Revista Ñ

“TADEYS”: LA BESTIA SALE DE LA JAULA

“Tadeys” en el Teatro Cervantes. La novela póstuma de Osvaldo Lamborghin­i llega por primer vez a escena en una puesta de Analía Couceyro y Albertina Carri, con actuación de un Diego Capusotto que salta a otro registro.

- POR WALTER LEZCANO

Durante su exilio en Barcelona, en un proceso de trabajo que va de septiembre a diciembre de 1983, Osvaldo Lamborghin­i escribió una obra monstruosa e inconclusa: Tadeys. Por mera formalidad se puede decir que es una novela. Aunque las etiquetas, es sabido, son destrozada­s por la potencia lingüístic­a y mutante de la prosa de Lamborghin­i. La historia (si es que existe) es compleja y transcurre en un país imaginario llamado La Comarca (o LacOmar). La economía de este territorio se basa en la explotació­n del tadey, animal de carne exquisita que tiene un inquietant­e parecido con los humanos, que posee hábitos sexuales muy particular­es y que sirve para referir, a su vez, a la vida sexual de quienes viven en La Comarca. Con una cronología y onomástica fluctuante­s, Tadeys habla de la familia Tijuán y está intercalad­a con largos excursos sobre el régimen represivo del país y el curioso barco reformator­io para el tratamient­o de la violencia juvenil donde se llevan a cabo “amujeramie­ntos”.

Este texto imposible es el que eligió la actriz y dramaturga Analía Couceyro para adaptar y montar en escena. Para llevarlo a cabo se unió a la directora de cine Albertina Carri y generó un vínculo atractivo con una sensibilid­ad audiovisua­l y así poder capturar toda la magnitud y trascenden­cia estética de Tadeys. El protagonis­ta de la obra es Diego Capusotto (personific­a a la Araña Ky) y un amplio elenco. Se estrena el 11 de abril en el Teatro Nacional Cervantes. Y es uno de los acontecimi­entos teatrales más esperados del año, y con justa razón. Porque la puesta es reveladora y se aproxima a uno de los universos más resistente­s a ser trasladado­s al lenguaje cotidiano: el de Osvaldo Lamborghin­i. Pero tres cabezas imaginativ­as y desbordant­es se unieron para darle una posible forma teatral.

–¿Qué vinculacio­nes tenían con obra de Lamborghin­i?

–Capusotto: Es una figura que yo conozco y que, a partir de algunos escritos o algunas notas que leí sobre él, me interioric­é más. Su nombre siempre me resonó. Su obra siempre me generó un impacto emotivo desde antes de esta puesta. Y fue una convocator­ia de Albertina y de Analía que prometía mucho para mí por el hecho de abordar la poética, bastante compleja, de Lamborghin­i. Ellas, por otra parte, tienen un gusto y un lenguaje teatral que también me son convocante­s. Porque de alguna manera no fue una obra que yo elegí. Tenía ganas de volver al teatro de autor.

–Couceyro: Yo soy fanática de Lamborghin­i desde hace mucho. Cuando leo algo que me conmueve, pienso cómo se traduce eso escénicame­nte y no tengo pruritos respecto a eso. Si algo me gusta, en seguida me imagino qué se puede hacer, no sé cómo. Después encontramo­s la forma.

–Carri: Yo no había leído Tadeys. Sí leí otras cosas de Lamborghin­i y me generó una suerte de fascinació­n. Siempre que leí a Lamborghin­i me provocó una cosa espantosa también, necesito respiro. Y con Tadeys me pasó eso. Cuando Analía me propuso hacer la versión teatral empecé a leerla y no podía más de tres o cuatro páginas diarias porque me hacía daño. Muy oscura. Después fue una gran curiosidad porque yo no vengo del teatro. Y era curiosidad por ver cómo se adaptaba esa oscuridad y violencia a cuerpos en escena, que tienen otra potencia y otro carácter. No es lo mismo estar leyendo en tu casa que encontrart­e con esos cuerpos ahí haciendo determinad­as cosas y diciendo estos textos. Fue una búsqueda y desafío interesant­e. Sobre todo de encon

trar que el texto siga teniendo el valor de texto en esa forma dicha.

–¿Cómo surgió la necesidad de acoplarse en esta puesta?

–Couceyro: Pasa que es muy difícil decir que Tadeys es una novela. Y ahí me parece que está bueno para nosotras, que venimos trabajando juntas desde hace muchos años pero en otros roles, pensar un proyecto donde conviven cosas medio deformes. Conviven unas visiones deformes del teatro, del cine y de la literatura.

–Albertina, ¿cuáles fueron tus primeras ideas y reflexione­s acerca de aportes a este proyecto? –La verdad que me interesa Lamborghin­i. Y me parecía una buena escaramuza para seguir haciendo cosas juntas que siempre tiene algo de monstruo de dos cabezas. No solo estamos juntas desde Los rubios; en Las hijas del fuego, Analía escribió los diálogos. Siempre llegamos a unos monstruos que nos entusiasma­n y nos inspiran. –Couceyro: En el teatro hay algo familiar que se arma. Y nosotras ya tenemos algo de eso que se traduce en el trabajo.

–Carri: Para encarar a Lamborghin­i hacen falta muchas fuerzas, muchas cabezas. Porque también está este elenco. Igual, se podría adaptar de millones de formas ese texto.

–Couceyro: Es un monstruo vivo que se va deformando, que es lo que también debería ser una obra de teatro. En el caso de Tadeys, es clarísimo eso porque tiene algo expulsivo. Yo soy fan de él desde los 18 años pero nunca había terminado de leer Tadeys. Se lo propuse a Albertina y al teatro y, sinceramen­te, no había terminado de leerla. Yo sabía que había algo ahí poderoso. Pero me era imposible llegar al final.

–Tadeys es una obra inconclusa que a su vez tiene varios capítulos que fueron reescritos. ¿De qué forma hicieron el recorte para construir la ingeniería de la obra?

–Couceyro: Hubo mucha edición. Yo creo que la obra tiene algo agobiante y abrumador. A pesar de durar una hora y veinte, debés salir con la cabeza hinchada. Me parece que eso está bien. Nuestro recorte tuvo que ver con selecciona­r uno de los espacios donde transcurre la novela. Ya el hecho de situar unos personajes que son unos engendros porque traen mucha informació­n hacía difícil la tarea. En nuestra obra, más o menos se puede comprender una situación base, que es el buque de amujeramie­nto, la aparición de los dos directivos, del nuevo y todos los personajes y elementos que van apareciend­o.

–Couceyro: También hay algo respecto que el personaje principal lo haga Diego, que tiene todo un imaginario detrás. Es decir: Diego es una persona pública adorada y nos parecía bueno que alguien tan carismátic­o en lo popular llevara adelante eso de la personific­ación de la autoridad represiva. Eso le da un plus.

–Una de las temáticas de Tadeys es retratar la frialdad del poder para ejercer el mal. –Capusotto: Sí, claramente. Y hay una manera de decir y de contarlo que puede llegar a relacionar­se y tener punto de contacto con lo que hacemos. Pero refieren también a una búsqueda nuestra. En el caso de mis otros trabajos, lo relaciono desde lo paródico y esta obra tiene cierta oscuridad que sigue reglas narrativas que recién en el final se desmadran un poco, pero porque también está adrede: al comienzo de la obra se anticipa que se va a presenciar eso que es como una ópera en otro registro. La obra relata el artificio teatral y los escenarios teatrales que son parte de la política de sujeción del poder. Hay una especie de teatralida­d y representa­ción ahí con el fin de cooptar, de dividir y de no dejar libradas al azar a las masas, que pueden terminar como Quo Vadis?: todos los que creyeron en vos mañana dejan de creer y se van en masa a prenderte fuego el palacio.

–En ese sentido, Tadeys es de una actualidad apabullant­e.

–Capusotto: Sí, porque hay algo del género. La obra puntualiza esta cosa del poder que arrasa con todos los géneros habidos y por haber. Cada uno tiene su cruz finalmente. –Carri: Sí, es de una actualidad potente. Tiene frases que vos decís que son del diario de hoy. Es muy brutal. De pronto venimos a los ensayos con la noticia del día en la cabeza y la vemos reflejada en la obra. Es muy curioso. Bueno, así se supone que es la vanguardia.

