Ituzaingó V3rit4

Las declaraciones de Perrone suelen irritar por la sinceridad de su perspectiva y su poco interés por agradar. En ese tono de incorrección política elige parodiar la cultura del espectáculo y la especulación concomitante, algo ya propio del cine independiente. En este nuevo filme, actrices y actores, cineastas y productores pasan de una fiesta a otra o se reúnen en bares en búsqueda de nuevas oportunidades para sus carreras. Mostrarse en público es una condición implícita de ser reconocido y una forma oblicua de estar en oferta. En efecto, Ituzaingó es aquí una inmensa vidriera del yo o una especie de Hollywood gris y anacrónico en el que se escenifica un teatro de vanidades permanente. La compulsión a la selfie es la ostensible conducta narcisista de estas criaturas que no por su desmedido amor propio están exentas de ser susceptibles a la angustia. Este universo simbólico ordenado y concebido en blanco y negro es pura apariencia visual, y Perrone elige casi siempre desbordarlo a partir de un concepto sonoro (extraordinario) que desdice la banal felicidad de lo que se representa. La verdad aludida en el título siempre falta pero resplandece por unos minutos cuando Perrone interviene la monotonía cromática del narcisismo y la impostura de este mundo vacuo con la irrupción de colores, instante en el que introduce un discurso a contramano del espectáculo y en el que la propia poética del cineasta se plasma sin ambages para establecer una posición frente a las concesiones y falsedades del llamado cine independiente.