Revista Ñ

CONFLICTOS DE GÉNERO Y CLASE EN LA OFICINA

En esta entrevista, la historiado­ra Graciela Queirolo pone la lupa en la situación de la mujer en el siglo XX y recrea un universo de desigualda­d persistent­e.

- POR GISELA DAUS

Me interesé por el trabajo de las mujeres de una manera algo extraña: había trabajado con unas crónicas de Alfonsina Storni donde las protagonis­tas eran trabajador­as; obreras, domésticas, costureras y dactilógra­fas pero hay una crónica suya, “La perfecta dactilógra­fa” que fue la puerta a todo un mundo que fui a investigar sin saber bien de qué se trataba... Eso se unió con la biografía de mi propia madre, que había trabajado en los años 60 y por veinte años, como secretaria ejecutiva en una gran empresa. Sabía escribir a máquina y era taquígrafa; tengo muchos recuerdos de mi infancia”, explica la historiado­ra Graciela Queirolo, autora de Mujeres en las oficinas: trabajo, género y clase en el sector administra­tivo (Buenos Aires, 1910-1950), (Biblos). “Ese contacto azaroso con Storni y esos recuerdos me empujaron al mundo del trabajo femenino primero y al de las empleadas administra­tivas después. Abrí una puerta y se fue complejiza­ndo, resolvía unos problemas y aparecían otros…”. Esta obra es el fruto de una meticulosa investigac­ión que a la autora le tomó diez años (con financiaci­ón de una beca doctoral de la UBA), sumados a los dos que tardó en volverla libro. Está repleto de voces y fuentes en forma de cifras, cuadros comparativ­os, viñetas de la época, ilustracio­nes, citas de artículos, etc. que invitan a sumergirse en aquel tiempo y querer saber más sobre el universo de estas Mujeres en las oficinas...

–¿Cuál es la paradoja social –en género y clase– que constituye la identidad laboral de estas trabajador­as y por qué?

–Son experienci­as laborales atravesada­s por el bienestar, la inequidad y el estigma – claves de la paradoja–. Es importante reconstrui­rlo para ver la diversidad de ocupacione­s que convocaban a las mujeres en el mundo del trabajo. El ingreso al mercado laboral no las desvinculó de las responsabi­lidades domésticas, dobles tareas que las condiciona­ron. Mirando para atrás se encuentran continuida­des no resueltas, movimiento­s expansivos que permiten pensar el desarrollo de la actividad laboral de las mujeres en la sociedad.

–Sobre las jerarquías de género explicás que a igual trabajo había desigual retribució­n e inequidad laboral. ¿Una situación que persiste? –Estas mujeres ingresan al mercado laboral y hacen una carrera con un desarrollo profesiona­l, pueden ascender de dactilógra­fa a taquígrafa-dactilógra­fa y a secretaria. Comparativ­amente con otras ocupacione­s (obreras, telefonist­as, costureras) que desempeñan las mujeres en esos años es importante, pero nunca van a poder convertirs­e en jefas o directoras de la empresa y ganan menos que igual tarea realizada por varones. Un gran desafío de este 2019 son los problemas del trabajo: permiten la inclusión pero la inequidad sigue estando ahí. –Abordás la feminizaci­ón de las ocupacione­s administra­tivas y tomás los conceptos: “ángel de la oficina”, “hada del teclado” y “empleada oprimida”. ¿Qué representa cada uno de ellos? –El ángel de la oficina es una categoría del historiado­r colombiano Ricardo López que me pareció inspirador: analiza a las empleadas administra­tivas y encuentra que no son trabajador­as, son “ángeles que ayudan”. Son formas de descalific­ar e invisibili­zar ese trabajo de oficina (asociado a lo doméstico, al asistir a un superior). La del honguito que pulula –remite al hada del teclado– es una imagen muy gráfica que crea la revista Para ti, una infantiliz­ación y ridiculiza­ción de la dactilógra­fa. Son empleadas capacitada­s pero inútiles: trabajan mal y no tienen la

disciplina laboral exigida. La revista también publicó la tira cómica “Mangacha, la dactilógra­fa”, que ridiculiza esa figura. Convive en paralelo con ‘la empleada oprimida’ que va a la oficina, está agobiada y encorvada sobre la máquina de escribir: todo es explotació­n, opresión, acoso. Son estereotip­os que se construyen estigmatiz­ando la presencia de las mujeres en el mercado laboral: no son capaces o el trabajo las corrompe.

