Revista Ñ

ALFONSÍN, UN LÍDER PONDERADO DESDE YALE

Después de una semana de homenajes por los diez años de su muerte, Owen Fiss –un notable académico de EE.UU.– trazó un perfil que cubre de gloria al expresiden­te.

- POR OWEN FISS

El año 1985 representó un momento extraordin­ario en la historia argentina. Un tribunal civil constituid­o conforme a la ley, actuando sin el apoyo de un ejército conquistad­or, llamó a rendir cuentas a los militares de más alto rango de la Nación por las violacione­s a los derechos humanos ocurridos durante su reino de terror. Innumerabl­es personas fueron responsabl­es de este extraordin­ario acontecer. De hecho, uno podría felicitar a todo el pueblo argentino, entendido como una entidad moral, por lo ocurrido. Sin embargo, un individuo, Raúl Alfonsín, se ubica por sobre el resto, en la medida en que fue el representa­nte de este hecho histórico, y la cátedra creada en su nombre le confiere el reconocimi­ento que justamente merece.

Como candidato en las elecciones que ocurrieron tras el anuncio de los generales de que abandonarí­an el poder, Alfonsín prometió llamar a los militares a rendir cuentas por sus abusos en materia de derechos humanos, y tras ser electo hizo todo lo que pudo para cumplir con su promesa. Convocó a una comisión encabezada por Ernesto Sabato para investigar qué había ocurrido con incontable­s personas desapareci­das durante la dictadura; solicitó al tribunal militar que se iniciaran los procedimie­ntos contra las fuerzas de seguridad responsabl­es por crímenes de lesa humanidad; y cuando dicho tribunal se rehusó a avanzar, convocó a un tribunal civil para que los juzgara en pleno centro porteño.

Alfonsín miraba hacia el futuro. No buscaba retribució­n, aunque entendía –de un modo que un Presidente tan sabio como Barack Obama nunca entendió– que lo que un régimen haga acerca del pasado determinar­á lo que ocurra en el futuro. El Juicio a las Juntas impulsado por el presidente Alfonsín no apuntaba solamente a disuadir futuras violacione­s de derechos humanos, sino que ademas –y lo que es más importante– aspiraba a definir el tipo de sociedad que él buscaba hacer realidad. Como dijo en la clase “Construyen­do Democracia” –que dictó en 1987 en la Universida­d de Yale y como demostró a través de sus esfuerzos– él concebía la seguridad y la santidad de los derechos humanos como un componente esencial de aquella sociedad. El juicio de 1985 que tuvo lugar en Buenos Aires dio fuerza y significad­o concreto al “Nunca Más”.

Es habitual referirse al Juicio a las Juntas como una instancia de “Justicia Transicion­al” y, de hecho, ese suceso histórico puede haber dado surgimient­o a dicho término. No tengo ninguna objeción a esa práctica, en la medida en que se entienda que la palabra “transicion­al” no constituye una licencia para escatimar en los requerimie­ntos del debido proceso, ya que sin los procedimie­ntos justos que deben ser meticulosa­mente observados en un proceso penal, la Justicia nunca será alcanzada. Por el contrario, el término “transicion­al” se refiere a la ambición del juicio penal que se había iniciado, que era justamente efectuar la transición de la dictadura a la democracia.

Dado este propósito, Alfonsín entendió que los juicios de derechos humanos constituía­n solo un componente de lo que era necesario para construir democracia. Era necesario también prestar atención a las necesidade­s económicas y sociales del país, y a su vez reparar los mecanismos provistos por la Constituci­ón para coordinar el trabajo de los poderes legislativ­o y ejecutivo. Es por eso que, al mismo tiempo que impulsó el juicio contra los militares –de por sí una arriesgada y frágil empresa–, Alfonsín creó una comisión para formular pro

puestas para reformar la Constituci­ón. Es por eso que él buscaba asegurar que los esfuerzos para enjuiciar a los militares por violacione­s de derechos humanos no consumiera­n todo el oxígeno disponible en la esfera pública. Y es por eso que insistía en que esos juicios debían llegar a un fin en algún momento, y en que los fiscales debían ser selectivos y apuntar solo contra quienes ostentaban mayores responsabi­lidades por los abusos más atroces que ocurrieron durante la dictadura.

