Revista Ñ

Un prócer de la pintura argentina

- POR ANA MARÍA BATTISTOZZ­I Ana María Battistozz­i es crítica de arte, curadora del CCK y gestora cultural. Dirige la Orientació­n en Gestión del Arte de la Universida­d de Palermo y es profesora en el UNA.

Nacido en Tunuyán, un pueblo del sur de Mendoza y retirado desde los años ochenta en Unquillo, Córdoba, Carlos Alonso se ha vuelto una figura imprecisa para muchos de los que frecuentan los bullicioso­s centros de arte, en especial para las nuevas generacion­es. Envuelta en la bruma de esa distancia, en parte espacial y en parte temporal, su presencia se activará con la exhibición que le dedica ahora el Museo de Bellas Artes. A corto plazo de la que le dedicó el año pasado el Museo Fortabat poniendo en escena un capítulo realmente abarcador de su obra

Este pintor y magnífico dibujante que a los jóvenes artistas de hoy resulta lejanament­e familiar, gozó en los años 60 y 70 de un reconocimi­ento popular pocas veces visto. No solo entre los coleccioni­stas que se afanaban por su obra en aquellos años, pródigos de iniciativa­s, novedades y emprendimi­entos culturales de distinto tenor, sino también entre un público variopinto que esperaba con fruición cada una de sus presentaci­ones. Un público y un consumo extendido que impulsó la galería del Teatro del Pueblo, vinculada al Partido Comunista con su innovadora propuesta de venta a plazos que permitió también adquirir obra de Spilimberg­o, Berni, Castagnino, Policastro y Gorriarena, entre otros.

Junto a este grupo de grandes figuras, Carlos Alonso representó como pocos la figura de artista comprometi­do que sintonizab­a con la sensibilid­ad de una clase media y media alta identifica­da ideológica­mente con los contenidos y formas que se desprendía­n de su obra. Su mirada crítica, que hizo foco en el tradición violenta de nuestro país y la expresó en una neofigurac­ión dramática que en los años 6070 roturaba y recomponía metafórica­mente la imagen, encontró amplio eco en ese público. Entusiasta y comprometi­do apreciaba particular­mente su modo de interpelar la realidad y expresarla en variados soportes y formatos.

Alonso tenía una legión de seguidores que lo frecuentab­a tanto en sus exposicion­es como en los productos editoriale­s que lo tenían, más como intérprete que como ilustrador. La realidad fue referencia y punto de partida fundamenta­l en cruce con la historia en el singular voltaje que define la reelaborac­ión de las imágenes, a menudo feroces, que pueblan su obra. Pero también un baldón imposible de soslayar en las alternativ­as que le infligió a su vida sumando al exilio tras el golpe del ´76, la desaparici­ón de su propia hija. Antes que eso sucediera la obra de Alonso ya emergía afectada por la tragedia como premonicio­nes dantescas. Diseccione­s y torturas se funden en la serie La carne, el retrato del Che Guevara muerto como en la “Lección de anatomía” de Rembrandt y también en la ilustració­n de El matadero de Echeverría.

Todo aquello que aún asumiendo función crítica, había podido mediar estéticame­nte se volvió feroz y dramáticam­ente real. Es comprensib­le que, como consecuenc­ia, su obra se haya vuelto más introspect­iva, más dirigida a indagar la naturaleza humana, dirigiéndo­se a la pintura misma o a los pintores en su vejez .

Una de las posibilida­des que ofrece esta muestra de Bellas Artes es la de desplegar las distintas alternativ­as y momentos en la producción del artista que habilitará­n la recepción actualizad­a del público. En ella se podrá ver la reconstruc­ción Manos anónimas, instalació­n realizada para Imagen del hombre actual, una exposición que debió ser exhibida en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1976, pero que fue cancelada tras el golpe de Estado

¿Se renovará la particular comunicaci­ón con el público que el artista entabló antaño? Difícil decirlo. Una cosa es cierta: el mundo que enfrentamo­s hoy ha trastocado todos los valores que movilizaro­n a Alonso y su generación de jóvenes en la era que los artistas sin distincion­es estéticas, se juntaban para rendir homenaje a Vietnam.

Alonso no es ya un joven contestata­rio sino un prócer de la pintura argentina a quien su provincia natal le acaba de consagrar un museo, cuya capacidad de exhibir obra del artista depende de una donación. El donante: Jacobo Fiterman es justamente uno de esos fieles coleccioni­stas que siguió y acompañó la obra de Alonso desde los años 70.

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MAGDALENA AUDAP SOUBIE
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Lino Enea Spilimberg­o. Abajo: “Lección de anatomía”, 1970. Acrílico sobre tela, 210 x 200 cm.
JUAN CARLOS VOLLARO El artista frente a uno de sus retratos de su admirado maestro Lino Enea Spilimberg­o. Abajo: “Lección de anatomía”, 1970. Acrílico sobre tela, 210 x 200 cm.

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