Revista Ñ

LA DEMOCRACIA NO LO PUEDE TODO

Entrevista a Adam Przeworski. El autor polaco analiza los populismos actuales, la polarizaci­ón, la eficacia y los errores de los mecanismos electorale­s. A veces, dice, les demandamos demasiado.

- POR CAROLINA KEVE

La primera elección que se hizo en la historia para definir representa­ntes por un período limitado fue en 1788. Desde entonces, en el mundo las personas han votado unas tres mil veces, aunque algunos países – para ser más precisos, 68– nunca experiment­aron un cambio de gobierno a través del sufragio. ¿Por qué le pedimos tanto a la democracia entonces?, se pregunta Adam Przeworski en su último libro, una suerte de genealogía que nos habla de un fenómeno que, en realidad, es bastante joven y al que, sin embargo, parece demandárse­le demasiadas cosas. Publicado por Siglo XXI, el ensayo Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones?. Pequeño manual para entender el funcionami­ento de la democracia arroja un sinfín de ejemplos históricos y observacio­nes de diversos estudios, con los que el politólogo polaco vuelve sobre el problema de la democracia, desandando lugares comunes y viejas prescripci­ones. Las preguntas que asoman son varias. ¿Constituye­n las elecciones la mejor alternativ­a que tenemos? ¿Se puede fortalecer la legitimida­d de los sistemas representa­tivos? ¿Qué esperar, y que no, de un régimen democrátic­o?¿Es acaso nuestra única opción? Profesor de la Universida­d de Nueva York y autor de numerosas publicacio­nes sobre el tema, Przeworski aceptó conversar con Ñ desde París sobre estas cuestiones y otras que aparecen como correlatos necesarios, desde el problema del fraude o las dudas sobre el voto electrónic­o, hasta la incertidum­bre que a veces parece imperar después del resultado, cuando el nombre del “candidato favorito” no es el que arrojan las urnas.

–Retomo el título del libro que, por lo menos en la edición en español, es bastante provocador. “¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones?”.

–En realidad es la traducción del título original, Why bother with elections… En el libro parto de una premisa, creo que hay que tomarse las democracia­s como son. Frente a esto, me pregunto para qué sirven las elecciones. Lo que hago entonces no es ni más ni menos que intentar responder esta pregunta con las variables que la atraviesan, desde el tema de la toma de decisiones hasta sus posibles efectos en la desigualda­d y en los procesos de desarrollo, o en el manejo de los conflictos sociales.

–La pregunta entonces sería, ¿sirve la institució­n electoral por sí sola para garantizar un régimen democrátic­o?

–Creo que hablar de “garantizar” es demasiado decir. Lo que podemos afirmar es que, bajo determinad­as condicione­s, las elecciones nos permiten justamente eso: manejar varios tipos de conflicto de una manera pacífica. Creo que esa es la virtud más grande que tienen las democracia­s. Y si bien es cierto que este mecanismo no siempre funciona muy bien, hoy en día hemos logrado convivir con la democracia de una manera rutinaria.

–Sin embargo, el desencanto también parece crecer. En el libro, sin ir más lejos, cita una encuesta donde un gran número de personas reconoce que ya no la considera “tan esencial”. –A ver, después de las dictaduras aquí, en Latinoamér­ica, se pensaba en la democracia como una situación idílica. Pero casi inmediatam­ente, ya en 1987, Guillermo O’ Donnell advirtió en un ensayo que esta situación no era tan así. Yo no pienso la democracia en los términos que la explicaba Alfonsín, como algo que da cosas porque, en primer lugar, la democracia está limitada por las condicione­s sociales y económicas de una sociedad, y no es muy efectiva para cambiar esas condicione­s. La historia nos demuestra la imposibili­dad de las deestaban

mocracias para reducir desigualda­des. En este sentido, creo que tuvimos esperanzas exageradas y aprendimos que la democracia no puede todo, o mejor dicho no puede mucho. Lo que sí considero como un valor esencial de ella es que podemos tener conflictos sociales que no se traducen en violencia.

–Justamente cita a O’Donnell, que hacía una lectura bastante crítica a través del concepto de “democracia delegativa”. Usted también se pregunta la cuestión de la representa­ción. En países con escenarios tan polarizado­s, como sucede por ejemplo en la Argentina o en Brasil, ¿cómo se pone en juego este concepto? –Vivimos en sociedades divididas, con conflictos económicos, de clase, o étnicos. No podemos esperar que todo el mundo quede satisfecho con un resultado electoral. En varias de las presentaci­ones del libro le pregunté al auditorio cuántos habían votado al gobierno que ganó, y el 50 por ciento respondió que no. Después redoblé la apuesta, y pregunté cuántos de los que lo votaron, satisfecho­s, y realmente eran unos pocos. Es decir, es muy común que la mayoría generalmen­te no esté satisfecha. Pero justamente si pensamos en términos democrátic­os, tenemos que tomar este rasgo como algo normal. Claramente hoy estamos viviendo un clima de polarizaci­ón más grande que en el pasado, o lo que es más preciso, una polarizaci­ón planteada de manera distinta. Desde ese punto de vista, vivimos una época bastante difícil. Pero entonces tenemos que tomar esa condición,

no como algo negativo, sino como un punto de partida.

–¿Podemos afirmar que cuánto más antagoniza­da está una sociedad, menos efectivo puede ser el proceso electoral?

–Es que para que funcione, la mayoría tiene que respetar los derechos y los intereses de la minoría, y la minoría tiene que admitir eso que la mayoría decidió y que es diferente. La polarizaci­ón tiene dos aspectos que la gente no distingue. Por un lado, la distancia que existe entre lo que los diferentes grupos quieren y, por otro, cómo se vincula la gente que quiere cosas distintas. Esta segunda dimensión es muy importan–Pero te y, sin embargo, no suele tenerse en cuenta. Antes, cuando la dimensión de conflictos era la dimensión de clase, había enormes diferencia­s pero existía una comprensió­n de que era necesario hacer compromiso­s. Ahora, varios datos indican que estas divisiones se plantean en una dimensión más individual, y ahí está el problema. –¿Esta dispersión sirve para explicar la emergencia de figuras como Donald Trump, que en realidad no responden en muchos aspectos a la identidad política que representa­n?

–Sí, totalmente. Los sistemas tradiciona­les de partidos se están fragmentan­do en varios países, también pasa en Europa occidental.

Antes, en casi todas las democracia­s teníamos un partido de centro-derecha y uno de centro-izquierda. Ahora, la socialdemo­cracia ya casi no existe, y aparecen partidos nuevos. El sistema institucio­nalizado como mecanismo de transmisió­n de intereses, de deseos y de valores se debilitó muchísimo, y entonces aparecen personajes como Trump o Bolsonaro. Es decir, regímenes populistas en el sentido de que plantean una relación directa entre ese líder y el pueblo, sin que medien otras construcci­ones.

–En una nota de hace ochos años ya advertía cómo “la política se estaba electorali­zando”… no lo afirmaría actualment­e. Es decir, en un sentido sí es cierto que las campañas no paran nunca. Tenemos una elección y a las dos semanas los partidos ya están pensando en las próximas elecciones. Pero, por otro lado, con esta aparición de nuevos partidos, la relación se hizo muy inestable, el escenario pasó a estar muy abierto.

–En el libro, nos recuerda además que en realidad estamos hablando de procesos que son bastante novedosos en la historia política… –Sin ir más lejos, actualment­e todavía hay 68 países que no han experiment­ado el fenómeno de un cambio de gobierno a través de una elección. Para Putin o institucio­nes como el Partido Comunista Chino no es algo aceptable, porque dejar el poder significa mucho, hasta un asunto de vida o muerte. Sencillame­nte, no pueden exponerse al riesgo de perder.

–¿Qué pasa en América Latina donde pareciera prevalecer una política refundacio­nalista? ¿Esto no desgasta al sistema político?

–Creo que las elecciones sirven para que la gente tenga oportunida­d de validar el proyecto de un gobierno. De hecho, es la demanda tradiciona­l de todo populismo, tener elecciones frecuentes. Cuando se discutía la Constituci­ón norteameri­cana, los populistas anti-federalist­as querían elecciones anuales.

–¿Y qué pasa con el fraude, cuán común es hoy? –Hoy es menor de lo que se piensa, o mejor dicho no creo que sea frecuente para nada que una elección se defina por fraude. Hay un trabajo interesant­e de un autor colombiano, Eduardo Posada Carbó, donde se expone cómo el fraude no es algo que un gobierno puede implementa­r de manera sencilla, requiere de un mecanismo, hay que prepararlo. Por ejemplo, hoy hay muchas dudas sobre el voto electrónic­o, debates que son muy técnicos. Lo que me molesta o da miedo de ese sistema no es tanto que haya fraude como las posibilida­des que ofrece para que los perdedores acusen fraude.

–¿A qué se refiere?

–Al no haber mecanismo de validación, cualquiera puede poner en duda luego el proceso. Creo, en este sentido, que el voto electrónic­o deslegitim­iza las elecciones. –En conclusión, la pregunta entonces no pasa tanto por cuánto nos puede dar la democracia sino más bien si existe otra alternativ­a… –(Suspira) Es un asunto muy difícil. En este momento, hay muchos países donde existe cierta reivindica­ción de una transforma­ción institucio­nal o se analizan qué cambios pueden implementa­r para dar más voz a la gente. Sin embargo, muchas veces la gente focaliza su falta de satisfacci­ón en otras cosas responsabi­lizando a un gobierno o al propio sistema. Tomemos el ejemplo del “movimiento de chalecos amarillas” en Francia, se quejan absolutame­nte de todo. Y lo peor es que es un movimiento destinado a agotarse, porque no ha encontrado su institucio­nalización política.

–Una de las cuestiones en las que se detiene a reflexiona­r es en el lugar que debe tener una oposición para fortalecer un proceso democrátic­o y no volverse mero obstáculo…

–Bueno, en Francia este movimiento ha tenido eso sí un impacto profundo y forzó al gobierno a pensar su proyecto original. Creo que la gestión de Macron deberá responder con reformas institucio­nales. El problema en términos más generales es que hoy los sistemas políticos están tan desestruct­urados que en muchos países ni siquiera existe una oposición claramente organizada y entonces, retomando lo que planteábam­os al comienzo, se plantea una gran pregunta para las democracia­s. En definitiva se trata de pensar eso, ¿hasta dónde el sistema funciona para organizar conflictos?

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AGN Las mujeres votaron en la Argentina por primera vez en 1951: fue un verdadero hito democrátic­o.
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MARÍA EUGENIA CERUTTI Aún hay 68 países que no conocen el cambio de gobierno a través de una elección, dice Przeworski.

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