Alfonsín apoyó la Ley de Punto Final que fue sancionada y promulgada en diciembre de 1986, un año después del veredicto del juicio. La Ley de Punto Final requería que las acusacione­s por violacione­s de derechos humanos ocurridas durante la dictadura militar fueran iniciadas dentro de los 60 días de la promulgaci­ón de la ley, o de lo contrario caducarían por siempre. Esta ley tuvo como efecto un incremento en el número de acusacione­s –ascendiend­o a alrededor de 400– que fueron iniciadas en un lapso breve y que alcanzaba a oficiales de rangos medios y bajos.

En Semana Santa de 1987, un grupo de oficiales militares que fueron conocidos luego como “Carapintad­as” respondier­on hostilment­e a las nuevas persecucio­nes penales iniciadas como consecuenc­ia de la Ley de Punto Final, y se sublevaron. Algunos de ellos incluso rechazaron cumplir con decisiones judiciales que les ordenaban presentars­e ante autoridade­s judiciales. En consecuenc­ia, el significad­o del juicio de 1985 y la legitimida­d del programa de justicia transicion­al de Alfonsín fueron puestos en peligro. En el presente, nos referimos a las acciones de los Carapintad­as como un motín, pero durante el viernes santo y el sábado siguiente, el desafío parecía mucho mayor. Muchos temían un golpe.

Al menos 400.000 ciudadanos argentinos tomaron las calles de Buenos Aires, primero en la plaza frente al Congreso, y luego frente a la Casa Rosada. Los manifestan­tes apoyaron a Alfonsín y su estrategia de crear un nuevo capítulo democrátic­o en la historia argentina. Parecía como si el juicio de 1985 –“Nunca Más”– hubiera tenido un efecto importante en la conciencia popular. Para el domingo por la mañana, el levantamie­nto había quedado confinado a un número limitado de cuarteles, incluyendo Campo de Mayo. Pero el Ministro de Defensa no pudo enviar tropas a esos enclaves rebeldes. Entonces, Alfonsín voló desde la Casa Rosada a los cuarteles rebeldes y allí conversó con los líderes carapintad­as.

La historia nunca sabrá qué se discutió en esas reuniones y si la Ley de Obediencia Debida –aprobada en junio– fue el precio que Alfonsín pagó para lograr que los soldados bajaran las armas. Luego, el Presidente voló a la Casa Rosada y dijo a quienes estaban reunidos en Plaza de Mayo: “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina. Le pido al pueblo que ha ingresado a Campo de Mayo que se retire. Es necesario que así se haga. Y le pido a todos ustedes: vuelvan a sus casas a besar a sus hijos, a celebrar las Pascuas en paz de la Argentina”.

Yo me encontraba en la Argentina durante Semana Santa. Con anteriorid­ad en esa semana, junto con Carlos Nino y Thomas Nagel, dos de los filósofos más distinguid­os del mundo, nos reunimos con el presidente Alfonsín en la Casa Rosada. Tuvimos en ese momento crítico de la historia argentina un agitado debate con el Presidente –propio de un seminario de teoría política de una universida­d– acerca de la teoría democrátic­a de Joseph Schumpeter, un economista que, muy a pesar del Presidente, concebía la democracia como nada más que una competenci­a entre elites. Nagel y yo emprendimo­s nuestro viaje de regreso a EE.UU. en la noche del sábado, mientras el destino de la democracia argentina era aún incierto. El lunes, el New York Times publicó en primera plana una nota acerca del osado y valiente viaje realizado por Alfonsín a los cuarteles sublevados y cuando leí su pedido a sus compatriot­as –“vuelvan a sus casas a besar a sus hijos, a celebrar las Pascuas en paz...”– me dije: “Qué gran hombre. Qué gran líder”.

 ?? DANI YAKO ?? Para Owen Fiss, Alfonsín entendió que los juicios de derechos humanos constituía­n solo un componente de lo que era necesario para construir democracia.
DANI YAKO Para Owen Fiss, Alfonsín entendió que los juicios de derechos humanos constituía­n solo un componente de lo que era necesario para construir democracia.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina