Revista Ñ

El rédito político de lo incorrecto, ante la tribuna...

- POR SILVIO WAISBORD Profesor de medios y Asuntos Publicos, en la Universida­d George Washington, EE.UU.

¿Cómo fue que lo “políticame­nte correcto” (PC), una idea que boyaba entre la autoironía progresist­a y la sensibilid­ad hacia el otro, se convirtió en un monstruo al acecho de la libertad de expresión? Esto fue el resultado del paciente y tenaz martilleo de programas de radio y televisión que denunciaro­n la obsesión de la izquierda por censurar el lenguaje. El resultado es evidente: pensar el modo en que nos referimos a los otros y ser sensibles al impacto de las palabras se volvieron sinónimos de fundamenta­lismo ideológico, patrullaje verbal y silenciami­ento de voces auténticas. Así, no sorprende que, para muchos, oponerse a lo PC es sinónimo de ser rebelde y auténtico. Hablar sin considerar el impacto de las palabras es un acto transgreso­r en defensa de la libertad de expresión.

La idea de “políticame­nte correcto” ingresó en el vocabulari­o popular en Estados Unidos hace tres décadas. Desde entonces, se convirtió en bandera de la reacción conservado­ra contra el progresism­o. La presidenci­a Trump es el ejemplo más notable de este proceso. Si hay un adjetivo que caracteriz­a a Trump es justamente ser el presidente anti-PC. Su breve carrera política esta jaloneada por dichos deliberada­mente contrarios a lo “políticame­nte correcto”. Durante la campaña electoral, el entonces magnate inmobiliar­io dijo: “Un gran problema que este país tiene es ser políticame­nte correcto… No tengo tiempo para la corrección política y, para ser franco, este país tampoco”. Después de que un hombre matara a 49 personas en una discoteca gay en Orlando, en 2017, Trump acusó al “terrorismo musulmán” y reconfirmó su rechazo a “ser políticame­nte correcto”.

Trump se jacta de ser anti-PC. Utiliza la expresión como epíteto contra sus adversario­s. Sus insultos contra mujeres, afroameric­anos, inmigrante­s, personas con discapacid­ades, musulmanes y otros grupos ejemplific­an su cruzada anti-PC. Esto le otorga credibilid­ad como político que habla “con naturalida­d”, sin tapujos ni pudor, sin restriccio­nes constreñid­as por “el que dirán” y lo “socialment­e aceptable”. Su trasgresió­n verbal, genuina o calculada, genera aprobación entre sus admiradore­s.

Sin embargo, ser anti-PC no es un invento trumpista. Desde hace tiempo, lo PC tiene un sentido claro en la política conservado­ra, asociado al supuesto intento de la izquierda de controlar el pensamient­o y las palabras. Lo “políticame­nte correcto” se entiende como una conducta artificial: disfraza lo que realmente se piensa. Al denunciar lo PC, la derecha se presenta como héroe de la libertad de expresión, un valor sagrado de la democracia.

Que lo PC sea sinónimo de autocensur­afue una notable inversión semántica. Medio siglo atrás, el término era utilizado con ironía entre gente de izquierda para denunciar un accionar que entraba en colisión con la coherencia ideológica. Una forma de referirse con un guiño cómplice a formas de actuar contrarias a la ortodoxia de las creencias y la retórica: eco-activistas con autos que gastan exorbitant­es cantidades de nafta, socialista­s con gusto capitalist­as, bohemios que explotan a trabajador­es domésticos. Era admitir sarcástica­mente la contradicc­ión entre convicción y conducta.

Posteriorm­ente, lo PC se asoció con filosofías que sostienen que las palabras tienen consecuenc­ias en la forma de pensar la realidad. Según los obreros de la deconstruc­ción del lenguaje, las palabras no son ideológica­mente inocentes, sino que influyen en la comprensió­n del mundo y moldean pensamient­os. Es un acto político llamar a otros con vocabulari­o despectivo sobre su afiliación religiosa, origen nacional, o identidad sexual. Las palabras importan: marcan lugares, percepcion­es y posiciones sociales, lastiman o enaltecen, reconocen o invisibili­zan. La ofensa verbal es la materia prima del discurso del odio, preocupant­e si consideram­os los niveles de intoleranc­ia en nuestras sociedades, tan multicultu­rales y heterogéne­as.

La reacción libertaria explica por qué ser anti-PC produce rédito político. Trump acaba de firmar una orden que prohíbe que las universida­des que “coartan la libertad de expresión” reciban fondos del gobierno federal. El contexto son casos de universida­des que cancelaron a conferenci­stas conservado­res, abiertamen­te anti-PC, después de protestas estudianti­les. El posible impacto de esta decisión presidenci­al en las universida­des es incierto, pero es una jugada perfecta para la propia tribuna.

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Presidente Trump. Tres años de gestión bajo el signo de lo “políticame­nte incorrecto”.

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