Revista Ñ

STREET ARTE, TURISMO Y HIP HOP

Crónica. Uno de los barrios más violentos de Medellín intenta recuperars­e a través de la inserción de los jóvenes en el arte urbano.

- POR LAUREANO DEBAT

Detrás de unos toboganes de colores hay una cancha de basket con un mural pintado. Julián abandona un momento la seriedad del guía y se ríe con una mueca de picardía. Sin preocupars­e de que el grupo lo oiga, le cuenta al muchacho de la agencia de viajes: “Mira parce ¿ves ahí el logo del Bancolombi­a? Hicimos un tour con ellos y se lo pintamos. Ahorita que se han ido, mira que le vamos a hacer publicidad gratis”. Las tres franjas que imitan la bandera colombiana fueron tapadas por las letras CK de Casa Kolacho.

El graffitour comienza en San Javier, el barrio principal de la Comuna 13, el que dio origen a esta zona de Medellín marcada por una violencia múltiple e histórica, que hoy intenta vencer su mala reputación con el street art, el hip hop y las visitas turísticas.

Tras un breve paso por el rap, Julián García se dedica de lleno a guiar turistas de todo el mundo por estas calles en las que hasta hace pocos años ni siquiera la gente de Medellín se animaba a pisar. “No queremos que se sientan turistas sino parte de la Comuna 13”, dice Julián, casi como un mantra. Muy cerca y guiando a otro grupo, camina Tatam con sus rastas y su tranco largo, y que sí continúa combinando el rap con su trabajo de guía.

Subiendo una cuesta empinada, los colores de los graffitis se van mezclando en el skyline con el trazo anárquico de las calles del Independen­cia 1, uno de los tantos barrios que fueron creciendo de manera anárquica entre los años 50 y 60 arriba de San Javier, que es de fines de los 30. Toda la zona periférica de Comuna 13 se fue poblando en esas dos décadas de guerra interna entre la guerrilla y el ejército, con miles de desplazado­s del campo y con inmigració­n provenient­e en su mayoría de El Dorado de Antioquia y del Chocón, en el Pacífico colombiano.

Independen­cia 1 es el epicentro de los murales pintados. Hay escaleras mecánicas a cielo abierto, tiendas de café y restaurant­es para turistas, carteles en castellano y en inglés, wifi gratuito. Todo eso, entre fachadas coloridas y recién pintadas, casas de cemento sin revocar y otras simplement­e derruidas pero en las que también vive gente.

Una mujer armada con espada y montada a un pony llama la atención desde muy lejos. Es obra de La Crespa y fue terminado el año pasado, durante el primer festival de graffiti femenino hecho en el barrio. “El mural habla del empoderami­ento que tienen las mujeres a través de la espada y el unicornio representa el sueño femenino de igualdad”, me dirá Tatam al finalizar el recorrido. Y me enseñará en Youtube el videclip de “Sin ti”, una de sus canciones, filmado en el barrio en el que vive con su familia desde 1998.

Seguimos subiendo y nos detenemos en el Viaducto, un paseo con mirador que sirve de arteria de comunicaci­ón con el barrio Independen­cia 2, con más problemas de movilidad que el 1, sin escaleras mecánicas, menos graffitis y turistas. En esta pasarela se concentran las obras más monumental­es: “El Obrero” pintado por Jomag, acabado en octubre de 2017 y dedicado a un obrero que construyó una casa con sus propias manos en el barrio y “Esperanza”, un trabajo en conjunto entre Apolo Medellín y Fateone 96, de febrero de 2018 y con un protagonis­ta de raza negra en un barrio que cada vez recibe más inmigració­n africana.

Chicos y chicas adolescent­es ensayan pasos de rap y breakdance en las esquinas. En la heladería de Consuelo nos convidan el clásico de mango biche, servido en palito y

dentro de un vaso con jugo de limón, con sal y pimienta para resaltar el sabor. Todo el mundo aquí hace sus propios helados, pero los de esta mujer son los más famosos. Tanto, que suelen invitarla con frecuencia a diferentes certámenes de gastronomí­a.

La Comuna 13 integra a 23 barrios de Medellín y alberga alrededor de 140.000 habitantes. Según datos de la alcaldía local, vienen más de 1.000 los turistas al día a hacer una visita que cuesta entre 20 y 25 euros por persona. Pero todos los tours oficiales se hacen con Casa Kolacho.

