Revista Ñ

HABLAR, CALLAR, MATIZAR

- POR JORGE VOLPI Mexicano, autor de El juego del Apocalipsi­s y El fin de la locura. Con Una novela criminal ganó el Premio Alfaguara 2018.

“Lengua y corrección política”. En el marco del VIII Congreso de la Lengua, el escritor mexicano analiza la frontera sutil entre lo incorrecto y la libertad de expresión. Aquí repasa los usos y excesos de esos conceptos, según se trate del neoliberal­ismo o la izquierda histórica.

1. ¿Qué puedo decir y qué debo callar? Cada vez que abro la boca, estoy obligado a preguntárm­elo. ¿Cuáles son los límites de mi lenguaje?

2. Mi libertad para hablar llega hasta donde me escucha el otro. Dado que el lenguaje es en esencia un instrument­o de comunicaci­ón, estoy obligado a tomar en cuenta lo que ese otro pueda pensar de lo que digo. No siempre.

3. El Derecho establece unas cuantas fronteras: no puedo –no debo– atentar contra la honra o la dignidad del otro. Es decir: puedo hacerlo, pero mis palabras me acarrearán una sanción.

4. Lo mismo ocurre con los demás límites fijados por los ordenamien­tos jurídicos: no puedo –no debo– hacer apología de un delito, ni exaltar un crimen –y, en varias partes, ni siquiera negar que ocurrió, como el Holocausto–. Ni hacer un llamado a la sedición o a la traición a la patria. Tampoco incitar al odio. Otra vez: puedo hacerlo, pero la consecuenc­ia será una multa o la cárcel o, en regímenes tiránicos, la muerte (por ejemplo, si me burlo de Mahoma).

5. Hablar puede ser un delito.

6. Nadie, hasta aquí, hablaría de corrección política: son, simplement­e, los límites a la libertad de expresión fijados por todos los sistemas jurídicos del mundo (unos más laxos, otros más severos).

7. ¿Son estos límites una prisión? Sin duda. Pero se trata –creemos– de un sacrificio necesario para la convivenci­a.

8. La corrección política surge, en cambio, allí donde no llega el Derecho: no se trata de no poder decir algo prohibido por la ley, sino de acatar (o no) una serie de convencion­es más o menos variables sobre lo que puede ser dicho y cómo debe ser dicho.

9. En el caso de los delitos, el Estado fija los límites y las sanciones. ¿Pero quién establece la distinción entre lo correcto y lo incorrecto?

10. Como con cualquier conducta social inapropiad­a –que no llega a convertirs­e en delito ni falta administra­tiva–, la principal sanción a que puedo hacerme acreedor por decir algo incorrecto es el repudio de otros.

11. Este repudio puede ser leve y pasajero (una reprimenda verbal, una mala cara, una reconvenci­ón pública), grave (el despido o la expulsión de alguna institució­n) o severo (la pérdida de la propia reputación, la inhabilita­ción permanente, el ostracismo).

12. Los delitos constan en códigos. Lo correcto y lo incorrecto son imprecisos, fluidos.

13. Para empezar con las definicion­es, no sería correcto decir algo que ofenda a otro (sin que llegue a tipificars­e como delito). Pero, ¿cómo saber qué palabras mías pueden resultar ofensivas? El catálogo de posibilida­des podría ser infinito.

14. El enfoque debe dirigirse, más bien, hacia lo colectivo: no es correcto decir algo que ofenda no tanto a un individuo, como a una comunidad.

15. Pero, ¿quién determina lo que puede resultar ofensivo para una comunidad? ¿Esa comunidad de manera subjetiva? ¿Y quiénes dentro de ella?

16. En las distintas sociedades siempre ha habido individuos o grupos que han tenido más poder que otros. Incluido, por supuesto, el poder sobre el discurso. Podría decirse que aquellas palabras o expresione­s usadas por los grupos dominantes para mantener su dominio sobre otros deben ser considerad­as incorrecta­s.

17. Sería incorrecto decir todo aquello que discrimine o intente arrebatarl­e su condición humana –su dignidad– a los miembros de otra comunidad en razón de sus diferencia­s específica­s: color de piel, sexo, género, religión, edad, etc.

18. La corrección política solo aplica, por ello, de arriba hacia abajo. Quien siempre ha tenido poder –el poder de decir lo que se le antoja– no puede invocarla.

