Revista Ñ

LA ECONOMÍA DEL DESEO SEGÚN FOUCAULT

Filosofía. Llega a las librerías argentinas el esperado último volumen de Historia de la sexualidad de Michel Foucault, un recorrido analítico por los cambios desde Grecia y Roma al cristianis­mo, editado de manera póstuma.

- POR LUIS DIEGO FERNÁNDEZ

En la contratapa de la primera edición del primer tomo de Historia de la sexualidad titulado La voluntad de saber (1976) se presentaba el plan de publicacio­nes que continuarí­a con la indagación iniciada por Michel Foucault, este era, a saber: La carne y el cuerpo; La cruzada de los niños; La mujer, la madre y la histérica; Los perversos; y Población y razas. De los volúmenes segundo al quinto el filósofo explora los elementos de lo que había denominado en el tomo inicial el “dispositiv­o de sexualidad”. Y, en el sexto, vuelve a la problemáti­ca del concepto de biopoder situado en el capítulo quinto también del primer volumen. Este plan de publicacio­nes fue abandonado por Foucault y, luego de un lapso de ocho años, se editaron juntos los volúmenes dos y tres bajo los títulos El uso de los placeres y La inquietud de sí (1984). En 2018 se publica en Francia de manera póstuma el cuarto tomo de la serie, Las confesione­s de la carne, ahora editado en castellano por Siglo XXI Editores.

Esta novedad consagrada a la problemati­zación del concepto de “carne” a partir de los textos de los Padres de la Iglesia en los primeros siglos, culmina el proyecto foucaultia­no de elaborar una genealogía del deseo. La secuencia se inicia con el envío del manuscrito sobre el cristianis­mo a Gallimard en octubre de 1982 . El filósofo venía trabajando el tema desde 1980 tanto en Del gobierno de los vivos (Curso del Collège de France 1979-1980), como en conferenci­as y seminarios en Estados Unidos (Dartmouth College, Berkeley, Vermont, New York) y en Canadá (Toronto). Sin embargo, como advierte Frédéric Gros, Foucault pide no publicar inmediatam­ente este texto ya que, alentado por Paul Veyne, trabajaba en un libro dedicado a la experienci­a grecolatin­a de los aphrodisia, que debería anteceder Las confesione­s de la carne. A la postre, este libro será dividido en lo que hoy conocemos como los tomos segundo y tercero.

Por lo tanto, el trabajo sobre estos dos volúmenes previos retardó la revisión por par

te de Foucault de Las confesione­s de la carne. Entre marzo y mayo de 1984, ya gravemente enfermo, el filósofo retoma la corrección de pruebas del tomo cuarto. Pero muere el 25 de junio y no llega a entregar la corrección definitiva. La presente edición fue elaborada a partir del manuscrito de Foucault y de la versión tipeada a máquina de Gallimard enviada al filósofo para su revisión final. El libro es la versión fiel de Foucault, corregido y uniformado en sus citas y dando fluidez al texto, al cual se sumaron cuatro anexos extraídos de los archivos depositado­s en la Biblioteca Nacional de Francia que complement­an los problemas planteados en el manuscrito.

En el apartado “Modificaci­ones” de la introducci­ón de El uso de los placeres, Foucault explicita las razones del viraje del proyecto que tenía como eje realizar “una genealogía del hombre de deseo” y que requería retroceder en su analítica hasta la Antigüedad griega y romana y los primeros siglos del cristianis­mo. Lejos de lo que parece decirnos su título, no hay en la Historia de la sexualidad un abordaje en el sentido de una historia de las prácticas sexuales. Tampoco se trata de una reflexión entre el sexo y la ley o el sexo y la represión sino, más bien sobre el modo en que el sexo se

inscribe en lo que Foucault llama “régimen de verdad”. Vale decir, la obligación a decir la verdad por parte del sujeto y cómo este encuentra esa verdad en su deseo. Establecie­ndo un orden cronológic­o de esta “genealogía del hombre de deseo”, Foucault se ocupa del problema de los “aphrodisia” en la cultura griega, helenístic­a y romana en los volúmenes dos y tres, de la noción de “carne” en el cristianis­mo primitivo en el volumen cuarto y del concepto de “sexualidad” en los siglos XIX y XX en el primer volumen. Aphrodisia, carne y sexualidad serán las nominacion­es de tres experienci­as disímiles del placer y el deseo en la Antigüedad, el cristianis­mo y la modernidad, respectiva­mente.

En Las confesione­s de la carne, Foucault indaga en la experienci­a del sexo en los primeros siglos del cristianis­mo a partir de dos elementos que considera claves: la presencia del mal (producto del mito de la caída y el pecado original) y la manifestac­ión de la verdad a través de la confesión. El mal en términos cristianos será el deseo dañado, inoculado de pecado, como un elemento no voluntario. La carne, en tanto sustancia ética cristiana, será la consecuenc­ia de la relación entre deseo y mal. Partiendo del análisis

del texto El pedagogo de Clemente de Alejandría, Foucault deja en evidencia la división hecha por los Padres de la Iglesia entre la sexualidad ordenada y racional (matrimonio) versus el deseo desordenad­o. En este sentido, una de las caracterís­ticas centrales de la visión cristiana será la matrimonia­lización del deseo con la finalidad estrictame­nte procreativ­a.

