Revista Ñ

MICHAEL JACKSON, UN ANTES Y UN DESPUÉS

Leaving Neverland, el documental que cuenta en primera persona los abusos infantiles del Rey del Pop, abre el debate: ¿Debemos dejar de escucharlo?

- POR JAVIER DIZ

Michael, ¿qué salió mal? Michael, ¿quién eres? No reconozco nada en ti”. Estas líneas, escritas por Ian Penman, periodista musical británico, es parte de un texto compilado en Jacksonism­o, una selección de ensayos sobre Michael Jackson editado por Caja Negra en 2014. Pero podría ser también un lamento épico lanzado por alguien que, azorado y aturdido, acabe de ver Leaving Neverland, el documental de Dan Reed, estrenado en HBO, que pone en escena dos testimonio­s fulminante­s de supuestas víctimas de abusos sexuales de Jackson cuando estos eran niños. Ok, aquí entra la pregunta sobre si quedaba alguien –que no entrara en la órbita de la histeria súbdita del fan– que no sospechara que el llamado Rey del Pop era un abusador. Los hechos indican que Jackson fue llevado dos veces a juicio por sus conductas pedófilas, y de ambas salió ileso (en la primera, en 1994, llegó a un acuerdo financiero por 23 millones de dólares). Pero aun así –y citando nuevamente a Penman–, Jackson ocupó, por la extraña atracción que ejercía sobre el mundo, “una posición supremamen­te ambigua ante la mirada pública, algo así como el ‘pedófilo bueno’; sea por la razón que fuera, la gente parecía darle otra oportunida­d”. Así, al no existir una condena judicial, la figura de la más grande estrella pop viva (o lo que quedaba de ella) entraba en ese espacio confuso y algo triste que es la indiferenc­ia; la agonía de una carrera que se encendía más por las curiosidad­es y deformidad­es de su vida personal que por sus logros artísticos. Entre la pena y la nada, elegíamos la nada: para muchos, Michael seguía siendo solo un pobre muchacho, el que había tenido una infancia durísima, y que a esta altura (¿cuándo sería esto? ¿Cuál fue el último disco “pasable” de Michael? ¿Invincible de 2001, o Dangerous de 1991?) su fama seguía cimentada por excentrici­dades actuales pero logros musicales antiguos. Y un día se murió.

Casi diez años después de su estrafalar­io memorial (en el que se llegó a decir que hasta estaba el propio Michael vivo disfrazado de una mujer rubia), aparece Leaving Neverland, el documental que viene a sacudir el avispero con la supuesta confirmaci­ón de los abusos de Michael Jackson. Dirigida por Dan Reed, que filmó, entre otros, Three Days of Terror: The Charlie Hebdo Attacks (2016), y quien por estos días está sufriendo el acoso furioso de toda la familia Jackson y su cuerpo legal, además de los cientos de miles de fans del músico (“vivía mejor cuando trataba con yihadistas”, dijo Reed, haciendo referencia a la película sobre Charlie Hebdo), la película presenta los testimonio­s de James Safechuck y Wade Robson, dos jóvenes que en distintos momentos, y durante muchos años, fueron repetidas veces abusados sexualment­e por Jackson.

La vida de Safechuck se cruzó con la del músico cuando compartier­on la filmación de una publicidad de Pepsi en 1987. Tenía diez años. La película cuenta que, a partir de ahí, Jackson desarrolló una devoción por el niño que se plasmaba en costosos regalos, viajes y, sobre todo, una relación que se extendió a la familia. Fueron los Safechuck los primeros en visitar el rancho Neverland, donde el músico abusaría de James durante cuatro años, de distintas maneras, en diferentes lugares, en una relación “amorosa” que se continuaba en las giras (a las que iba acompañado de su madre) y que se coronó, inclusive, en una suerte de “casamiento”, cuando fueron juntos a comprar el anillo que sellaría esa relación. Safechuck cuen

ta a cámara su historia con lujo de detalles, sin escaparle a lo explícito ni a lo escabroso, construyen­do uno de los relatos de la película. El otro es el de Wade Robson, que a los cinco años, a partir de un concurso de baile, conoció a Jackson cuando este estaba de gira por Australia. Dos años después, el músico contactó e invitó a toda la familia a Neverland. Desde ahí, las historias de los pequeños Robson y Safechuck –y sus familias– coinciden en mucho, los detalles se superponen, la dinámica enfermiza de los abusos se asemejan (en el caso de Robson la “relación” duró desde los siete hasta los catorce años) en una única línea narrativa: el relato de dos personas revisando una historia de amistad y admiración con su ídolo, en las formas de algo que no comprendía­n del todo, pero que aun en su fascinació­n sospechaba­n extraño. “Era fundamenta­l que nadie nos descubrier­a; era un secreto. Michael decía que si alguien se enterara, su vida se acabaría y también la mía, que los dos iríamos a la cárcel por el resto de nuestras vidas”, describen casi a coro, aunque las entrevista­s son individual­es, evidencian­do la conducta manipulado­ra, calculada y repetida de Jackson.

En ese sentido, aun cuando no hay voces disidentes, la película tiene un fuerte valor testimonia­l. Y quizás sea solo eso. Porque Dan Reed captura las entrevista­s con un par de cámaras en diferentes ángulos –una a la distancia, otra más cerca, a la altura de los ojos– y solo apela a pocos momentos en los que registra detalles, todo intercalad­o con imágenes de archivo –fotos y videos– y planos aéreos de referencia para ubicar los lugares donde transcurre el relato en ese momento. Así, esa puesta en escena no demasiado inspirada sostiene sus 236 minutos por la potencia de lo dicho, por el horror de una vivencia expuesta en la piel de James y Wade, por la angustia que hace mella en sus cuerpos, por la bronca contenida contra esas madres permisivas, frívolas y ciegas, y por el horror de comprobar que, como espectador, hay un desengaño, la detonación de una farsa, y una historia que tiene que ser revisada. El debate, por estos días, es medir el alcance de ese juicio: ¿Es válido que una radio deje de pasar sus canciones? ¿Hasta dónde llega la reflexión y hasta dónde la sobreactua­ción?

El jueves 21 de marzo se estrenó Nosotros, la nueva película de Jordan Peele. En la primera escena, ambientada a mediados de los 80, una niña negra gana en una feria ambulante un buzo de Thriller, con Michael Jackson y su ballet de zombies estampados en él. En una de las funciones, en ese momento, un murmullo creció y creció hasta consumir totalmente el silencio de la sala, y hasta se escucharon un par de abucheos… Michael, ¿quién eras? Parece que tu canción ya no será la misma.

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Según el crítico Ian Penman, Jackson ocupó durante años la extraña posición del “pedófilo bueno”.

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