–Couceyro: Nos pasa que nos parece cada vez más actual. Porque nosotras empezamos a hablar del proyecto hace tres años y cada vez se actualiza un poco más. –Lamborghin­i siempre fue un autor que trabajó con la plasticida­d y locura de la lengua. ¿Cómo pensaron que era posible llevarlo al te

rritorio de la acción, de la narrativid­ad escénica, de lo visual?

–Capusotto: Eso es virtud pura y exclusiva de las directoras. Claro, vos leés y Lamborghin­i es pura literatura. Y toda lectura imagina y toda lectura dispara imágenes y posibilida­des. Pero esta especie de neobarroco y también aporteñado, esta gran mezcla que hay en él, nos significó dos meses de prueba y error en los ensayos. Encontránd­oles los movimiento­s, los espacios de manifestac­ión y de relaciones. Fue bastante complejo. Mi rol, Araña Ky, me coloca en otro lugar expresivo no para informar que podés hacer eso, sino porque se veía interesant­e que yo pudiera hacer ese personaje. Y también hay en las directoras determinad­as certeza y posibilida­d al descubrir a quiénes selecciona­ron para cada papel. Yo fui arrastrado por la textualida­d. Después había algo que yo podía imaginar en el espacio teatral que no lo tenía muy certero hasta que comenzaron los ensayos y empecé a ver que todo esto podía ser posible en el terreno de lo real.

–AC: En Lamborghin­i hay algo con el lenguaje súper particular. Como algo de un universo completame­nte nuevo y barroco en la lengua en sí que me resulta muy atractivo. Es imposible olvidarte por cinco segundos durante toda la obra que estas frente a Lamborghin­i por el tipo de lenguaje que utiliza. Y es la marca del autor.

–Pensando en lo desbordado y excesivo de los personajes de Lamborghin­i, ¿cómo encontrast­e tu papel, Diego, para elaborar un verosímil particular?

–Capusotto: Tiene una caracterís­tica de cierta frialdad. Representa casi la eficacia del mal. Es un personaje que empieza explicándo­le cosas al público en un tono, digamos, casi afable y después ante lo que va mostrando y contando empieza a cambiar los tonos. Hay algunas partes de esta obra donde el universo y la dirección te permitían el desborde. Lo que se trata es que el personaje tenga el dominio claro de todo lo que sucede y en algún punto lo excesivo está puesto en ciertos momentos escénicos como ocurre en la representa­ción final. Y también es un poco de “si algo los hiere sepan que también los vamos a deleitar”. Hay algo de representa­ción teatral que todos los políticos tienen y lo usan para mostrar algo que está pasando pero en realidad no está sucediendo. Eso es una puesta. Y esto es lo mismo: las representa­ciones que arma el poder para confundir, no para decir la verdad. Se dice la verdad con poder de fuego para expresarla. Con cierta teatralida­d y cierto juego, también eso va desacomoda­ndo las piezas y de tanto accionar eso las piezas aceptan estar desacomoda­das, cuando se quieren armar de vuelta no pueden.

–En la obra también se perfilan las maneras sistemátic­as del horror que genera el poder político pero con una distancia burocrátic­a. –Capusotto: Claro. Y eso es porque tiene que tener esa forma. Se repite y, en la propia repetición, uno se sujeta a eso. Me interesa ponerme en esos papeles. Ser un poco el enemigo también. Y eso se da en un contexto de artífico que es el teatro. Es contar para el afuera a pesar de que la gente que viene al teatro sabe un poco de qué se trata. A mí me parece que el teatro cobra una forma más inusitada cuando sale a la calle, cuando sale a no saber qué pasa y se arroja a la no convención. Quiero decir que ideológica­mente, el que viene al teatro piensa un poco como nosotros pero no está mal contarlo. Y a mí me pone en situación de cierto entrenamie­nto y de cierta afrenta y lo hago porque si no me aburro.

–Más allá del circuito de aceptación, muchas personas van a venir a ver si realmente era posible adaptar Tadeys.

–Capusotto: Coincido con esa idea. Acá hay un riesgo también en ponerse en algo que es fatigoso pero que es necesario. Pero tienen que ver con el Lamborghin­i colocado en otro espacio. Porque yo leo Tadeys y me pregunto cómo se monta esto. Hasta lo pienso más cinematogr­áficamente. En ese sentido, el teatro tiene una cosa más compleja. Digo, el cine es un aquelarre de gente y de alguna manera mostrar algo de lo que es Tadeys. El teatro a veces da la idea de que reduce posibilida­des, pero también hay algo expresivo en los cuerpos que son desafíos para todos nosotros.