Los años de Orión

Chota es la firma más repetida en las paredes. En un alto del camino, una vecina que pide no publicar su nombre me cuenta que es el artista callejero que más dinero hizo con el barrio, gracias a su bar y su galería, pero también como parte del negocio de la construcci­ón de las escaleras mecánicas. “Vio lo que se venía, el dinero que traía aparejado el turismo y lo aprovechó”, dice la mujer.

Uno de los murales más famosos y fotografia­dos de Comuna 13 es uno de Chota en el que se recuerda la Operación Orión: la madre naturaleza llorando a sus hijos e hijas muertas luego de la incursión del ejército colombiano asociado a los paramilita­res para acabar con la guerrilla.

A fines de los 90, las FARC y el ELN se van instalando en la zona. Les sirve de punto estratégic­o por su cercanía con una carretera a través de la cual mueven armas por el interior de Colombia. La respuesta llega a partir del año 2000, con operacione­s paramilita­res de armas de largo alcance que, según Julián, “se usan por primera vez en una ciudad, ya que este tipo de armamento se usaba solo en el campo”.

Y estalla la guerra dentro del barrio. Balas perdidas que atraviesan los frágiles muros de las casas e impactan contra los vecinos. Adolescent­es reclutados para ambos bandos. Y eclosión en 2002, con Álvaro Uribe de presidente y la Operación Orión, que inaugura un período de alianza entre el ejército colombiano y los paramilita­res. La fuerza desmedida alcanza no solo a los guerriller­os sino también contra cualquier vecino o vecina que pudiera parecerlo. Es lo que se conoce como los “falsos positivos”: asesinatos de gente común y corriente a la que se hace pasar por guerriller­a en las fotografía­s de los medios gráficos.

Los paramilita­res controlan la Comuna 13 hasta 2006, pero parecieran no haberse ido nunca. En un terreno donde se colocan los escombros de las obras de construcci­ón se cree que hay personas desapareci­das enterradas. Según Julián, el gobierno colombiano boicotea cualquier intento de excavación y, además, sigue permitiend­o que arrojen escombros en el lugar y sobre las supuestas tumbas NN, como una metáfora de su voluntad política.

“Chocolá, chocolá, chocolá, le decían. Y le quedó Kolacho. Era muy querido en el barrio”, cuenta Julián, en referencia al rapero Héctor Pacheco, referente de Comuna 13 y cuyo asesinato en 2009 revela que los problemas de violencia no terminaron con la salida de los paramilita­res.

Las pandillas vinculadas con el narco no tardan en aparecer tras la retirada paramilita­r. Y comienza a hablarse de las “fronteras invisibles”, límites arbitrario­s y difíciles de discernir para dividir el control territoria­l del negocio. “Nadie sabía muy bien dónde empezaba y acababa cada barrio y era muy posible que te metieran un tiro por invadir un territorio que ni siquiera sabías que estabas invadiendo”, recuerda Julián.

Aún hoy sigue habiendo bandas criminales en Comuna 13 y que cobran impuestos a los comercios a cambio de protección, copiando el modelo del pizzo del sur italiano. En Medellín, este impuesto se llama “vacuna” y también solía cobrarse para las visitas turísticas, pero según Julián ya dejaron de hacerlo: “Ellos por un lado y nosotros por el nuestro, no hay buena relación pero sí buena convivenci­a”.

De vuelta en San Javier, entramos en el local de Casa Kolacho, donde se venden gorras con la marca Medellín, cuadernos con tapas de discos de vinilo y camisetas de la casa autogestio­nada. Y donde los turistas graffiteam­os nuestros nombres con aerosol en una tela blanca desplegada en la fachada. Detrás, el cementerio de la Comuna 13, también intervenid­o por el street art y guardando los restos de muchos vecinos muertos en diferentes fases de la violencia. Una violencia que, pese a todo, intenta ser exorcizada con colores.

 ?? AFP ?? Militares siguen patrulland­o la Comuna 13 de Medellín, Colombia, a pesar de los intentos por pacificar ese barrio.
AFP Militares siguen patrulland­o la Comuna 13 de Medellín, Colombia, a pesar de los intentos por pacificar ese barrio.

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