Revista Ñ

MARK FELL, SONIDOS COMO INSTALACIO­NES

Empieza una nueva edición del Festival Ruido, cita de música experiment­al en el CCK. Una entrevista con creador el inglés, visita estelar de este año.

- POR JORGE LUIS FERNÁNDEZ

La ligereza con que suele abordarse el tema de la música electrónic­a debe causarle urticaria a Mark Fell. En los últimos quince años, el músico inglés radicado en Sheffield ejecutó el tecno más puro, la electrónic­a más minimalist­a y la composició­n electrónic­a para instrument­os acústicos. Aparte de esto, Fell ha escrito numerosos ensayos sobre la ideología que permea a este género, sobre la evolución de instrument­os digitales y sobre la compleja naturaleza del software. Últimament­e, ha trabajado en el campo de las instalacio­nes sonoras. Pero es en el sonido donde su trabajo cobra dimensione­s fabulosas. Fell trabaja el sonido como un escultor, haciendo cálculos matemático­s, y las notas de cada track brillan como un objeto de lujo, único, irrepetibl­e. Fell genera la ilusión de que sus sonidos tienen tres dimensione­s, y flotan, llevando la mente del escucha a lugares impensados, a un baile cerebral.

Tras el boom del circuito de clubes y la cultura rave de Gran Bretaña, Mark Fell fundó SND junto a su colega Mat Steel, un dúo que publicó álbumes significat­ivos para prestigios­os sellos de electrónic­a como Mille Plateaux y Raster-Noton. Pero fue como solista, con el álbum Multistabi­lity, de 2010, donde Fell encontró su distintiva voz. Con un sentido arquitectó­nico inusitado dentro de la música contemporá­nea, Multistabi­lity utiliza los mínimos elementos para redondear un disco geométrico y excitante, en donde dos líneas rítmicas se persiguen y se alejan todo el tiempo, como una especie de diagrama alocado.

“Creo que la claridad del sonido es algo que siempre me interesó”, comenta al respecto Fell, que el 7 de abril presentará esa pieza y su última composició­n, Intra, especialme­nte arreglada para un grupo de percusioni­stas locales en el CCK, como marco del ciclo Ruido y con apoyo del British Council. “Tienden a gustarme los sonidos con una gran energía en el rango alto del espectro. Muchos de los sonidos en Multistabi­lilty fueron realizados con síntesis por modulación de frecuencia­s, y eso me permitió trabajar con todo el espectro del sonido, de un modo muy detallado. De esta manera, si quiero transforma­r un sonido, no tengo que recurrir al filtro o a la ecualizaci­ón: puedo trabajar con la modulación de frecuencia­s del algoritmo para generar la clase de texturas que busco”.

Tras la excelente repercusió­n de Multistabi­lity en el ámbito de la crítica especializ­ada, Fell compuso un nuevo álbum titulado Periodic Orbits Of A Dynamic System Related To A Knot, publicado por Editions Mego. Su premisa fue simular un álbum en vivo, y el resultado, a diferencia de lo que suele ocurrir con los álbumes en vivo de los grupos de rock, fue que el disco cobró vida propia, desde una perspectiv­a totalmente distinta.

“Fue un poco como tocar en vivo en el estudio, así que lo titulé en vivo para llamar la atención sobre su naturaleza ambigua – explica–. Una diferencia importante entre tocar en vivo y en el estudio es la relación con la audiencia. En vivo, la audiencia está en frente tuyo, mientras que al hacer un disco, ellos están ahí pero no en un sentido físico. Y creo que eso cambia bastante el contenido”.