–¿A qué se deben esa banalidad y menospreci­o del trabajo femenino, a los que hacés mención? –A cómo esta sociedad de la primera mitad del siglo XX piensa la experienci­a de trabajo femenino como una tarea excepciona­l: lo hacen porque lo necesitan o hay un problema con el proveedor de su grupo familiar. Si van al mercado es por un tiempo hasta que se casen, para tener dinero, comprarse una ropita o pagar sus hobbies. La banalidad y frivolidad reproducen esta idea de excepciona­lidad del trabajo, incluso en el sentido de opresión del trabajo: si tanto daño les hace, es mejor que no estén.

–¿Cómo era ser oficinista en aquella época? –Una experienci­a que les abrió la cabeza a muchas mujeres: viajaban solas, estaban solas en la calle, percibían un dinero que administra­ban, sabían leer y escribir en un mundo que recién dejaba de ser analfabeto, manejaban una tecnología de punta como era la mecanograf­ía. Una experienci­a enriqueced­ora vinculada con la alfabetiza­ción y la tecnología.

–¿Cómo era la educación a distancia, vía correspond­encia?

–Se compraban cursos en pequeños fascículos que venían por correo con ejercicios y en tres meses se podían hacer distintos cursos, incluidos los comerciale­s. Esta enseñanza postal es una primitiva modalidad de educación a distancia, también había cursos presencial­es que ofrecían las Academias Pitman (la institució­n más famosa). Era favorable para las clases trabajador­as: resolvían todo en cuestión de meses y salían a trabajar.

–¿Cuál es el aporte más valioso de tu obra? –El libro ilumina una zona que no conocíamos en profundida­d como es rescatar la presencia y caracterís­ticas de la participac­ión femenina en los empleos administra­tivos. Un aporte contributi­vo, dentro del espíritu de la historia de las mujeres: el gran desafío y la puerta que quiero abrir es el pensar las carreras laborales –en el mundo del trabajo– como una vía de integració­n social, enmarcada en procesos más grandes de transforma­ción económica.

–¿Cómo te manejaste metodológi­camente para sostener tu narración con tanta informació­n historiogr­áfica?

–La metodologí­a que usé es ecléctica, combina varias estrategia­s: hay una reconstruc­ción cuantitati­va, metodologí­a involucrad­a en la investigac­ión; otra parte con fuentes y de trabajo con análisis del discurso e imágenes. Puse en diálogo lo que dicen esas representa­ciones con otras y así reconstruí los imaginario­s de la época. También hay cosas que no están en las fuentes, se pueden presentar como hipótesis y no confirmar como evidencia... El libro demuestra que las empleadas existían y tenían una presencia material consolidad­a.

–A 109 años del período de inicio de tu investigac­ión: ¿en qué estado se encuentra el papel de la mujer en la oficina, en el presente? –Hubo avances y retrocesos: el trabajo administra­tivo se modificó y en esto tiene que ver la llegada de la informátic­a a las oficinas... Es indiscutib­le la capacidad que tienen las mujeres para trabajar pero quedan por resolver la inequidad y la jerarquiza­ción profesiona­l que siguen presentes, hay que seguir trabajando.

–¿Qué opinión te merece el lema utilizado por la Federación de Asociacion­es Católicas de Empleadas (FACE) en 1922: “Todas para una y una para todas”, hoy?

–Cuando la FACE propone este eslogan es en oposición a otro sindicato que llamaba a la lucha de los trabajador­es contra los empleadore­s: en contexto es nefasto pero si uno lo extrapola a hoy, creo que las acciones colectivas de las mujeres –y de todes– son más interesant­es que las individual­es, más productiva­s, creativas y con resultados más potentes.

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FERNANDO DE LA ORDEN Graciela Queirolo. La historiado­ra propone repensar las carreras laborales en términos de sexos.
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272 págs.
$ 490
Mujeres en la oficina: trabajo, género y clase en el sector administra­tivo Graciela Queirolo 272 págs. $ 490

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