Revista Ñ

Irse con la música de las letras a otra parte

Ensayo. Phillippe Ollé-Laprune redescubre el destierro voluntario e involuntar­io de escritores como Vallejo, Artaud, Gombrowicz, Sarduy y otros.

- POR GABRIEL SÁNCHEZ SORONDO

“Yo soñaba con París desde niño, al punto que cuando hacía mis oraciones rogaba a Dios que no me dejarse morir sin conocer esa ciudad”: aquel precoz deseo de Rubén Darío, citado en las primeras páginas de Los escritores vagabundos, introduce a la experienci­a de autores que, movidos por designios, exilios, derivas, pasaron tramos de su vida (breves o extensos) en el extranjero. La profusión de nombres y lugares abarcados es tan atractiva como abrumadora: Cortázar, Vallejo, Moro y Sarduy en París; Cabrera Infante en Londres; Onetti y Bolaño en Madrid; Hemingway en La Habana; Michaux en Ecuador; Lowry, Burroughs, Artaud, Kerouac y Traven en México; Zweig y Bernanos en Brasil, Roger Caillois y Gombrowicz en Buenos Aires, son algunos de los itinerante­s elegidos.

Como punto de partida, Phillippe OlléLaprun­e desarrolla el concepto de “errancia” apuntando a la polisemia del término. Pero el vericueto semántico en que se sumerge –acaso para conferirle cierto rigor teórico a su ensayo– deviene menor frente a definicion­es lúdicas que expresan bien la experienci­a literaria en general: “La búsqueda de la lejanía conduce a la construcci­ón (…). Los alrededore­s reenvían al escritor hacia sí mismo y hacia sus tormentos”. O, en particular, respecto de Kerouac (aunque podría decirlo de cualquier poeta o narrador, nómada o sedentario): “La confrontac­ión, la sensación de perder sus puntos de referencia y el cuestionam­iento de sus propios valores son hechos revitaliza­ntes”.

Se suman casos, como el pasaje dedicado a “los dos césares” (Vallejo y Moro, en París) donde el texto aborda el paradigma del poeta trasplanta­do. Lo hace apelando a retratos que no vemos, pero imaginamos: “Moro arde con una flama interior intensa, tiene una mirada febril, voraz (…) De Vallejo existe una famosa fotografía donde se percibe la tristeza nostálgica de un hombre que solo está pensando en irse”. En sentido cardinal inverso, Los escritores vagabundos alude, por ejemplo, a la estancia breve pero agitada de Robert Desnos en Cuba. Bajo el subtítulo “La opulencia de la encrucijad­a y la acuidad de los extremos” el segmento relata vivencias y excesos del poeta francés más venerado por Bretón y la vanguardia surrealist­a, en este caso de la mano de su reciente amigo, Alejo Carpentier, que lo pasea por la Habana dictatoria­l y libertina de 1928.

La portada se completa con el subtítulo “Ensayos sobre escritores nómadas”, pero más que nomadismo es extrañamie­nto lo que brota de estas páginas. Dicho de otro modo, la subjetivac­ión de la realidad como primera pulsión de la escritura, al margen de husos horarios; esa itineranci­a quieta que fascina, y que irradia por momentos el libro, cuando logra ahondar en los personajes elegidos.

Aun inscripto en el genérico “ensayo”, Los escritores vagabundos es, en suma, un puñado inorgánico de aguafuerte­s atractivas, no necesariam­ente ligadas a las invocacion­es en portada, nomadismo mediante, sino a la literatura en general. Así, los cruces entre autores, países, climas, idiosincra­sias, tienen aquí gravitació­n propia. El desarraigo o la aventura, la huida o la búsqueda, aportan a un móvil dual, de matices y extremos que potencian su atractivo. Afortunada­mente para los lectores, es más una galería que un tratado homogéneo.

En definitiva, tampoco parece probable que este autor francés –mudado, él mismo, a México desde 1994– haya buscado aquí una pura homogeneid­ad académica, pese a haberse provisto de algún recurso que lo aparente. Arriesgamo­s que Ollé-Laprune se propuso lo mismo que consiguió: un despliegue irregular, colorido, de semblanzas, ambulacion­es, amistades, tragedias y, por supuesto, también, extranjerí­as.

 ?? EFE ?? Cabrera Infante, autor de Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto. Se exilió en Londres, escapando del régimen de Fidel Castro.
EFE Cabrera Infante, autor de Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto. Se exilió en Londres, escapando del régimen de Fidel Castro.

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