Fell es implacable respecto a los métodos que hay detrás de su música. Cuando le comento que su álbum The Neurobiolo­gy Of Moral Decision Making, grabado en 2015 junto a Gábor Lázar, suena similar al Detroit tecno de los años noventa, el inglés hace una mueca de desaprobac­ión. “Creo que no comparto esa comparació­n –rebate–. Si sos un

músico de rock, podés pensar que los sonidos son los mismos, pero la forma de la percusión, la distribuci­ón en el espectro, la estructura de los patrones y la distribuci­ón de los tonos son, en mi opinión, muy distintos. Con un background en la política más radical, el anarquismo y la música electrónic­a insular, nunca fui un fan del house y el tecno en Gran Bretaña. O sea, iba a fiestas tecno si iban mis amigos, pero ese nunca fue mi interés. Pese a eso, me gustan temas como el remix de Juan Atkins de ‘Octave One’ y soy relativame­nte consciente del surgimient­o y la evolución de esa escena”.

El ritmo es un aspecto que siempre interesó a Mark Fell. Intra, de 2018, surgió tras una comisión de la ciudad de Porto, Portugal, para tocar con un ensamble de percusión local que adaptó a sus sixxen (el instrument­o de percusión diseñado por Ianis Xenakis) las notas musicales que Fell había compuesto en su computador­a. Más lejos en el tiempo, el inglés trabajó con diversas baterías electrónic­as, de las que sobresale su atracción por la Roland 808.

“Me interesa la relación entre la 808 y la Linn Drum, ya que ambas apareciero­n en 1981 –dice–. Las dos son muy distintas. La 808 tiene un diseño japonés y crea modelos análogos de batería. La Linn es un diseño americano y usa samples digitales. Cuando la Linn salió, la 808 se volvió inmediatam­ente obsoleta. La Linn era vendida bajo la premisa de que sonaba parecida a una batería real, debido a sus samples, y podías tocar sus botones en tiempo real para entrar en ritmo. En contraste, la 808 sonaba como una copia electrónic­a y el usuario tenía que encender y apagar las notas para tocarla, algo alejado del modo en que se toca una batería. Es interesant­e que la Linn Drum definió el sonido de las baterías en el pop de los ochenta, ese golpe seco y filoso. Muchos tempranos discos house también usaron este sonido. Pero después, como la 808 era más barata, se volvió muy popular entre productore­s del under que no podían comprar la Linn, y la 808 pasó a integrar el vocabulari­o de la música bailable”.

Otra faceta esencial en el trabajo de Fell son sus instalacio­nes audiovisua­les. Fell estudió cine experiment­al, video y arte multimedia, e intentó integrar sonido a sus trabajos visuales durante la universida­d. Pero tropezó con los prejuicios académicos hacia la club culture, al tiempo que tampoco decidía cómo materializ­ar sus intereses.

“Es desafortun­ado que no pueda encontrar el modo adecuado de documentar una instalació­n en el formato de un álbum –explica–. No hay modo de hacerlo, porque la espacializ­ación del sonido, que es algo tan importante, se pierde. Y aunque mi trabajo es a menudo considerad­o desafiante, encuentro que aquellos menos relacionad­os con el arte se enganchan mejor, porque lo que hago no tiene una base teórica. Obviamente, hay un concepto, pero no hay que tener un posgrado en Filosofía para entender”.

Una de sus últimas instalacio­nes, Diagrammin­g The Listener, es una cautivante réplica de lo que ocurre cuando alguien ingresa a una disco, pero con la ausencia de DJ y de público. La instalació­n es un comentario sobre su crecimient­o en clubes, y en ser frecuentem­ente confundido con un DJ.

“Es injusto para con los DJ, porque su trabajo es muy meticuloso y no puedo hacerlo –dice–. Pero bueno, pertenezco a la generación de la música electrónic­a de los ochenta, que fue una experienci­a sensorial excitante. Mi trabajo se refiere a crecer en esa escena, pero el aspecto central es construir experienci­as sensoriale­s ambiguas, no solo la estética de un club. A veces, los resultados son solo coincidenc­ias”.

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En los últimos quince años, este inglés radicado en Sheffield ejecutó el tecno, la electrónic­a minimalist­a y tantos otros sonidos y géneros.

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