Una vuelta a la ciudad ausente
Teatro. Con dirección de Laura Yusem y actuación de Elena Roger, El cartógrafo trabaja sobre el mapa del gueto de Varsovia y lo que queda de esos años.
Un fantasma sobrevuela la sala. Un espectro del horror, de la angustia. Sin embargo, a veces se convierte en una bocanada de esperanza, a través de los dibujos de un anciano (Mario Alarcón) que, en la Varsovia ocupada por los nazis, intenta registrar y perpetuar aquello que está por desaparecer. Los dibujos son mapas; y sus ojos, una niña (Jazmín Diz) que comenzará a explorar los rincones de la ciudad polaca, para hacer juntos la cartografía no solo de sus calles y espacios, sino de un tiempo que todavía les pertenece: sus colores, rostros, aromas. Los mapas, como dicen, pueden ser de cualquier cosa.
Este cartógrafo es quien le da título a la obra de Juan Mayorga, dirigida por Laura Yusem, estrenada en el Teatro San Martín a pocos días de cumplirse 76 años del levantamiento del gueto de Varsovia: la resistencia de los judíos contra las tropas nacionalsocialistas, luego de que Heinrich Himmler ordenara continuar con la deportación masiva hacia los campos de concentración.
En 1939, Alemania había invadido Polonia y, de forma sistemática, comenzó a aislar a la población judía, conformando los llamados guetos. En Varsovia, 450.000 judíos ocupaban hacinados una parte irrisoria de la ciudad.
Varios años después, Blanca (Elena Roger), una editora española, se encuentra en esa ciudad para acompañar a su marido (Gustavo Pardi) por razones diplomáticas. La historia del viejo cartógrafo llegará a sus oídos y, a partir de ahí, su curiosidad y espíritu humanista la guiarán en busca de aquella historia que recorrió las calles polacas de la época: ¿qué fue de la niña que ayudaba al anciano para crear un nuevo mapa del tiempo varsoviano? ¿Existió o fue la construcción de una ficción para mantener viva parte de la cultura de Polonia?
Con pocas pistas, ella visitará sinagogas, museos y anticuarios para descubrir el misterio y la remembranza de todo un pueblo.
La yuxtaposición de tiempos arman el rompecabezas y cada pieza acercará a Blanca hacia Débora (Ana Yovino), una sobreviviente del gueto que también tendrá una historia que contar. Estos personajes atravesarán el dolor que supone invocar el amor abatido, lo entrañable de los objetos personales ya perdidos, los espacios sagrados destruidos, para transformarlo en coraje y valentía, y así, la manera de vivir otro día.
La puesta en escena tiene un modo cautivador de abordar las perspectivas anacrónicas del relato, del suceso histórico y de la obra como arte. Es que a la luz de las teorías de Didi-Huberman, se sabe que las imágenes tienen más de presente y de futuro que el sujeto que las mira: conservan el tiempo de todas las épocas y permite construir nuevos presentes.
“Estar ante la imagen es estar ante el tiempo”, dice el filósofo. La representación teatral encarna los suyos propios: el del cartógrafo y la niña; el de Blanca y Débora; el del escenario y los espectadores. El espectáculo también está en la multiplicidad temporal que construye lo que Varsovia fue y todavía es, y lo hace en un momento cuando el 66 % de los millennials norteamericanos no sabe responder qué sucedió en Auschwitz, según un estudio publicado por la Claims Conference.
Tal vez por eso se vuelve doblemente importante los cuestionamientos que hace el cartógrafo de Mayorga: “¿Qué se quiere mostrar?, ¿qué se debe recordar?”.
Walter Benjamin decía que “la memoria es la facultad épica que está por encima de todas las otras”. Reivindicar esta aptitud para evitar la estupidez humana del pasado, quizá, sea el mejor mapa trazado.