasiado y elijo no usarlas, pero es un espacio que se abre. Quizás habría que darle una vuelta… aunque no sé si decir “auténtica”, porque lo auténtico está en cada uno y no es lo mismo mi realidad, que vivo en Buenos Aires, que la de un pibe santiagueñ­o o chaqueño.

–Si entiendo bien, hablás de las boleadoras como una expresión efectista que merecería una búsqueda más genuina.

–Sí, o más real para quien la está haciendo. El bailarín Juan Saavedra dio el año pasado una charla al Ballet Folclórico Nacional y nos mostró un solo de boleadoras exquisito, muy musical y sin efectismos. Cosas sencillas, no demasiado vistosas, pero que yo veía auténticas porque parecían surgir realmente de él. Te cuento algo: en una época yo vivía en La Plata con un amigo que admiraba mucho a Alfredo Abalos y tenía la colección completa de sus discos. Había otro amigo aficionado al rock y con él escuchaba a Los Redondos, a Clapton, Santana. Otro amigo me hizo descubrir a Borges y lo leí y lo leí. Negar esto sería negar una parte de lo que soy y si quisiera escribir una chacarera no me surgiría poner “bailá chinita” porque es algo que no viví. Cuando me refiero a lo auténtico hablo de eso.

–¿Cómo fue tu formación?

–Empecé de chiquito en la escuela de danzas de Oscar Murillo; él dirigía el Ballet Brandsen y tenía en La Plata, donde yo nací, una escuela de folclore muy importante. Después hice casi completa la carrera ofi- cial de danza contemporá­nea y luego me vine a Buenos Aires y aquí estudié diferentes técnicas con distintos maestros.

–¿Cómo te preparaste para el Festival de Malambo de Laborde?

–Había conocido a Daniel Andrada de Formosa y a Oscar Licitra, del Chaco, que habían ganado en el Festival de Cosquín. Ellos me guiaron por el malambo norteño. El malambo sureño lo hago desde siempre porque en La Plata hay una escuela muy grande de este estilo y yo me había formado con Jorge Caballero y Juan Carlos Luna. Era sin duda mi estilo. Ya venía compitiend­o en distintos certámenes y había ganado durante tres años en el Festival de la Sierra de Tandil, que no es tan grande como Laborde pero sí muy importante. Laborde era el paso siguiente, obligado.

–¿Era una meta para vos?

–No sé, se fue dando. Me decían “ya están Córdoba y provincia de Buenos Aires; ahora tiene que ser Laborde”. Había participad­o en años anteriores allí, en dos categorías, “malambo juvenil” y “cuarteto de malambo”. Gané el premio mayor en 2002.

–Te entrevisté dos o tres años después y cuando te pregunté cómo debía prepararse alguien que aspirara a ser Campeón Nacional en Laborde, contestast­e, “leyendo mucho”. Luego comenzaste a preparar a malambista­s, ¿seguiste pensando lo mismo?

–Sí, creo que es fundamenta­l. Solo nos queda de esa época libros de historia y obras literarias. Y también formas de pensar del gaucho; su idiosincra­sia, cómo veían el trabajo, el amor, la amistad sobria, el orgullo; me gusta mucho José Larralde y en sus letras se reflejan estas maneras. Creo que leer es lo óptimo; no sabría otro lugar donde buscarlo.

–¿Y en cuanto a la danza de malambo propiament­e dicha?

–La gente de trabajo, cuando estaba de pie, descargaba el peso en las caderas. Hasta ahora podés ver la manera en que bajan del caballo con esa chuequera incluso graciosa. Usé mucho de estos elementos para el malambo sureño. Pensar en todo esto es imaginarse la vida que hacían.

–¿Por qué crear hoy un grupo independie­nte de bailarines de malambo?

–Siempre quise formar una compañía, buscando intenciona­lmente hacer lo que no hacen otras, más bien lo opuesto; y además llevar adelante lo que nos gusta de verdad. –¿Lo opuesto en qué sentido?

–Por ejemplo, en el uso de las boleadoras o en el tipo de vestuario. Lo nuestro no es estar “en cueros”, sino lo contrario; buscamos la elegancia y la sobriedad dando una vuelta de tuerca a la vestimenta folclórica. Y por otra parte pensamos en incluir, musicalmen­te, todo lo que formó parte de nuestras vidas. Hay cosas que no entraron solo por una cuestión de tiempo, como un texto de una canción de Los Redondos en un compás de 6x8 que yo había comenzado a trabajar con el zapateo. Hay también muchos temas de folclore, otras cosas compuestas especialme­nte para el espectácul­o y escenas en silencio, solo con el sonido del zapateo y de la respiració­n.

–¿Cómo aparecen el nombre de la compañía y el título del espectácul­o?

–Gauderios fue el nombre que se dio a los primeros gauchos. El título Mala sangre tiene varios sentidos: por un lado, por esa visión que se tenía del gaucho como alguien considerad­o impuro, al que se rebajaba pero al mismo tiempo se temía; por otro lado, en un texto que leí sobre el Che Guevara, se decía que él tenía “mala sangre” aludiendo a su rebeldía. En realidad, no es que queramos compararno­s con otras compañías sino hacer lo contrario de lo que se supone que va a ser fácil de vender. Gauderios realiza este mes un ciclo de presentaci­ones de Mala sangre en distintos espacios de la ciudad de Buenos Aires. Más datos en Gauderios Malambo en la plataforma Facebook y también en Instagram.

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MARTÍN BONETTO El espectácul­o de Adrián Vergés moderniza una tradición argentina.

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