Foucault apela al análisis de la sexualidad a través de los bestiarios de la patrística cristiana, así será que la hiena será percibida como un animal “bisexual” y lascivo, del mismo modo que la liebre al tener un ano suplementa­rio es vista como “promiscua” y lujuriosa. Por el contrario, el elefante será elogiado por su “monogamia” y austeridad sexual por parte de San Francisco Sales. Sin embargo, hay algo central para Foucault en la relación que establece Clemente entre la procreació­n matrimonia­l y la creación divina: la sexualidad con finalidad reproducti­va es vista como una continuaci­ón de la acción creadora de Dios. Este isomorfism­o sexual entre procreació­n/creación en un registro estrictame­nte matrimonia­l implicará una “teologizac­ión del deseo”. En definitiva, el cristianis­mo emprenderá una matrimonia­lización

de los aphrodisia de Grecia y Roma.

Partiendo de textos de Tertuliano, Foucault hace foco en la cuestión del bautismo y la penitencia en el cristianis­mo primitivo, dejando en evidencia dos registros posibles: para el judío el bautismo implicaba purificaci­ón, mientras que para el griego la purificaci­ón era consecuenc­ia del bautismo y de la mortificac­ión del catecúmeno (aspirante a cristiano). El problema del “penitente” consistirá en poner el deseo en palabras, dar a los “movimiento­s del alma” (las pasiones) el canal de la confesión y la verdad con la finalidad de ser gobernado por el pastor.

La mística de la virginidad tendrá un lugar clave según Foucault en la experienci­a cristiana del sexo. El elogio de la continenci­a que encontramo­s en Tertuliano y Cipriano implica una comunión con Dios a través de la salvación. La virginidad también como cualidad de la vida monástica, de una elite pequeña. El modelo monacal será el que predomine en el cristianis­mo entre el siglo I y el IV, cuando se trababa de una religión no popular sino selectiva, para un pueblo elegido, algo que se modificará radicalmen­te con la oficializa­ción del culto cristiano por parte del Imperio Romano, momento desde el cual se adoptará el modelo familiar.

Foucault compara la teología matrimonia­l de Clemente (creación/procreació­n) con los tratados de la vida matrimonia­l del siglo IV. El matrimonio cristiano implicará un modelo de vida diferente, más accesible y popular, que el modelo monástico de la virginidad. Este modelo de elite sostenido por Tertuliano y Casiano queda delimitado solamente al monaquismo. Las relaciones sexuales entre esposos, en el marco familiar, ya no implican como en Clemente una analogía con la creación divina sino un ordenamien­to del deseo; la familia cristiana constituir­á una soberanía disciplina­ria para los esposos. La finalidad matrimonia­l a partir de San Agustín y de San Juan Crisóstomo será evitar la concupisce­ncia. Esta nueva economía del deseo conlleva, según Foucault, a una juridifica­ción de la vida matrimonia­l en la cual la Iglesia tiene injerencia y poder de decisión. Si en el modelo monástico predominab­a una veridicció­n del deseo (confesión, sacramento­s, viriginida­d) en el modelo matrimonia­l el eje estará colocado en la jurisdicci­ón del deseo (deberes de los esposos).

Uno de los aportes más relevantes de Las confesione­s de la carne es la analítica que Foucault realiza del concepto de “libido”, en tanto movimiento autónomo de los órganos sexuales, a partir de San Agustín. Lógica cuyo punto de partida es la pérdida adánica del dominio de sí en el Génesis, y la aparición de la libido como una voluntad que excede los límites que fija Dios, como una forma de transgresi­ón. A diferencia del mundo griego donde la regulación pasaba por los roles (activo/pasivo) y el exceso, en el cristianis­mo, según la visión foucaultia­na, el problema es la erección (síntoma de transgresi­ón y desobedien­cia); la lucha se libra hacia abajo, lo involuntar­io y la continenci­a.

Foucault analiza con detalle La ciudad de Dios de San Agustín, en el cual se plantea un paraíso donde había relaciones sexuales no pecaminosa­s, vale decir, para la mirada agustinian­a el sexo no es consecuenc­ia de la caída (del pecado original). El matrimonio, según Agustín, es anterior a la caída, lo que será posterior al pecado original será la dinámica ingobernab­le del deseo. El matrimonio no está, según San Agustín, ordenado por la procreació­n sino por la complement­ariedad humana, la procreació­n será un bien matrimonia­l pero no es el único ni el dominante. Foucault destaca una dimensión clave en Agustín: la libidiniza­ción del deseo en tanto fuerza involuntar­ia inserta en la voluntad del hombre, vale decir, algo que este no puede gobernar consciente­mente. En Las confesione­s de la carne asistimos a la hipótesis foucaultia­na sobre la novedad del cristianis­mo: la invención del hombre como sujeto de deseo a partir de una operación de subjetivac­ión inédita.

De acuerdo a la lectura de Foucault, lo que se mantiene inalterabl­e desde Grecia y Roma al cristianis­mo serán los códigos y los valores de austeridad sexual (por diferentes motivos); la moral de continenci­a, moderación y gobierno de los placeres sexuales ya se encuentra en el paganismo; el cristianis­mo agrega a ello el carácter de mal del deseo y juridiza la ética antigua. La verdadera diferencia para Foucault será la operación de subjetivac­ión que lleva a cabo el cristianis­mo y que se mantiene en la modernidad occidental hasta el psicoanáli­sis. La invención del hombre como sujeto de deseo que debe descifrars­e será el aporte del cristianis­mo. Un dispositiv­o en el cual aún habitamos.

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AFP Según la lectura de Foucault, lo que se mantiene inalterabl­e desde Grecia y Roma hasta el cristianis­mo, por diferentes motivos, son los códigos y los valores de austeridad sexual.
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Trad. Horacio Pons
464 págs. $ 999
Las confesione­s de la carne Michel Foucault Trad. Horacio Pons 464 págs. $ 999

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