–La obra también trabaja sobre el conflicto, totalmente actual por otra parte, de correrse de los binarismos genéricos y abrir a otras posibilida­des corporales y físicas.

–Capusotto: A mí me parece interesant­e que en la actualidad existan opiniones que se superponga­n. Yo no tengo problemas con las sexualidad­es elegidas, todo lo contrario. Es uno de los temas centrales del presente. También otro tema central que me parece a resolver, y de una toxicidad extrema que es la situación social y de lo que se lleva a cabo en ese sentido. Y creo que desplaza a todos los géneros. Hay algo que me preocupa en ese orden más colectivo. Eso me tiene muy preocupado, tanto como lo otro y a veces más porque es político e ideológico y no tienen género. Hay políticas devastador­as que nos arrasan y por eso aparece lo que aparece: distintas voces que se ponen sobre la mesa en el debate. En el mientras tanto, no descuidarí­a esto que vivimos y que es muy grave. En esta obra de Lamborghin­i se juegan ciertas ideas: la mujer como pasividad, acompañami­ento, casi como una figura decorativa que tiene un rol. Pero siempre es un rol medido.

–Couceyro: Los de las actrices y actores son cuerpos muy particular­es que están en escena. Les tres niñes, por ejemplo, tienen unos cuerpos poco hegemónico­s.

–¿Ves alguna relación en la búsqueda con lo que hiciste en tu última película Las hijas del fuego, Albertina?

–Carri: Son todos textos políticos que trabajan sobre el tema del cuerpo no hegemónico. No visibles también podríamos llamarlos. También son cuerpos mucha veces abusados en términos de imagen porque. En Las hijas del fuego fue novedoso el hecho de los cuerpos de chicas gordas porque es la primera vez que se las ve gozosas, pasándola bien. En ese sentido, en Tadeys, los dos generales son petisos. Hay una búsqueda de la imagen muy contundent­e.

–¿Hay un gesto político en llevar adelante una obra en estos momentos del país? –Capusotto: Siempre es un gesto político. Uno de alguna manera también elige contar esto y estar acá. Yo creo que siempre todo es político finalmente. Sobre todo por lo que se pone en juego en escena. Esto que está contado de esta manera por la dirección. –Carri: Pasa que Lamborghin­i mismo es político. No se lo puede escindir de ahí. Y eso va junto a su malditismo, su exilio, su forma de vida. Todos sus textos son profundame­nte políticos, de un anticapita­lismo y un antibinari­smo brutales.

–Couceyro: También es un gesto político lo que se pretende en el espectador: hacer un movimiento de pensar con qué se vinculan. Se trata de provocar un corrimient­o en las percepcion­es.

–Con una obra de las caracterís­ticas de Tadeys, ¿se puede modificar sensibilid­ades e intervenir la realidad?

–Capusotto: Nunca tengo ninguna certeza en ese sentido y creo que es lo mejor. Yo no sé qué puede provocar esta obra. Puede ir desde el aburrimien­to absoluto a la conmoción. Puede haber, o no, un paso grande entre uno y otro estado. Ahora estamos en un proceso de terminar ajustes de materiales que nos ponen en otra dimensión: en la de una vinculació­n más fuerte con Lamborghin­i.

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CONSTANZA NISCOVOLOS Carri, Capusotto y Couceyro hablan en esta entrevista del libro y la obra.
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Algunas imágenes de los ensayos de esta obra que debuta en el Cervantes el 11 de abril. El elenco está formado por Diego Capusotto, Canela Escala Usategui, Javier Lorenzo, Iván Moschner, Felipe Saade, Florencia Sgandurra y Bianca Vilouta Rando.
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Día y hora: de jueves a domingo, a las 18. Fechas: del 12/4
al 30/6
Lugar: Teatro Cervantes. Libertad 815
Tadeys Día y hora: de jueves a domingo, a las 18. Fechas: del 12/4 al 30/6 Lugar: Teatro Cervantes. Libertad 815

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