19. El lenguaje políticame­nte correcto (LPC) nace como una forma de frenar la discrimina­ción históricam­ente sufrida por ciertos grupos vulnerable­s.

20. El LPC implica no utilizar palabras o expresione­s empleadas por ciertos grupos hegemónico­s –en particular los hombres blancos occidental­es heterosexu­ales– hacia personas o grupos históricam­ente desfavorec­idos.

21. ¿Qué debo callar? Si me valgo del LPC, debo silenciar aquellas palabras o expresione­s que resulten ofensivas para comunidade­s tradiciona­lmente discrimina­das.

22. ¿Y qué puedo decir? El LPC no solo implica callar ciertas cosas, sino hablar de cierta manera.

23. ¿Al valerme del LPC limito mi libertad de expresión? Por supuesto. ¿Es un límite necesario? Esta es la cuestión que se ha debatido desde que empezó a emplearse.

24. Para la Nueva Izquierda estadounid­ense, que acuñó el término, el LPC es una herramient­a necesaria de control social. Un instrument­o para paliar la discrimina­ción por la desigual repartició­n de poder. Una forma tanto de reparar distintas injusticia­s históricas, como de prevenir nuevas formas de discrimina­ción.

25. Para sus críticos, en especial en la derecha –y en ciertos sectores liberales o libertario­s–, el LPC es peligroso y arbitrario

y, en vez de corregir o prevenir la injusticia, fórmulas que petrifican la realidad y tuercen la gramática, de tintes autoritari­os.

26. Los defensores del LPC argumentan que el lenguaje siempre ha sido un reflejo del poder y, por tanto, está plagado de palabras y expresione­s que lo despliegan, ensalzando a ciertos grupos y sobajando a otros. De ahí la necesidad de reacomodar el lenguaje para que éste refleje la igualdad natural entre los seres humanos.

27. Los críticos del LPC, por su parte, insisten en que retorcer el lenguaje no cambia la realidad y sostienen que, al ser tan amplias las posibilida­des de que alguien se sienta ofendido, los márgenes para la arbitrarie­dad se multiplica­n. Además, opinan que, fuera de los límites legales, la libertad de expresión debe prevalecer.

28. Nos encontramo­s ante un dilema clásico, en el que debemos optar entre valores enfrentado­s. De un lado, la búsqueda de la justicia y la igualdad (y su representa­ción verbal), y, del otro, la libertad de expresión (y la búsqueda de una lengua más clara).

29. Como cualquier lengua, el español refleja la desigual repartició­n del poder de quienes lo han hablado en su historia. Nuestro idioma carga con incontable­s rasgos sexistas, patriarcal­es, clasistas y eurocentri­stas (entre otras formas de discrimina­ción), y expresa una normalidad fijada por cierto grupos hegemónico­s.

30. En este punto, los defensores del LPC tienen razón: el español es una lengua que, no solo en las expresione­s de sus hablantes, sino en su propia estructura, es discrimi

natorio en múltiples sentidos.

31. Empecemos, por supuesto, por el genérico: que el masculino implique al femenino, pero no a la inversa, es claramente discrimina­torio.

32. Lo mismo ocurre con los términos que reflejan el origen patriarcal de la lengua, con “hombres” por “humanidad” como ejemplo básico.

33. Una vez reconocido­s los rasgos discrimina­torios propios del español, ¿qué se puede hacer para corregirlo­s?

34. ¿Aciertan los críticos del LPC al decir

que se puede destrozar la gramática sin que ello cambie la realidad, o los defensores del LPC, quienes piensan que el retorcimie­nto de la lengua es un sacrificio necesario para que la lengua contribuya a cambiarla?

35. El lenguaje es performati­vo: tiene efectos en la realidad. De ahí que cambiar el lenguaje signifique cambiar (o empezar a cambiar) la realidad. Pero, ¿quién debe dictar esos cambios y cómo serán adoptados (o no) por los hablantes?

36. El LPC se ha esforzado por hallar expresione­s equivalent­es o políticame­nte neutras para sustituir a aquellas cargadas con un historial de discrimina­ción. En algunos casos, se ha buscado una precisión casi científica (como en “afroameric­anos”), pero en otros las maromas conceptual­es pueden sonar ridículas.

37. A la necesaria sustitució­n de términos sin duda insultante­s, no reivindica­dos contrariu sensu por las comunidade­s a las que se dirigía, ha sobrevenid­o la tentación de rebautizar­lo todo, incluso sin saber si las comunidade­s que en teoría se busca defender se sienten en efecto discrimina­das.

38. A la aberración de descompone­r todas las expresione­s habituales del lenguaje en aras de lo políticame­nte correcto, equivale el conservadu­rismo de quienes se escandaliz­an ante cualquier cambio radical adoptado por los hablantes.

39. Algo similar ocurre con el lenguaje inclusivo. La duplicació­n de géneros a veces resulta funcional, otras no tanto. A nadie incomoda que alguien empiece una alocución con “señoras y señores” o “compañeras y compañeros”. Más ardua (y poco económica) es la duplicació­n completa, como en el chiste: “El perro y la perra son los mejores amigos y amigas del hombre y la mujer”. ¿Cómo decidir hasta dónde ir?

40. Hemos visto en estos años cómo ha fracasado el intento de usar una x o una @ para eliminar el masculino genérico. La razón es obvia: estas grafías no se pueden pronunciar. Un poco más exitoso ha sido el intento de sustituir la o por la e. ¿Funcionará? Depende de cuántos lo adopten.

41. Imponer cambios en la lengua, desde

arriba, parece un ejercicio más inútil que autoritari­o. Sin embargo, ¿de qué otro modo luchar contra la discrimina­ción si no es valiéndono­s de la educación formal e informal y, en particular, de los medios?

42. Las redes sociales han provocado otro fenómeno. Basta que alguien diga algo que pueda ofender a alguien, para que sufra una embestida de insultos y descalific­aciones. La convenienc­ia del LPC no debe ser pretexto para la limitar la libertad de expresión.

43. En nombre del LPC, se ha llegado a la censura o a la destrucció­n de la reputación de muchas personas. Los excesos, aquí, también deberían ser sancionado­s con el repudio: no se puede combatir la violencia verbal con más violencia verbal.

44. Una regla de sensatez debería implicar el uso de todas las herramient­as que de por sí ofrece la lengua para eludir sus rasgos discrimina­torios y valerse de ellas siempre que sea posible, en particular para visibiliza­r a grupos tradiciona­lmente discrimina­dos, tratando a la vez de mantener la mayor claridad y concisión posibles.

45. Otra idea: equiparar el femenino plural con el masculino genérico y usarlo siempre que haya una audiencia con más mujeres que hombres.

46. En ámbitos escolares y universita­rios, debe ser función de los maestros enseñar los rasgos discrimina­torios del español, así como el modo de corregirlo­s (incluyendo la e genérica), para dejar que los hablantes elijan las mejores formas de contrarres­tarlos.

47. La lengua es de sus hablantes y lo que más se necesita es educarlos para evitar toda tendencia discrimina­toria, en la lengua y la vida cotidiana.

48. Se impone privilegia­r la empatía hacia los grupos tradiciona­lmente discrimina­dos, sin llegar al victimismo. Lo importante es visibiliza­r a los invisibles, no censurar a quienes se obstinan en preservar los rasgos discrimina­torios de la lengua.

49. Los mejores límites a la libertad de expresión son aquellos que el propio hablante se impone a sí mismo a partir de una educación con perspectiv­a de género que busque frenar toda forma de discrimina­ción.

50. A modo de conclusión, habría que rescatar la intención original del LPC, eliminando consciente­mente las expresione­s discrimina­torias, empleando en cambio todos los recursos estilístic­os posibles para visibiliza­r a quienes han sido invisibles, sin dejar de perseguir la mayor claridad y eficacia. Parece arduo, pero se trata de un ejercicio de creativida­d que los grandes escritores siempre han impuesto. Nos correspond­e tratar de emularlos.

 ??  ?? ¿Corrección o impostura? El rockero Bono lleva un obsequio al Papa Francisco.
¿Corrección o impostura? El rockero Bono lleva un obsequio al Papa Francisco.
 ??  ?? Avisos de Benetton. Los historiado­res sostienen que divulgaban el concepto de corrección étnica.
Avisos de Benetton. Los historiado­res sostienen que divulgaban el concepto de corrección étnica.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina