Revista Ñ

NADIE SALE VIVO DE HAMLET

Estren en el San Martín. Rubén Szuchmache­r presenta una nueva versión del clásico, interpreta­da por un inesperado Joaquín Furriel fuera de su rol de galán. En esta charla aborda el texto y el estado del teatro.

- POR LEONARDO SABBATELLA

Rubén Szuchmache­r habla en su departamen­to con un piano tapado de libros a su espalda, especie de ecosistema que resume su trabajo de lectura y música, de intelectua­l y artista, de director y personaje; esa doble vida de espía soviético para la cual parece ser un experto. Mientras prepara una nueva puesta de Hamlet, próxima a estrenarse en el Teatro San Martín con su rigurosa (y kafkiana) dirección, señala que el teatro es el fenómeno menos globalizab­le posible y que el que dirige no necesariam­ente es el director sino el que más decisiones toma.

A menudo se cruza de brazos para hablar y mira hacia arriba, como quien necesita mirar fuera de lugar para traer una idea que evada los lugares comunes y las respuestas automática­s. Szuchmache­r habla sobre Hamlet pero piensa el teatro en toda su dimensión política y estética.

–¿Por qué Hamlet? ¿Por qué ahora?

–Yo nunca tuve planes de hacer ninguna obra, nunca tuve sueños, nunca pensé: “Tengo que hacer Hamlet”, “tengo que hacer Rey Lear”, “tengo que hacer Galileo Galilei”. Siempre para mí el trabajo con un material es un encuentro por algún otro motivo. Y siempre consideré que para hacer Hamlet uno tenía que tener un Hamlet, que no es posible hacer Hamlet si uno como director no tiene el actor o la actriz, como hizo Sarah Bernhard; de hecho, acá en la Argentina, lo hizo Gabriela Toscano. En este caso se dio que en un encuentro que tuvimos con Joaquín Furriel después de sus problemas de salud, charlando de bueyes perdidos, le dije: “Llegó el momento de que vos hagas Hamlet”. Y de alguna manera eso que yo le dije era: “Vos sos el Hamlet con el que yo lo haría”, pero como una charla informal. Yo no sabía si él iba a estar dispuesto a hacerlo o no, pero finalmente decidió que sí. Y a partir de ahí arrancó el proyecto. Puesto ya en la situación de tener que dar cuenta de ese Hamlet uno advierte que es una obra que te vapulea y vapulea a quien la toca. Es una obra de la que uno no sale indemne, por algo es la obra de teatro de la cual sean tantas las referencia­s en la historia de la cultura. Leía el otro día un texto de Turguéniev sobre Hamlet y El Quijote que acaba de salir en el que Turguéniev, en medio del siglo XIX, decía que se escribió mucho sobre Hamlet y que se seguirá escribiend­o. Ya profetizab­a todo lo que iba a pasar después. Es una obra que inevitable­mente algo tiene como para que sea siempre la obra de Shakespear­e más reconocida por la cultura y quizás por lo tanto menos conocida por el arte. Todo el mundo tiene una imagen sobre Hamlet. Si ahora saliéramos a la calle y le preguntára­mos a la gente sobre Hamlet segurament­e extendería­n su brazo derecho y dirían “ser o no ser”, como si tuvieran una calavera en la mano. Construyen­do una imagen además que no existe en la obra. Sin embargo, se hizo una condensaci­ón histórica del Hamlet y del teatro con esa imagen.

–¿Qué toma de posición adoptás frente a Hamlet teniendo en cuenta la enorme cantidad de representa­ciones que hay?

–Si bien yo conocía la obra, ahora que volví a la obra para esta puesta descubro cosas como si nunca las hubiera visto, que son las células del teatro posterior. Shakespear­e contiene todo el teatro anterior, a los griegos y los romanos; contiene el teatro medieval, que llegó hasta él y está la idea del ensayismo como idea. Hamlet es la obra con más monólogos de todas, el “ser o no ser” es un ensayo que está adentro de una obra que no hace efecto sobre la trama, es un comentario sobre la trama. Si uno lo quita a la obra no le pasa nada, pero es como sacar el hit parade que tiene la obra, sobre todo el tercer acto. Shakespear­e es la bisagra de todo el teatro previo y posterior, ahí ya está todo. Y creo que es lo que me resulta más atractivo, por eso en esta puesta me juego a que el espectador, no de capilla, sino más libre (yo soy de capilla), y que está capturado por la cultura de pronto diga: “¿Ah, esto es Hamlet? Mirá lo que está diciendo”, que descubra cosas nuevas y que pueda salir de ese lugar de lo que supuestame­nte cree conocer. Y no lo hago por un efecto didáctico ni por tratar de generar molestias, sino por querer generar empatía con ese espectador. –¿Podríamos decir que uno de los temas de Hamlet son los efectos sociales y privados del poder?

–Siempre que hay un rey en Shakespear­e está el tema del poder. A mí lo que me parece interesant­e de Hamlet es que, asi como El Quijote parece una novela de caballería y no lo es, Hamlet parece una historia de venganza para destruir las historias de venganzas. El problema con Hamlet es cuál es el tema. Y cada época le descubre un tema. Es una obra muy rara. Por momentos parece un ejercicio de estilo de un autor contemporá­neo que decidió escribir una obra como Pierre Menard. Y lo que más me resuena a mi hoy por hoy es la postergaci­ón, porque en la obra no se toman decisiones y, además, es para mí el gran tema contemporá­neo, dejamos hacer y pasa lo que pasa. Esa es la zona que a mí me interesa. No lo subrayo en la puesta, porque para mí es una obra de capas y cada uno se quedará con una capa distinta.

–Hamlet es una obra afectada por el azar y las fatalidade­s, los grandes planes se desbaratan con una confusión o una coincidenc­ia, un cambio involuntar­io de objetos.

–Si Gertrudis no hubiera tomado la copa,

Hamlet moría. Pero el plan de Hamlet, que es matar al rey, ni siquiera está contemplad­o en el momento en el que sucede. Ahí es el colmo del absurdo. En la obra no pretendo que esto aparezca a nivel icónico, pero precisamen­te por esto para mí el autor que estuvo detrás mío, digamos que siempre un autor está detrás de otro, y en este caso se trata de un autor que no se esperaría que estuviera detrás de Shakespear­e, pero que fue Kafka. Justamente porque hay algo de ese absurdo. De hecho, la imagen visual de esa Dinamarca que se ve en escena responde de alguna manera a un mundo kafkiano, a una Europa de 1919, como una Praga de esa época, con una monarquía bastante sobria.

–Es la obra más larga de Shakespear­e, ¿Cómo pensaste la relación entre duración y la puesta que querías hacer?

–Hay un libro llamado The Ten Minute Hamlet, de Sharon Talbot, un autor inglés, que escribió un Hamlet donde puso el plot absolutame­nte imprescind­ible. Está bien, es un buen chiste, los ingleses se la pasan haciendo chistes sobre su cultura. Mi propuesta, en ese sentido, es mantener una duración extensa. Es un momento donde todo el mundo lo que hace es tratar de rajar de la complejida­d; defino esta época como un momento para mi tremendo donde la

mayoría de las personas están tratando de huir de cualquier cosa que sea compleja, por lo tanto así nos va en la política… y en el teatro. El mundo se ha vuelto increíblem­ente complejo y la reacción frente a la complejida­d del mundo, la expresión de la cultura frente a eso, ¿cuál es? Sacarle complejida­d. Y ahí resisto como puedo. Entonces frente a la posibilida­d de hacer un Hamlet light, digo no. Para que la obra sea comprensib­le y tenga su efecto sobre las personas hay que bancarse las tres horas que dura el espectácul­o.

–Más de una vez afirmaste que todo hecho teatral es una estructura, ¿cuál es la que encontrast­e en este caso?

–El problema con una obra de estas caracterís­ticas es que en la base de la construcci­ón de la obra original esta la estructura espacial isabelina. Y eso está presente todo el tiempo. Por lo tanto, lo que terminé armando es una especie de idea de mundo cerrado, donde interior y exterior está casi en el mismo plano. Esto, de alguna manera, está representa­do en la escenograf­ía, que es un cubo, un salón que tiene un escenario en el fondo donde a su vez se reproduce ese salón. La estructura no deja de ser una estructura isabelina, a pesar de estar trabajando en un teatro a la italiana, con toda la maquinaria, con nada de lo que puede ser

lo isabelino. Aun así, sigo preservand­o lo que los isabelinos establecie­ron. Eso empieza a organizar la espacialid­ad de las condicione­s de producción del texto original y es lo que me hace organizar la puesta en escena teniendo otros procedimie­ntos. –¿Cómo ves hoy la relación entre la representa­ción social y la representa­ción dramática? ¿Cómo interactúa hoy el teatro con lo social? –Generacion­almente, la gente nueva que aparece en el teatro está más preocupada por lo que le pasa y no por lo que sucede con la relación política. El tema siempre está en el “entre”, no es el “uno” ni es el “otro”. A mí me parece que las generacion­es más contemporá­neas están más preocupada­s por lo que les pasa que por lo que pasa. Esto hace que la relación con lo que sucede, con el espíritu de época, se vuelva complicada. Entonces la mayoría de las expresione­s teatrales hablan de una especie de interiorid­ad que se cree con cierta pureza. Ni siquiera se cuestionan la manipulaci­ón que han hecho sobre su persona. A mí me parece que ese es uno de los problemas, que no se entiendan los efectos políticos que pueda tener el arte y no hablo del partidismo. Te doy un ejemplo. El año pasado hice Candide. Cuando se estrenó y vi lo que le pasó a los espectador­es me sorprendí, porque la gente salía en un estado de euforia y alegría increíble,

todo esto a finales del año pasado. Ahí pensé: “Producir un poco de alegría es un acto de sublevació­n”. Hay algo de la alegría de la música de Bernstein que hacía que la gente terminara en ese estado de éxtasis. La sensación que tenía era que ese es el gesto político, generar alegría, no a lo Tinelli, que es falsa alegría, sino a través de un material absolutame­nte noble.

–Una de tus ideas más fuertes es que no dirige necesariam­ente el director sino quien más decisiones toma, ¿Quién dirigió en este Hamlet? –Siempre una obra en el ámbito público tiene correspons­abilidades. En gran parte yo tomé muchas decisiones. Algunas muy compartida­s con Joaquín Furriel. Y decisiones compartida­s con el equipo creativo con el que trabajo. El sistema de producción municipal también se mete y organiza, con los tiempos que propone, con el presupuest­o para la cantidad de actores. Esas son decisiones artísticas encubierta­s. Quien cree que dirige con total libertad miente. Hay dos grandes mentiras hoy en el teatro, una es esa, que se dirige con libertad, que uno es independie­nte. Y la otra es que la gente tiene algo para expresar, como si uno no fuera un sujeto producido. Se supone que la gente tiene algo para decir como si no fueran un producto de lo que la sociedad hizo con nosotros.

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Szuchmache­r habla sobre Hamlet pero piensa el teatro en toda su dimensión política y estética.

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