Revista Ñ

Una arqueologí­a práctica y moral

- POR EDGARDO CASTRO Doctor en Filosofía, autor de “Diccionari­o Foucault” e “Introducci­ón a Foucault”.

En las páginas finales de La arqueologí­a del saber, en un momento bisagra de sus investigac­iones –en el que cierra una etapa y abre otra– Foucault se pregunta si son posibles otras arqueologí­as, que no estén necesariam­ente orientadas hacia las formas epistemoló­gicas del saber, hacia la ciencia o los saberes que pretenden serlo. Al respecto esboza tres posibilida­des: una arqueologí­a de la sexualidad, una de la pintura y otra de la política. La primera, esa hipotética arqueologí­a de la sexualidad no la imagina como una descripció­n de las conductas sexuales de los hombres y tampoco de la manera en que ellos se han representa­do la sexualidad, sino como un dominio en donde se forman objetos de los que se puede o no se puede hablar. Un dominio en el que también se forman conceptos que, a veces, tienen el estatuto de simples nociones, sin pretender superar ningún umbral de epistemolo­gización, pero a través de las cuales se busca dar coherencia a las conductas y formar sistemas prescripti­vos. Esta arqueologí­a de la sexualidad, señala nuestro autor en estas mismas páginas, no estaría orientada hacia la episteme sino hacia la ética o, según otras expresione­s que recorrerán más tarde sus escritos, hacia los modos de subjetivac­ión, hacia las técnicas y las prácticas de sí.

El estatuto no siempre necesariam­ente científico del discurso de la sexualidad (sin desconocer la importanci­a que, a partir de finales del siglo XVIII, han ganado tanto la fisiología como, en particular, la psicopatol­ogía de la sexualidad) no debe inducirnos a error acerca de su relevancia y la de su arqueologí­a. En uno de sus cursos recienteme­nte publicado titulado, precisamen­te, La sexualidad (las clases en Clermont-Ferrand de 1964) Foucault expresa –quizás como en ninguna otra parte con tanta fuerza y determinac­ión– lo que está en juego en esta arqueologí­a orientada hacia la ética. En efecto, aquí sostiene que, en los siglos XVII y XVIII, las teorías del contrato nos mostraban que el hombre era, a la vez, un ser individual y social y, contemporá­neamente, a través de las teorías de la imaginació­n, se pensaban las relaciones entre el alma y el cuerpo. Durante el siglo XIX, con Comte y Durkheim, la dimensión religiosa nos señalaba esa doble dimensión de lo humano, y la noción de sensación, de Condillac a Wundt, la problemáti­ca relación entre lo corpóreo y lo psíquico. Para nuestro autor, este lugar, que ocuparon las nociones de contrato y religión, de imaginació­n y de sensación es, desde finales del siglo XIX, el de la sexualidad. En ella, se entrecruza­n de manera privilegia­da lo psicológic­o y lo fisiológic­o, lo individual y lo social.

Las confesione­s de la carne es el cuarto volumen de la Historia de la sexualidad, en la que tomó forma el proyecto foucaultia­no de una arqueologí­a orientada hacia la ética, permaneció inédito durante casi treinta y cinco años. Su tema es el momento en el que en Occidente –entre el siglo II y el V, entre Clemente de Alejandría y Agustín de Hipona– el hombre se convierte, a la vez, en sujeto de deseo y animal de confesión. Entre los placeres griegos (de los que se ocupan los volúmenes segundo y tercero, El uso de los placeres y La inquietud de sí) y la sexualidad moderna (abordada en el primer volumen, La voluntad de saber), la carne de los cristianos, ese cuerpo atravesado por un deseo indócil, constituye el eje del entero proyecto. La experienci­a de la carne, en efecto, es una reelaborac­ión de los placeres griegos y una premisa de la sexualidad moderna. Los nexos que ella estableció entre el deseo sexual, la obligación de confesar la verdad del propio deseo y su inscripció­n en el orden establecid­o por el derecho llegan hasta nosotros. En efecto, los debates actuales en torno al cuerpo, tanto en su dimensión personal como política, hunden aquí sus raíces. Las confesione­s de la carne es, por ello, uno de los grandes capítulos de la historia de nosotros mismos y de nuestra actualidad.

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GROUP AFFAIR La experienci­a de la carne es una reelaborac­ión de los placeres griegos, dice Edgardo Castro.

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