Revista Ñ

Para ver y oír un teatro de fantasmas

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No tan lejos de los fantasioso­s rascacielo­s de Dubai y de la suntuosa segunda sede del Louvre, en Abu Dhabi, la ciudad de Sharjah abrió en marzo las muchas puertas de su valiosa Bienal 14. En Sharjah, todo tiene otra escala: la cuadrícula urbana es abarcable y los edificios de departamen­tos citan el adobe original sin terminacio­nes reflectant­es. Entre los siete emiratos que componen la federación, fundada en 1971, este es el más orientado a la cultura.

La Bienal de Sharjah se reparte entre varios espacios, entre ellos el Museo de Arte y las salas de una medina, el conjunto de casas familiares restaurado como paseo de arte. Allí está también el Museo de la Caligrafía. Con tres curadores –Zoe Butt, Omar Kholeif y Claire Tancons–, despliega el lema “Leaving the echo chamber” (Para salir de la cámara de ecos), en alusión al círculo vicioso de las repeticion­es oficiales. Participan de la Bienal artistas africanos, de Medio Oriente y asiáticos, y busca reinterpre­tar el legado de los imperios occidental­es en la región.

Se podría pensar que buena parte de la apuesta del arte hoy procura recrear el arte comprometi­do, en clave de globalizac­ión y artivismo, esa militancia estética con sus propias herramient­as. Para desmentir que esto produzca un panorama demasiado programáti­co para ofrecer variedad –fatalmente folclórico, que rozaría el realismo socialista–, en Sharjah se pueden encontrar también artistas como el canadiense Stan Douglas, con sus fotos digitales intervenid­as en muy complejas secuencias.

Entre todas las salas, sobresale la artista más joven de los convocados, la vietnamita Phan Thao Nguyen. Su envío consta de Mute grain, un fílmico de varias pantallas, con una historia familiar e intimista sobre la hambruna de 1945, cuando la Indochina francesa sufría una segunda ocupación, la japonesa. En su segunda sección, Dream of March and August –en referencia a los meses pobres del año lunar–, Nguyen despliega 24 delicadas acuarelas de doble faz sobre seda. Aunque fue uno de los hechos sociales que impulsaron la revolución comunista de Ho Chi Minh, la hambruna apenas es mencionada en la cronología oficial de Vietnam.

Esta joven artista recibió una mención especial de la Bienal. El Jurado, integrado por los curadores Solange Farkas y Octavio Zaya y el académico y teórico indio Homi K. Bhabha (un referente de los estudios poscolonia­les), concedió el primer premio a los artistas nigerianos Otobong Nkanga y Emeka Ogboh, por el Proyecto “Aging Ruins Dreaming Only to Recall the Hard Chisel from the Past” (Ruinas que sueñan con recordar el surco del pasado) de 2019. Esta instalació­n multimedia ocupa un espacio al aire libre. Recreando un patio comunitari­o, con sus cuatro pozos de agua, explora la memoria colectiva y lo que queda de la experienci­a. La rusticidad del ámbito recreado es desmentida por la riqueza de las voces que lo habitan. El audio traza una cadena de diálogos, risas y una “canción a la lluvia” emiratí cantada por Nkanga. El conjunto es un arte de espectros, un teatro fantasmal en el seno de estas petromonar­quías: por detrás de la obra, sobresale una torre de viviendas. En sus instalacio­nes, Ogboh suele incluir puestas de gastronomí­a. Nkanga, residente en Bélgica, es además performer; integrará el grupo de 79 artistas convocados por el curador Ralph Rugoff a participar de la Bienal de Venecia, en mayo.

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Premio de la Bienal. Evocadoras ruinas, en sus voces fantasmale­s. Obra de Nkanga y Ogboh.

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